Prefacio del libro En la tierra como en el cielo, cine estadounidense de ciencia ficción 1970-1989, por Matías Carnevale.
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¿Por qué En la tierra como en el cielo? Como observa Harold Bloom, “Si hemos de hallar nuestra condensación, a menudo terrible, a veces hermosa, sospecho que hemos de encontrarla en las formas amorfas e íntimas de nuestra fe nacional, en las rarezas implícitas de los fanáticos afroamericanos, de los baptistas sureños, de los mormones, de los pentecostales y de otras variedades de la experiencia espiritual.” (La religión americana, p. 12). Para el crítico, los EEUU son “Una nación obsesionada con la religión” y considera que “la religión americana lo invade y lo inunda todo, aunque esté disimulada, e incluso nuestros laicos, de hecho incluso nuestros ateos confesos, son más gnósticos que humanistas en sus últimos presupuestos. Somos una cultura religiosamente desaforada, que busca insistentemente el espíritu”. La mayoría de los films incluidos en el libro muestran esta presencia, ya sea de forma latente o patente. Por otro lado, la ciencia ficción ha abarcado, desde sus (debatidos) comienzos, ambos espacios, el terreno y el ultraterreno, las sociedades y los mundos posibles en nuestro planeta, y los mundos posibles e imposibles en otras galaxias. El cielo nuevo y la tierra nueva de la tradición cristiana, la Nueva Jerusalén, también han tenido su correlato en mundos más allá de este planeta. Por último, Bloom señala, apropiadamente, que “ninguna nación occidental está tan empapada de religión como la nuestra, donde nueve de cada diez personas aman a Dios y son amadas por él. Esa pasión mutua centra nuestra sociedad y exige ser comprendida, si es que hay que comprender una sociedad como la nuestra, obsesionada con el Apocalipsis.” (énfasis mío, p. 27). Hay algo de esto en el siguiente estudio: intentar asir parte de la historia norteamericana y comprender su cultura a través de su cine.
¿Por qué el cine? Aquí debo ponerme un poco autobiográfico: las imágenes, los sonidos y los personajes del cine me han llevado a reflexionar sobre aspectos de la realidad en más de una ocasión –como afirma Piglia en Crítica y ficción, “el cine nos ha enseñado a mirar la realidad” (p. 16)– y en otros casos, como en los cuentos que nos relatan de niños, han sido fuente de inmenso placer. Además, es muy probable que, en las películas de los períodos analizados, haya cierto dejo de nostalgia por un cine que ya no está, por esos films con los que crecimos y disfrutamos tanto aquellos que nacimos entre 1970 y 1980. Basta ver la forma en que el tono visual y la atmósfera de época son recreados en producciones recientes como Black Mirror (“San Junípero” y “Bandersnatch”), Stranger Things o Ready Player One. Asimismo, nuestra cultura se ha vuelto eminentemente visual: es probable que en una encuesta informal nos enteremos que las personas consultadas respondan que han visto más películas el último año que leído libros. Para enmendar esa situación, propongo esta suerte de paradoja, un libro que habla de cine.
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¿Por qué la ciencia ficción? Personalmente, la ciencia ficción y el género fantástico me han atraído desde una edad temprana, especialmente autores como E. A. Poe, Pär Lagerkvist o H. P. Lovecraft. Como menciona Frederick Pohl, la ciencia ficción es “una literatura de ideas” (todo otro género también puede serlo, desde luego, pero quedémonos con el aspecto apologético de la frase); y en el cine también lo ha sido, más allá de la espectacularidad y la pirotecnia visual con las que el público tiende a asociar el género. Este pone al alcance del espectador tal densidad intelectual, a veces mitológica, en ocasiones filosófica, que ya no parece necesario defender la ciencia ficción cinematográfica de los ataques de la crítica.
¿Por qué estadounidense? Si bien la ciencia ficción no es creación puramente norteamericana –los grandes modelos literarios son el francés Julio Verne y el inglés H. G. Wells, y en el cine la primera aventura galáctica, que combina obras de ambos autores, fue Viaje a la Luna (1902), del también francés Méliès–, el desarrollo del género, de uno menor con producciones de baja calidad cinematográfica a uno mayor con verdadero valor artístico, como 2001, tuvo lugar en Estados Unidos. Su teorización, delimitación como género y difusión hacia el resto del mundo también tuvieron lugar en ese país del norte.
