Charlton Heston semi desnudo y su “Lo hicieron” arrodillado, compungido, en la playa, con la Estatua de la Libertad enterrada en la arena por lo que aparentemente fue un cataclismo nuclear erigiendo uno de los mejores finales de la historia del cine.

            Lo insuperable a ese final en la catarata de secuelas (franquicia) mediocres que le devinieron en los siguientes sesenta años excepto por la gran El planeta de los simios: la guerra (2017) de Matt Reeves.

            Un nuevo reino con la película de Wes Ball. Muere César, pasan muchas generaciones y un nuevo reino en la Tierra. En el planeta.

            Darwin redux: los monos “evolucionan”, los humanos “involucionan”. Los monos “evolucionan” humanizándose. Los humanos “involucionan” animalizándose.

            Los monos construyen clanes, colectividades, símbolos, tecnología, ejércitos y hasta religiones. Los humanos, en harapos, sin el don del habla, toman agua con sus manos en un río a la par de cebras y demás animales salvajes.

            Los monos domestican y trastornan la metáfora de Herzog en Encuentros en el fin del mundo (2008) hablando sobre los animales que no domestican a otros animales. Los humanos huyen de la domesticación trastornados por la crueldad empírica que viven al ser cazados por los monos, lejos de cualquier metáfora.

            Los monos, en su “evolución”, parecen repetir los mismos errores -históricos y culturales- humanos que los llevaron a su triste colapso: la ambición de poder desmedida donde se justifica cualquier medio. El fin, es un medio más.

            Noa y Nova (Mae, interpretada por Freya Allan), los que intentan salvar (liberar) a sus pueblos respectivamente. Próximus (el mono rey y déspota) que intenta dominar el mundo. La tecnología (humana) como sinónimo de poder. El medio es el mensaje en términos de McLuhan. Darwin otra vez: la ley del más fuerte (“selección natural”) para imperar en el Nuevo Reino.

            El Nuevo Reino no es más que el calco bizarro de lo que alguna vez fue el viejo y que las otras tres películas de esta nueva saga recrearon desde el comienzo y cronológicamente, a diferencia de la saga de los 60. La moraleja choca con la moralina por momentos y se cae en el lugar común de la Avatar de Cameron y esa recuperación de “lo primitivo” como sinónimo de armonía entre las especies.

            La idea de lo colectivo como salvación cobra relieve una vez más en Hollywood. Humano y simio son lo mismo en este contexto: dos especies animales con cierto grado de desarrollo intelectual y cultural intentando conquistar un planeta colapsado. Lo ideológico persevera sobre lo biológico. Los rasgos de los monos para reír, llorar, sufrir, amar son muy humanos. Demasiado. Como el beso de Zira (Kim Hunter) a Taylor (Heston) en la saga de los 60. Empatía instantánea. Recurso eficaz.

            Lo “muy humano” funciona como una suerte de paradoja: lo que da vida trae muerte al mismo tiempo. Vida para matar. Muerte para vivir. El guiño mitológico-religioso con el nombre “Noa” al mono protagonista (Owen Teague) corta cualquier sutileza al respecto. No hay mayores sutilezas en la película de hecho. No debe haberlas tampoco.

            El planeta de los simios: Nuevo reino (2024) dura casi dos horas y cuarto. Dos horas y cuarto de acción y drama bien dosificadas, muy entretenidas, con grandes efectos especiales. Dos horas y cuarto de una franquicia que propone una nueva trilogía lejos del bodrio de Burton pero tampoco cercana a la genialidad del final de Heston en la primera de todas. Ahí, en esa brecha, habita El planeta de los simios: Nuevo reino: expectativa por lo nuevo en un reino tan (pero tan…) viejo como la humanidad misma.

Kingdom of the planet of the apes (EUA; 2024). Dirección: Wes Ball. Guion: Josh Friedman, Rick Jaffa, Amanda Silver, Patrick Aison. Fotografía: Gyula Pados. Edición: Dan Zimmerman. Elenco: Freya Allan, Peter Macon, Eka Darville, Kevin Durand, William H. Macy, Neil Sandilands, Sara Wiseman, Dichen Lachman. Duración: 145 minutos.

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