En las sociedades contemporáneas se percibe un cierto estado de “asepsia emocional” en tanto se pretende que existan ciertas garantías de felicidad que anestesien el dolor, el daño, el sufrimiento que pueda ocasionar el vínculo con otro/a. Como destaca Alexandra Kohan, “vivimos una época de discursos higienistas, se pretende vivir rechazando la afectación”. En el ámbito del cine y la televisión, la felicidad está sobrerrepresentada, a menudo como regla característica de un género que orienta la vida, los propósitos y deseos del/a protagonista hacia el “final feliz”; pero también se inmiscuye en el discurso publicitario que nos promete la felicidad mediante el señalamiento de una carencia –solo seremos deseables cuando logremos comprar el producto o servicio que nos venden–. La mera idea de que nos falte algo para ser felices nos conduce a una ruta de ansiedad, angustia y frustración. Debido a que si no puedo adquirir eso que se me ofrece tan grandilocuentemente me desilusiono y acongojo. Por eso, los guiones de las películas y las series, sobre todo en las comedias románticas, se orientan a la superación de las amenazas y obstáculos que interfieran en la efectiva consecución de la felicidad.
Analizadas, desde este punto de vista, no es casual que las últimas entregas de DC y Marvel tengan como eje principal el duelo. Por su lado, Mujer Maravilla 1984 nos muestra a una Diana Prince que, luego de 66 años de la muerte de Steve Trevor, sigue realizando el luto siendo incapaz de establecer otro tipo de vínculo afectivo. Por otro lado, la serie WandaVision –que recién aterriza en la plataforma Disney+- nos presenta el “lado-b” de la Bruja Escarlata, una mujer que luego de sufrir la pérdida de varios seres queridos crea un manto de protección contra la infelicidad. Es interesante destacar que, si bien ambas ficciones tematizan el duelo, ninguna de las dos lo hará de la misma manera, lo cual permite demarcar una importante grieta en cuestiones de feminismo.
Mujer Maravilla 1984 aplaca contingencias, sorpresas y novedades. Es una película llena de obviedades y lugares comunes. Básicamente es el reino del cliché y del estereotipo. Y, como advierte Roland Barthes, “el estereotipo es ese lugar del discurso donde falta el cuerpo. Donde estamos seguros que éste no está”. La película de Patty Jenkins está plagada de representaciones cristalizadas sobre el lugar de la mujer. En principio, Gal Gadot luce un vestuario de femme fatale: ropa ajustada, escotes prominentes, tacos altos, maquillaje que realza la comisura de los labios y el contorno de ojos. Mediante una serie de primeros planos y planos medios se retrata a Diana Prince como la más deslumbrante de todas las mujeres antes que a una superheroína. Como consecuencia de este poder de seductora irrefrenable, los guionistas le pondrán una amiga con una serie de características opuestas, ya que es torpe, fea, flacucha, ojerosa y una rata de biblioteca. En el momento en que la amistad entre ambas mujeres comienza a consolidarse –y a modo de cántico de cancha los/as espectadores festejamos que finalmente Diana tiene una amiga con quien compartir complicidades y confidencias– Kristen Wiig encuentra una piedra de citrino que concede deseos. Y Kristen desea ser fuerte, magnética, encantadora e irresistible para los hombres –olvídense de que existan disidencias sexuales en la película– como lo es Diana. Ahí, la amiga deviene villana y la película sufre una contaminación calamitosa: se pierde en el océano del estereotipo y del proyecto heteronormativo.
Segundo acto –casi a modo de chiste–. Diana también apela al recurso de pedirle un deseo al citrino, que no es excluyente: ella añora que Steve Trevor regrese a la vida. Cuando se materializa su anhelo, pasa a ser una mujer dependiente de ese otro masculino para que la salve, la rescate, la complemente en cuerpo y alma; pasa a ser incapaz de valerse por sus propios medios. En cada “batalla” que tenga contra los enemigos, siempre estará Steve Trevor al lado para protegerla. La voluntad de Diana Prince depende de su novio muerto hace 66 años atrás. La dirección de Patty Jenkins la muestra más como una desvalida e inmadura que como una superheroína. Son groseros los planos medios con angulación en picado de Diana llorando por las calles cuando tiene que renunciar a seguir manteniendo con vida a Steve Trevor. Es grosero también que teniendo a una magnífica actriz de comedia como Kristen Wiig, quien se hubiera lucido como una auténtica compinche de Diana, termine siendo una despechada y envidiosa de su amiga. Todo mensaje feminista en la película es grosero, equívoco y doloroso.
El imperativo de la felicidad en Diana –porque de Mujer Maravilla no hay absolutamente nada salvo el “disfraz”– es el amor heterosexual, el proyecto heteronormativo, el ideal del hombre bueno e indicado. El duelo se muestra como algo patético que no pudo procesarse ni se plantea hacerlo. El citrino que concede deseos no es más que una anestesia a la pérdida del ser querido, es un rechazo caprichoso al dolor, a la vez que termina representando a una mujer vulnerable y anti-social.
