Me pronuncio abiertamente en contra de cierto tipo de humor reaccionario cuya eficacia se confirma y actualiza casi a diario. Me refiero a cierto tipo de humor que consiste en la burla simple y pura. A veces la burla encierra significados profundos, para beneplácito de psicólogos y lectores sagaces. Aunque, la mayoría de las veces, la burla sólo es humillante y nada más.
Por otra parte, también me pronuncio abiertamente en contra de la corrección política: en el extremo de su ejercicio se halla una nueva forma de puritanismo y, en el extremo del puritanismo, la censura y la locura fascista. Luego, pienso que el mejor humor es el que está más allá de la corrección política y de la burla. También pienso que ese humor es cada vez más difícil de hallar, como la buena literatura. Todo es repetición de fórmulas que, para más inri, no suelen ser muy elaboradas. El trasfondo del problema es profundo. Es cultural, y también político. Vivimos en una sociedad que se conforma con un discurso chato, sin contenido. Una sociedad que se conforma con el chiste fácil, con lo chabacano, con lo burdo. Mis amigos más cercanos me han escuchado varias veces pronunciarme en contra de ese humor al que yo llamo: El Muerto Que Se Ríe Del Degollado. Un tipo de humor que se extiende como pólvora en la web, porque funciona como funcionan los sistemas gregarios de supervivencia: gente que se asocia y se somete a la voluntad de los ocasionales líderes y a la opinión de las mayorías, porque siempre es más fácil someterse que cuestionar. Entonces, cuando las mayorías se asocian para destruir a un otro abstracto, siempre es muchísimo más fácil repetir, reutilizar la ideología en curso, antes que cuestionar o proponer una nueva. Por lo tanto, si resulta que hoy es gracioso burlarse de X o Y, entonces, mejor reírse de X o Y. Si alguien comete el atrevimiento de señalar que eso no es gracioso, sólo conseguirá el oprobio, el menosprecio consensuado, porque somos animales gregarios y es así.
Por suerte, existe gente que presenta batalla ante este comportamiento reaccionario. En una época, eran los intelectuales los que estaban llamados a advertir a la sociedad sobre ciertos vicios del comportamiento, los que denunciaban la tendencia hacia la idiotez crónica. Lamentablemente, hoy en día la mayoría de los intelectuales se han vuelto contra los intelectuales. Se han vuelto una parodia que, en lugar de causar gracia, causa tristeza.
Pero me estoy yendo por las ramas.
El punto es que este tipo de humor funciona como una fórmula: agarren los videos más vistos de la web, presten atención a los gifs y a los inbox que circulan masivamente a través de las redes sociales. Casi siempre se trata del Muerto Que Se Ríe Del Degollado. Gente que se cree más inteligente que otra porque es capaz de entender algo diferente que los demás no entienden y, por lo tanto, resulta gracioso (teóricamente) burlarse de ella. En el fondo, siempre hay una cuestión política que termina imponiéndose. Los aventajados se burlan de los que no tienen ventajas. Los privilegiados se burlan de los que no tienen privilegios. Los inteligentes se burlan de los tontos. Se trata de un tipo de humor dañino, de poco vuelo y nocivo, y quienes lo promueven y celebran no se dan cuenta de que, por lo general, ellos mismos forman parte de aquellos de quienes se quieren diferenciar. Porque toda parodia encierra, también, un homenaje. Sólo se burlan de los idiotas aquellos que también lo son. Ahora bien, la diferencia crucial se establece en el contrapunto entre quien se burla a conciencia de sí mismo y lo celebra, de una manera un tanto cínica, sí, pero compasiva, y quien se burla de los demás (o de sí mismo) como por accidente. Estos últimos son los que me entristecen. Los que no captan ironías, los que, de hecho, no saben ironizar. Suelen posicionarse en un lugar de arrogancia y mirar despectivamente a los demás.
