‘Close your eyes and I’ll kiss you ‘cause
with the birds I’ll share this lonely viewin’
Scar Tissue – Red Hot Chilli Peppers

Se inicia la partida de un juego de la Oca, sarcástico y dinámico, cuyos protagonistas son una madre y sus dos hijos. El árbitro que azarosamente indica el goce de la mala o buena suerte de estos participantes es un fantasma. Uno muy peculiar que no está disfrazado con una sábana blanca y que no viene a asustar por las noches. Este fantasma es el padre de la familia, un bombero honrado que falleció tras el intento de evacuar un incendio. Su retrato, su ropa, su historia siguen vigentes por medio del relato de la madre que lo ha convertido en el héroe preferido de su hijo mayor. La madre, luego de su pérdida, tuvo que ingeniárselas para criar a sus hijos y ser un soporte de contención adecuado para sus cambios de estadio: niñez-adolescencia y adolescencia-adultez. La niña ha avanzado varios casilleros y lleva la ventaja tras haber ingresado a la universidad y mudarse a su campus. La madre intenta seguir adelante, pero los dados la dejan estancada. Su hijo ha perdido varias oportunidades y cayó en el casillero “retroceda dos pasos”. Es que salir del nido materno y subjetivar la independencia lo alejaron cada vez más de la salida.
El rey de Staten Island, última película dirigida por Judd Apatow, presenta un fuerte sesgo autobiográfico. Está pensada por Pete Davidson y dedicada a su padre, el bombero voluntario Scott Davidson, fallecido el 11 de septiembre de 2001 durante los ataques terroristas en Nueva York. El actor de 26 años es el integrante estable más joven del mítico programa Saturday Night Live y es reconocido por su humor negro, sus intervenciones políticas contra los republicanos y por aspectos de su vida personal –neurosis, noviazgos inestables, adicciones, síndromes y traumas–. En una entrevista con Variety, Pete Davidson ha revelado que luego de la muerte de su padre ingresó en una depresión tan profunda que intentó quitarse la vida en una piscina a los nueve años. La dosis periodística de este párrafo es necesaria no para incentivar el morbo, sino para analizar con agudeza la que probablemente sea una de las obras más interesantes de la carrera de Apatow.
Las películas escritas y dirigidas por este cineasta se caracterizan por ser dramedys, es decir, dramas disfrazados de comedias. Virgen a los 40 (2005), Ligeramente embarazada (2007), Hazme reír (2009), Bienvenido a los 40 (2012) y Esta chica es un desastre (2015) son poseedoras de un tono único capaz de pasar del gag revulsivo a la tristeza irremediable en cuestión de segundos. A medida que fueron pasando los años, su cine se fue volviendo menos gracioso, más confesional, íntimo y reflexivo. El tópico frecuentado es la vida, sus alcances, tensiones y contradicciones. Hazme reír es una historia sobre el proceso de morir narrada descarnadamente, sin compasión. Película incómoda, realizada por un hombre que ha dedicado sus días a hacer reír a otras personas, y que se pregunta para qué sirve todo eso. Hacer reír en tiempos compulsivos, ¿tiene algún sentido? La vulnerabilidad de un hombre que decide usar la cámara de modo catártico y exhibir sus emociones más genuinas vinculadas a crisis de la mediana edad irradia la pantalla.

