“La realidad es el funeral de la ilusiones”, escuche por ahí, y se sabe que Hollywood es la fábrica de ilusiones más importante del mundo. En la nota de Eduardo Rojas sobre la última película de George Clooney hay un párrafo en el que reflexiona sobre el cine bélico made in USA: “Después de Apocalypse Now (1979) todas la películas son fragmentos, piedras que vagan por el espacio del cine como meteorito sin destino. Hay excepciones, enormes y menores al lado de la majestad de Coppola: Rescatando al soldado Ryan (1998) de Steven Spielberg y la dupla Cartas desde Iwo Jima (2006), de Clint Eastwood (descarto de la lista a La delgada línea roja y La conquista del honor (2006) justo entonces Malick se la creyó y empezó a derrapar). Las razones de esa condición fragmentaria exceden los motivos de esta nota, aun así puedo arriesgar que tienen que ver con la inconsciencia colectiva y la sustentabilidad de los valores que supuestamente se defienden en una guerra. Los que se perdió en Vietnam, en las arenas iraquíes, en las mazmorras de Guantánamo, en el lúgubre hongo venenoso de Hiroshima. Los precios que se pagan por ser un imperio”.
En el cine bélico de Hollywood hay una grieta, por un lado están aquellas películas que se hacen cargo de su propio discurso, y por el otro están las que no. Vivir al límite (2008), La ciudad de las tormentas (2010), La noche más oscura (2012), son parte del pelotón de películas que esgrimen un discurso que hace frente a la realidad, que asumen que la política exterior intrusiva no es gratis, y que lo ponen de manifiesto con gran pericia cinematográfica. Otras, como La caída del halcón negro (2001) y El sobreviviente, siguen creyendo descaradamente que EEUU tienen “la tutoría de la libertad internacional”. Batalla naval (2012), la película anterior Peter Berg, exudaba impunidad gracias a la coartada de unos extraterrestres que atacaban el planeta y encontraban oposición en la decidida armada americana. La reivindicación de la tecnología analógica, la música de AC/DC –entre otros guiños rockers que incluían un portaviones llamado John Paul Jones como el bajista de Led Zeppelin-, y el final con la foto de los verdaderos protagonistas –los buenos imperialistas- hacían que ese cuento ñoño y reaccionario resultara recreativo e inocentón.
El sobreviviente, en cambio, comienza con imágenes “reales” de cómo entrenan física y psicológicamente al comando Navy Seals. Los soldados lloran, se desmayan, ríen y trabajan en grupo con un único objetivo: convertirse en una especie de hombres súper poderosos preparados para invadir el país de turno y así aumentar su poderío económico, pese al costo altísimo en vidas. Una noche, cuatro comandos son depositados en algún lugar de Afganistán, cerca de las famosas montañas afganas donde se escondían los Talibanes, con la misión de llevar a cabo la logística de un campamento donde moran unos doscientos salvajes liderados por un talibán que rebana las cabezas de sus compatriotas delante de sus hijos. Los muchachos deslizan los datos a la base y deben esperar algunas horas hasta que llegue la caballería. De manera imprevista tropiezan con unos pastores y se desata el drama moral que justifica toda la película para el realizador: los yanquis tienen que decidir si los asesinan a sangre fría, si los atan y los dejan morir expuestos a la noche helada, o si los liberan, corriendo el riesgo de que el enemigo –que los supera ampliamente en número- los aniquile en un rato.
Después de una escena pusilánime se inclinan por la última opción, especulando con que el tiempo que van a demorar en correr la voz de su presencia será suficiente para pedir la extracción de la zona de riesgo y abortar la misión. Pero los yanquis subestiman a los talibanes y, mucho antes de lo que calculaban, están pisándoles los talones y eliminándolos uno por uno. Las muertes tienen un tratamiento épico muy divertido y a puro ralenti. Marcus Luttrell (Mark Wahlberg) es el autor del libro Lone Survivor y el único de los cuatro que logra sobrevivir gracias a un afgano con conciencia que lo esconde y luego se enfrenta con sus coterráneos para ayudarlo. Los escasos meritos de la película consisten, apenas, en una construcción eficaz de las secuencias de acción y en el manejo de la tensión acumulada durante la exquisita paliza que les propinan los talibanes.
El sobreviviente (Lone Survivvor, EE.UU. 2013), de Peter Berg, c/Mark Wahlberg, Taylor Kitsch, Emile Hirsch, 121’.
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Una cinta bélica basada en hechos reales dirigida con eficacia visual por el director Peter B. Un drama con una especie de estudio sobre la condición humana en una guerra, o sea, en una situación límite. Sin embargo, en manos del director Berg resulta lo que él mejor hace: cine de acción, de mucha faena, donde lo bélico es solo el paradigma de dicha acción. Dije que el filme se basa en hechos reales. Lo único es que están visualizados de tal manera que más parece un capítulo de Misión imposible en un campo de batalla, con cuatro soldados de Estados Unidos, diseñados como superhéroes, contra un montón de talibanes en Afganistán, estos tan torpes como crueles. Por otra parte El sobreviviente, tenemos un culto enfermizo a la guerra, deslizado aún entre sus situaciones más duras. Esto le da un espurio tono épico a lo narrado: la guerra nos da héroes cuya base se sustenta en matar y matar a más y más humanos. Solo falta portar un ábaco para llevar registro.
soberana cagada chauvinista, proguerra (no aprenden más eh? ), es «Combate » de cuando yo era chico loco !!! con sus fusiles con miras y silenciadores y camuflados copados y sus chistes y sus valor y su inteligencia y sus bellezas (que lindos son los estadounidenses ), matando alemanes …ah no, talibanes.