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¿Por qué el período seleccionado? Los setenta vieron el estreno de films fundamentales para la historia de Hollywood y, por extensión, del cine contemporáneo: desde Tiburón (1975), Rocky (1976) y Annie Hall (1977) hasta El padrino (1972) y Apocalipsis Now (1979), pasando por Taxi Driver (1976) y Superman: la película (1978). Ciertamente, el cine no volvió a ser el mismo. De la misma forma, la década del ochenta puede ser caracterizada, a grandes rasgos, por el ascenso de films que fueron éxitos de taquilla, orientados a públicos adolescentes, mucho menos sofisticados o formados como espectadores, y por la pérdida del sentido del director-auteur, que había cobrado impulso en la década anterior. A pesar de estas consideraciones, John Carpenter, con dos films clave para la ciencia ficción, El enigma del otro mundo (1982), su remake del film de Howard Hawks de 1951, y Sobreviven (1988), James Cameron con Terminator (1984) y Aliens: el regreso (1986), y Paul Verhoeven con RoboCop (1987) lograron que el género sobreviviera y permaneciera en la memoria (y el deseo) de los espectadores.
Espero, lector, que disfrute de las páginas siguientes, que son producto de un largo proceso de investigación.
Si bien la filmografía consultada supera las cien películas, el corpus abarca una veintena: Colossus: el proyecto Forbin (1970), La amenaza de Andrómeda (1971), El último hombre vivo (1971), Naves misteriosas (1972), Edicto siglo XXI-prohibido tener hijos (1972), Cuando el destino nos alcance (1973), Rollerball (1975), Mundo futuro (1976), Fuga en el siglo XXIII (1976), Capricornio uno (1978), Pide al tiempo que vuelva (1980), El final de la cuenta atrás (1980), Timerider: el jinete del tiempo (1982), El enigma de otro mundo (1982), Extraños invasores (1983), El experimento Filadelfia (1984), Enemigo mío (1985), La sustancia maldita (1985), Depredador (1987), Sobreviven (1988) y Alien nación (1988).
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James E. Gunn, por ejemplo, en The Road to Science Fiction (1979, reeditado en 2002), sitúa el inicio de la ciencia ficción en la épica de Gilgamesh (2100-1800 a.C.), si bien abre la antología con el relato de Luciano de Samosata Relatos verdaderos (180 d.C.), caso temprano de un viaje fantástico.
Pensemos en Encuentros cercanos (Spielberg, 1977). La nave nodriza tiene mucho de ciudad celestial; y el regalo que los extraterrestres ofrecen a la humanidad es detener el tiempo, vivir fuera de él, más allá de lo maravilloso del viaje espacial.
Si bien la filmografía consultada supera las cien películas, el corpus abarca una veintena: Colossus: el proyecto Forbin (1970), La amenaza de Andrómeda (1971), El último hombre vivo (1971), Naves misteriosas (1972), Edicto siglo XXI-prohibido tener hijos (1972), Cuando el destino nos alcance (1973), Rollerball (1975), Mundo futuro (1976), Fuga en el siglo XXIII (1976), Capricornio uno (1978), Pide al tiempo que vuelva (1980), El final de la cuenta atrás (1980), Timerider: el jinete del tiempo (1982), El enigma de otro mundo (1982), Extraños invasores (1983), El experimento Filadelfia (1984), Enemigo mío (1985), La sustancia maldita (1985), Depredador (1987), Sobreviven (1988) y Alien nación (1988).
James E. Gunn, por ejemplo, en The Road to Science Fiction (1979, reeditado en 2002), sitúa el inicio de la ciencia ficción en la épica de Gilgamesh (2100-1800 a.C.), si bien abre la antología con el relato de Luciano de Samosata Relatos verdaderos (180 d.C.), caso temprano de un viaje fantástico. [1] Pensemos en Encuentros cercanos (Spielberg, 1977). La nave nodriza tiene mucho de ciudad celestial; y el regalo que los extraterrestres ofrecen a la humanidad es detener el tiempo, vivir fuera de él, más allá de lo maravilloso del viaje espacial.
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