Por el contrario, la serie WandaVision no peca de contrariedades ni absurdos espontáneos. Wanda Maximoff padeció tres pérdidas afectivas: la de sus padres en plena Guerra Fría, la de su hermano en “la era de Ultrón” y la de su pareja, Vision, en la sed megalómana de Thanos. Wanda luce jeans, remeras grandes, camperas deportivas y tiene el pelo recogido. Se la muestra como a una ciudadana más, alguien semejante a nosotros/as, simples mortales que carecemos de sus poderes psíquicos y telepáticos. Wanda atraviesa el duelo en sus distintas instancias: el llanto, la angustia, el enojo y el rechazo. En cada uno de esos momentos, para salir airosa, habrá un televisor emitiendo episodios de las sitcoms norteamericanas más famosas. Es que en el género de la comedia el final feliz está garantizado y si un hecho desafortunado ocurre a los protagonistas probablemente sea el resultado de una pesadilla nocturna o de un error. En la comedia, la amenaza a la felicidad se sortea en maniobras de audacia y valentía.
Entonces, Wanda, al gozar de la especialidad de distorsionar la realidad y manipular probabilidades, creará un manto de protección sobre el pueblo de Westview y lo convertirá en un set televisivo de sitcoms. Ella hará de su realidad un episodio de comedia norteamericana. Las constantes referencias a El show de Dick van Dyke, Hechizada, Mi bella genio, Alf, Malcom, Modern Family no responden al imperativo de la retromanía –de la que abusan Stranger things o la saga It–, sino que tienen un sustento narrativo fundamental y formidable: son la anestesia al padecimiento del duelo afectivo. Visiones resucitado de manera ilusoria y deviene junto a Wanda como los protagonistas de una comedia familiar. La serie comienza en la década del ’50 y prosigue hasta nuestros tiempos. La promesa de felicidad de esos períodos se va modificando a la vez que sufren variaciones los deseos de Wanda: el matrimonio, la familia, los hijos, la casa, el trabajo, los vecinos, las mascotas, etc.
Es más que interesante que en la “normalidad televisiva” creada por Wanda aparezcan anomalías emocionales representadas en cambios de formato del encuadre o de la imagen. Cada vez que Wanda sienta angustia, nostalgia o enojo tras recordar su pasado, la imagen en blanco y negro –característica de los años ’50– cambiará hacia el color y/o el formato 4:3 pasará lentamente al 16:9 –propio de las pantallas led o los Smart TV–. Nada en esta serie creada por Marvel es azaroso. Todo tiene un propósito para el relato. Y, en este sentido, emerge una crítica cultural al imperativo de la felicidad difundido por la publicidad, la televisión y el conservadurismo. Como plantea Sara Ahmed: “es posible pensar los guiones de felicidad como modos de alinear cuerpos con lo que ya está alienado”.
Si la crítica a la asepsia emocional que caracteriza a nuestras sociedades actuales está lograda en WandaVision, se debe principalmente al hecho de que se apoya elegantemente y con soltura en un género televisivo particular, la sitcom, para profundizar, desviar, cuestionar, aislar sus reglas, normas y funciones representativas. Además, Wanda tiene amigas y compañeras que la sostendrán en el proceso de ver y aceptar la realidad tal como es, libre de píxeles, cámaras, escenografías y decorados. Si Mujer Maravilla 1984, por el contrario,no ofrece un mensaje clarificador sobre el duelo más que el de una mujer caprichosa que no lo asimila y sólo lo concreta mediante el uso del “lazo de la verdad” –atributo distintivo de esta superheroína–, se debe a que no se atreve a dialogar con géneros cinematográficos para trastocarlos o indagarlos. La película de Jenkins coquetea con la comedia romántica, con la aventura, con el bélico, con el melodrama, con el musical –hay una escena breve en la que Diana toma un tentempié en la vereda de un bar y los movimientos de los extras son coreográficos y su figura se recorta del conjunto de una manera tan particular que pareciera que se va a poner a cantar y bailar en cualquier momento–. El problema, entonces, es que va “pellizcando” trozos de géneros, pero no profundiza en ninguno. Y el mensaje es vacuo, insípido e incoloro. No brilla por ningún lado, solo hace agua.
Por suerte, de la vereda de enfrente de DC se están ensayando otro tipo de propuestas más inclusivas, diversas y curiosas. Mucho más audaces y con ambiciones de críticas sociales y culturales. Y qué insólito y paradójico resulta que esos cuestionamientos se hagan en el corazón del mainstream, en la tierra del imperio Disney que llegó para comprarlo todo y quedarse con todo. Como profesa el dicho: “en casa de herrero, cuchillo de palo”.
Mujer Maravilla 1984 (Estados Unidos, 2020). Dirección: Patty Jenkins. Guion: Patty Jenkins, Geoff Johns, David Callaham. Fotografía: Matthew Jensen. Música: Hans Zimmer. Elenco: Gal Gadot, Chris Pine, Kristen Wiig, Pedro Pascal, Robin Wright, Connie Nielsen. Duración: 151 minutos.
WandaVision (Estados Unidos, 2021). Creador: Jac Schaeffer. Elenco: Elizabeth Olsen, Paul Betthany, Katherine Hahn, Teyonah Parris, Josh Stamberg, David Payton, David Lengel. Disponible en: Disney +.
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