A veces se confunden los unos y los otros. El humor, siempre, es un terreno complicado. En cualquier caso, todas estas ideas se precipitan en mi mente cuando pienso en el humor en general y cuando pienso en películas como El ciudadano ilustre, de Cohn-Duprat, o Balnearios, de Mariano Llinás, que, aunque nadie lo haya señalado aún, funciona como su reverso. Los personajes excéntricos de pueblo chico, los artistas desconocidos, los concursos de provincia. En ambas películas, el humor ácido y la autoironía se mueven en el filo de la burla directa. Ambas películas ponen de relieve el contraste entre la alta cultura y la baja cultura, entre la sofisticación y la rusticidad, entre la mirada europea y cosmopolita y la vida de pueblo. Ambas películas manejan con gran acierto la incorrección política. Sin embargo, la de Mariano Llinás es mejor, porque es abiertamente idiosincrásica y, por lo tanto, carece de culpa. No hay un personaje que vehiculice la visión del director, es la propia mirada del director la que guía la película. En cambio, en El ciudadano ilustre, la visión de los directores está vehiculizada a través de un personaje que pierde credibilidad y coherencia, porque se contradice a sí mismo y ahí es donde falla. La película utiliza un tipo de humor corrosivo, maligno, pero luego de tirar la piedra, oculta la mano y así es como se transforma en lo que involuntariamente pretende denunciar. Es decir, un producto pensado para el gran público que quiere denunciar el gusto masivo.
La película contiene, no obstante, algunos chistes y situaciones indiscutiblemente cómicas. Lamentablemente, no sabe sostenerse. El argumento principal, el argumento del que surge toda la trama, es efectivo y destacable, pero su desarrollo es fatalmente fallido. Podría detenerme punto por punto a señalar sus defectos (se supone que el protagonista es un intelectual, sin embargo un día se conmueve con una demostración de afecto y otro día no, sin que intermedie una explicación a esta contradicción de carácter, el último tercio de película pierde impacto, al quedar eclipsada la historia principal por la historia personal del personaje que, ni por asomo, es tan interesante y la resolución final es sobreexplicativa y accesoria, etc, etc). Sin embargo, lo cierto es que prevalece lo bueno sobre lo malo, los aciertos se imponen sobre sus defectos. Tiene el potencial para ser una obra maestra y no lo es, y eso siempre resulta ligeramente decepcionante, pero también es cierto que, al salir de ver la película, uno no siente que ha perdido el tiempo y eso es un gran logro. Hay dos o tres ideas que quedan rebotando. Incluso es posible que el significado de esas ideas vaya mutando en la cabeza. Para bien y para mal. Lo importante es que alcanza con eso para sentir el impulso, la necesidad, de recomendar la película.
La primera observación que hice al salir de verla fue que el problema de la Argentina eran los argentinos. También, que Mantovani podría ser César Aira (varias veces se rumoreó con su candidatura para el premio Nóbel de Literatura) y, si vamos al caso, Salas podría ser Coronel Pringles. Básicamente, pensé que esta película podría servir para explicar por qué Argentina no puede tener un premio Nóbel de Literatura.
El ciudadano ilustre (Argentina, 2016), de Mariano Cohn- Gastón Duprat, c/Oscar Martínez, Dady Brieva, Andrea Frigerio, Belén Chavanne, Manuel Vicente,Nora Navas, Marcelo D’Andrea, 118′.
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Hola Luciano,
Estuve leyendo tu artículo, yo vi la película el otro día.
No entiendo muy bien qué definís vos como ‘corrección política’, ‘inteligentes’, ‘tontos’, ‘bueno’ y ‘malo’. Son términos muy amplios y, puestos así, suenan a la vez muy absolutos y categóricos, a la vez que muy reduccionistas. Lo mismo ‘baja’ y ‘alta’ ‘cultura’.
Si te referís a ‘baja cultura’ la cultura de Salas, el pueblo de la película, y a ‘alta cultura’ la de los directores, a través del protagonista, creo que te perdés algo. Cohn & Duprat, a diferencia de Llinás (después voy a él, ya que lo mencionaste), saben hacer un retrato despiadado de su propia clase (media, media alta, como quieras llamarla) tanto en esta película como en El hombre de al lado. fijate por caso el escritor de El ciudadano ilustre – mezquino, misántropo, superado y desdeñoso (y vanidoso, como reivindica al final)- y el dueño de la casa que hacía Spregelburd en El hombre de al lado (un burgués cobarde de vida y familia alienadas, incapaz de solucionar por sí mismo el problema del vecino que hace Daniel Aráoz, un personaje que aquí replica Dady Brieva). Por otro lado se retrata más que una clase, una especie (la nuestra): todos los personajes de ambas películas son miserables, no hay «buenos» ni «malos»: todos tienen miserias y rasgos ruines;
A mi modo de ver el protagonista de El ciudadano ilustre tiene sus miserias y los ciudadanos de Salas las suyas (y éstos entre sí pertenecen a diferentes clases sociales, los hay «sojeros», «ricos», «políticos», «funcionarios», «vecinos», etc). En el pueblo él es un paria pero no solamente por cuestiones intelectuales sino también afectivas; esto se ve en la escena en que un viejito le convida mate para luego entrar abrazado con su mujer a su casa, mientras el escritor queda solo en un banco (contraste -si se quiere, muy grosso modo, ya que usamos términos reduccionistas- entre la vida pueblerina, serena, en pareja de los viejitos, contra la soledad cosmopolita y falta de afecto del escritor). Sólo puntualizaría como débil la sonrisa triunfal del protagonista del último plano de la película, que borra, creo, con el codo, lo que se viene escribiendo con la cámara hasta ese momento (pareciera decir «me salí con la mía», cuando lo que sufrió lo debería haber dejado más amargado que antes).