El ser y su relación con la vida es la dupla que más atrae y fascina a Apatow. La delicadeza y precisión son las herramientas más eficaces para abordarla en el cine desde el humor. El rey de Staten Island tiene puntos de conexión con Hazme reír por el tono crudo, desgarrador e impiadoso que maneja. Al clímax dramático se llega por escalas o, mejor dicho, por retrocesos en los casilleros del juego de la Oca. La película pareciera emular esa dimensión lúdica, contagiosa e irritante del popular juego de mesa. Irritante porque cada vez que los dados declaman mala fortuna se retrocede o se pierde un turno. Así, Scott (Pete Davidson) ve pasar oportunidades delante de sus narices como si fuera un maniquí expuesto en la vidriera de un local. El motor de vida de este personaje se detuvo en el momento en que su padre falleció, cuando era tan sólo un niño. El tiempo pasó abruptamente y hoy en día el reflejo que le devuelve el espejo es el de un hombre roto, cercano a los 30 años, que no sabe qué quiere hacer ni qué decisiones tomar.
Hacía mucho que no veía un afiche de película que me impactara tanto como el de El rey de Staten Island. Pete Davidson al frente, mostrando su torso desnudo, lleno de tatuajes, extendiendo los brazos hacia los lados y mirando implícitamente un cielo celeste encantador y puro. Sus ojeras y tristeza permanecen protegidas de la exposición tras unos lentes de sol modernos. La actitud corporal es desafiante ya que está erguido sobre un descapotable y mira al cielo. Es como un Jesús de los suburbios que mantiene el semblante en alto a pesar de que está por ser crucificado. Los estigmas de los clavos que religan a Cristo con la cruz aparecen en Davidson en cada una de las cicatrices coloridas y alegres que le confieren sus tatuajes. El dolor inscripto en la piel a modo de recordatorio. Davidson porta la fecha de defunción paterna en su cuerpo, pero eso no significa que la pérdida haya sido “duelada”. El desafío de este personaje, a lo largo de toda la película, será el de recordar sin quedar atado al dolor y construir un nuevo vínculo con su padre, a pesar de que ya no esté en el mundo de los vivos.
El juego de la Oca ideado por Judd Apatow se apropia de elementos del slacker, el coming-of-age y las películas de pandillas. El personaje de Pete Davidson no genera empatía con el espectador. Se trata de un joven que es tan fastidioso como el entorno que lo rodea. El desagrado de su anomia –carencia de reglas y de moral– y apatía –desinterés por el progreso material, espiritual y familiar– le configura una estela de outsider que desestabiliza el esquema valorativo y normativo del statu quo. Scott es una amenaza para el barrio en el que vive. Su fantasía por ser un célebre tatuador profesional lo lleva a aglutinarse en una pequeña pandilla de amigos con quienes practica el oficio. Así, un día un niño demuestra su interés por unirse al grupo y le pide a Scott que lo tatúe. La irreverencia de no acatar órdenes ni respetar las leyes motiva a Scott a burlarse del niño y comenzar a tatuarlo. Acción infructuosa que provoca llanto en el pequeño y la furia de su padre quien va en búsqueda de Margie (Marisa Tomei), madre de Scott. En el encuentro personal de ambos progenitores se sucede un flechazo amoroso y una declaración de principios: Scott es una amenaza y necesita límites.
El coming-of-age se asocia a la novela de educación que representa la imagen del hombre y la mujer en proceso de crecimiento. Los pasajes de estadio (niñez-adolescencia; adolescencia-adultez) implican enfrentar ciertos desafíos en los que se pone a prueba la moral de los personajes. El final suele desembocar en una moraleja y regreso al statu quo. Un protagonista “fracasado” como Scott tiene como actividades rutinarias frecuentar un sótano nocturno con su pandilla para fumar porro, mantener una relación sexoafectiva inestable, tomar antidepresivos, no poder acabar por culpa de los antidepresivos, tatuar compulsivamente a otras personas, tener un trabajo medio tiempo en un restaurant, dibujar superhéroes, celar a su madre y pelear con su hermana menor. Nada de lo que el personaje hace es productivo y útil al sistema capitalista en el que está inmerso. Con sus casi 30 años a cuestas, el núcleo familiar y social le demandará sentar cabeza: conseguir un trabajo estable, recomponer el vínculo ma/paterno, hacerse responsable de sus decisiones, tener una pareja heterosexual y duradera en el tiempo, estudiar una carrera, poseer un oficio, etc.

Una de las críticas negativas que siempre se le ha hecho al cine de Apatow es su política conservadora. Sus personajes disfuncionales y atolondrados siempre se reinsertan en el statu quo después de varias cachetadas. Con el Scott de Staten Island sucede algo similar. Su vida es tan problemática y nulas sus aspiraciones que el salvataje llega porque triunfa la familia, el amor heterosexual y el trabajo digno. ¿Por qué es necesario “normalizar” lo “anormal”? ¿Qué es lo que incomoda tanto de Scott, si después de todo una madre condescendiente, un padre (¿estado?) ausente, una sociedad fóbica a las disidencias o diferencias lo han engendrado y expulsado en un principio? En el juego de la Oca de Apatow la “normalización” tiene que ser con un final feliz, no basta con comparar a lo largo de casi dos horas al protagonista con un superhéroe de Marvel. Llegar al casillero de “salida” es elemental, mi Watson. Se celebra con el grand finale de reinsertarse en la sociedad conservadora de Estados Unidos con sus rascacielos voluminosos y radiantes. Apatow no es culpable de ello. Es el mero reproductor de un discurso antiquísimo como la Biblia, donde las cosas se llaman por su nombre y los desvíos a las conductas sociales naturalizadas como lo normal incomodan.
En esta moraleja característica del sub-género coming-of-age se esconde un abuso ideológico constructor de mitos e ideales. A la madurez no se la alcanza mediante la edad, se la consagra con acciones eficaces y productivas que confirman que el individuo está preparado para convivir por sus propios medios en una comunidad. Si ésta lo rechaza devienen los problemas. Pero, en ese caso, la solución la tienen los médicos especialistas en psiquiatría o espiritistas que con antidepresivos y libros de autoayuda harán de ese individuo un ser maravilloso.
El juego de la Oca que emprende Scott en Staten Island es el de adecuarse como sea a los mandatos, convenciones y presiones provenientes de su núcleo familiar y social. Despojarse de sus estigmas no será tarea fácil, lo llevará a perder el equilibrio y desear lo indeseable. Sólo “amigándose” con su sociedad patriarcal y expulsiva logrará ser vencedor en el juego. Un Jesús suburbano con ínfulas de tatuador que finalmente se consagre como adulto en la sociedad que lo vio nacer. Madurez a ser encarnada, subjetivada y transitada con el mejor de los méritos posibles.
El rey de Staten Island (The King of Staten Island, Estados Unidos, 2020). Dirección: Judd Apatow. Guion: Judd Apatow, Pete Davidson, Dave Sirus. Fotografía: Robert Elswit. Montaje: Jay Cassidy, William Kerr, Brian Scott Olds. Elenco: Pete Davidson, Bel Powley, Ricky Velez, Lou Wilson, Marisa Tomei, Maude Patow, Moises Arias. Duración: 136 minutos.
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