¿Cómo mantener la vocación artística en un mundo que nos distancia al mismo tiempo que nos construye, clamando a la fuerza por una unificación de orígenes con focos radicalmente opuestos? Es decir, ¿qué posibilidades tiene la poesía, con tanto para hacer y tan poco espacio, que a pesar de que gobierna desde el silencio, se encuentra acoplada al funcionamiento de un motor que privilegia la eficacia, el esfuerzo basado en la competitividad y el mérito, en conjunto con una métrica del orden donde hasta un descanso debe ser programado? ¿Qué clase de contemplación no necesita la deriva para encontrar nuevos horizontes?
Analía representa todo ese movimiento, el conflicto de la autopercepción la atraviesa, mutando a través del transcurrir de los espacios que transita. Analía Couceyro contiene todo el drama de Actriz, su relación de esfuerzo con su interior y con el mundo exterior, el que al mismo tiempo actúa como el envase que la mantiene sujeta, se desarrolla con sutileza, se construye insistente sobre la base de lo no dicho.
Algunos ecos operan de rebote sobre el espacio de la labor teatral, como la problemática actual en la que se ve inmersa la cultura argentina. “Que depresión -dice Analía-, por suerte la gente todavía viene al teatro”.
El documental es en blanco y negro, esto pone de relieve la intención de generar un distanciamiento, acercándose al cordón de lo simbólico, pero sin perder el clima de un documental de observación. Con cortes precisos, el montaje enmarca una separación clara entre los espacios de construcción actoral y los lugares donde ella se prepara, en los camarines o en la intimidad de su cocina, mientras ensaya con esmero.
La preparación de varias obras teatrales simultáneas la mantienen en una ocupación casi permanente. La preparación del personaje de Marie Curie y su vida abnegada en favor de la lucha científica la asemejan a una de las mujeres creadas por Simone de Beauvoir en su novela La mujer rota. Pero esa neurosis literaria que revive es producto de un expulsar hacia fuera, de una actuación. Fuera de escena, Analía retorna a un eje impreciso, el que el director intenta desplegar para hacer visible las marcas que deja en ella la presión de la profesión.
El actor Erland Josephson dice: “Es un riesgo actuar demasiado, es una profesión extraña, se puede malgastar el gesto y agotar los recursos. Yo tengo mis expresiones para el amor y para el dolor, y a veces me asusta cómo se puede uno acercar a la prostitución mental al despilfarrar esos recursos. Necesito protegerme de eso y retirarme para luego volver limpio.”
¿Cómo se escapa uno del acto cuando se encuentra inmerso en el devenir de una vocación que se dirige imparable hacia su encuentro? ¿Cómo alejarse, si la actuación se encarna y se examina? ¿Cuándo escapa Analía de sí misma?¿Es posible habitar esa esencia impoluta que, creemos, nos define por sobre todas las demás cosas?
Analía parece saber qué anclaje le da sosiego y la separa de sus personajes, pero la cámara la persigue, con encuadres cercanos en su proximidad pero distantes en su rigidez, intenta poner en evidencia la máscara que se asienta detrás de la otra. Aprovechándose del vínculo con el espacio teatral, la revela en sus ensayos, en su casa, mientras trabaja en abrumadorasrepeticiones que le ayudan a memorizar los diálogos, encontrando en la sutileza ese embrollo emocional que se mantiene latente en Analía, desgastándola y energizándola diariamente.
Actriz (Argentina, 2017), de Fabián Fattore, c/Analía Couceyro, Fernando Noy, 81′.
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