Vamos ahora sí a Llinás con Balnearios: qué hace ahí el «narrador»/director? Un pseudo documental, donde necesariamente se pone por fuera de la acción, juzgándola desde una distancia, aquí sí, superior. Distancia dada por el recurso pretencioso de la voz en off permanente. El grado de racismo clasista al que llega cuando describe a los bañistas en Córdoba es pasmoso. Y si vamos a evaluar la estructura del guión, Balnearios resulta despareja, con más o menos logros (entre los más, el segmento de la Costa, entre los menos, los que le suceden), pero despareja al fin (no tiene progresión dramática).
Algo que a mi modo de ver no sucede con las películas mencionadas de Cohn Duprat: guiones redondos (sin voz en off!!!!!, sin tiempos muertos), bisturí filoso sobre todos los personajes incluidos los supuestamente «superiores» por razones económicas o culturales (que resultan igual o más miserables que el resto).
En suma: bisturí sobre todos nosotros, porque en todos nosotros hay un poco de cada uno de los especímenes que nos muestran en la pantalla.
Así son las grandes obras: pintan su aldea, y pintan su especie.
Nadia,los cordobeses no son una raza.Saludos.
Estoy muy de acuerdo con vos. La vi hace poco, fijate vos cuanto tiempo despues de su estreno. Siempre estuve atento al cine argentino, pasé muchisimas tardes en el Gaumont, siempre me esmeré en valorarlo. No sé por qué no la vi antes, tal vez inconscientemente la consideraba demasiado buena y esperaba un momento especial para verla, como ese vino que tenes guardado y abris en ocasiones extraordinarias. La empecé a ver y creí que realmente estaba ante una obra maestra. No fui consciente de como fue decayendo. Solo al final cuando terminó, me di cuenta que está mas sobrevalorada que comer pollo con la mano. No digo que sea mala, pero como dice Les Luthiers «Bienaventurados los que nada esperan, porque nunca serán defraudados». Yo esperaba mucho de esta película, y ella me ofreció muy poco. Creo que nunca voy a criticar una actuación de Oscar Martínez, porque es de lo mejor que tenemos. Hay otras actuaciones dignas de destacar, y tal vez eso sea lo más rescatable de la película. El «humor» que ofrece me parece innecesario. No digo que sea mala la consigna, la idea es genial, pero me parece muy exagerada la forma en que «nos pinta a los argentinos» No digo esto ofendido, me hubiese gustado que saque a relucir muchas mas de nuestras miserias. Pero no, no me gustó la forma en que lo hace. La película está colmada de exageraciones o, mejor dicho, de reacciones exageradas, el personaje de Martínez, el de Brieva, todos. Todos reaccionan exageradamente. Tal vez el hecho de que no logre apreciarla tenga que ver con el gusto que tengo por las sutilezas, ya que esta película carece de ellas. Repito, no creo que sea mala, creo que está sobrevalorada, y personalmente no me gustó. Debo admitir que esa sobrevaloración me perturbe (o preocupe un poco). Tengo miedo que tengamos la vara muy baja
Luciano, hacés un acrobacia dialéctica para salvar a Llinás de tu planteo lapidario. La realidad es que ‘Balnearios’ se basa en la burla mucho más que ‘El ciudadano…’, porque la primera ni siquiera cuenta una historia interesante, ni pone en juego cuestiones profundas o dilemáticas, menos aun incomoda al espectador (mientras que al ver ‘El ciudadano…’ sentís una constante incomodidad, probablemente causada por la arrogancia del protagonista), de ahí que ‘Balnearios’ es notoriamente más elitista, cínica y vacía que ‘El ciudadano ilustre’. ‘Balnearios’ es un producto paradigmático de un niño rico snob que se dedica al cine. No es casual que los alumnos argentinos de primer año de la FUC la amen.