Qué será del verano (2021), el segundo largometraje del realizador argentino Ignacio Ceroi, ya desde su título plantea la apertura a la contingencia del devenir, y efectivamente es un encuentro fortuito lo que da soporte a la película como idea de viaje sin programa alguno, lanzado al puro placer de lo lúdico y de la aventura.

La voz en primera persona del narrador nos pone en situación: la novia del director decide unilateralmente irse a estudiar a Francia y éste, pese a su enojo, decide pasar sus 90 días de verano argento (el tiempo que le permite la visa) junto a su novia en dicho país. Compra una cámara en mano por internet dispuesto a registrar el viaje, pero hete aquí que cuando la enchufa por primera vez a la computadora descubre que había muchos videos de un desconocido. El intercambio epistolar a través de internet con este hombre llamado Charles, permite que el material devenga en ficción fílmica, redoblando la apuesta primera del director en el inicio de la película, aquella que planteaba un registro documental a partir del cual construir una ficción autobiográfica de su propio viaje. Entonces, el prólogo ya nos coloca en el marco de la narración dentro de la narración de ficción autobiográfica y en un film que se construye a partir del found footage –tan utilizado por el género de terror-, para dar cuenta de un horror realista, ese que preferimos ignorar y no mirar porque total está lejos, pero quizás acaso no tanto.

El relato en primera persona de Charles releva entonces a la primera persona del director, que en la primera parte nos cuenta y nos muestra la cotidianeidad de su vida. Charles vive en Montpellier y cuenta cómo conoció a los tres perros, al gato y a su esposa Margot, con quienes convive. Ya jubilado, el hombre yerra de paseo con sus animales por las inmediaciones del arroyo (como muestran los videos), permeable al curioso deambular de éstos. El fracaso económico de una pequeña empresa de almacenamiento que había montado tras la jubilación, lo lleva a pedir ayuda a un amigo de la familia que trabaja en la diplomacia. Es así que consigue trabajo como chofer en la embajada francesa en Camerún.

La segunda parte es la estadía de Charles en Camerún y sus aventuras en ese extraño país que no lo mira con buenos ojos. Y al dejar de ver en pantalla a Charles en el material fílmico, el director crea en el espectador el efecto de un pasaje del documentalismo realista autobiográfico a la ficción puramente lúdica, construida a través del montaje y la narración en voz en off. Así, la mirada de Charles en tierra africana registra la sospecha hacia el extranjero, las precarias condiciones en que viven los camerunenses (en contraposición a los fastuosos cócteles en la embajada), el desgarro de un país colonizado económica y culturalmente por varias potencias europeas (donde se hablan sus idiomas y es furor la gira un pastor evangelista) y la lucha disidente y desigual por la independencia que llevan adelante los hijos de los campesinos en la selva occidental, impunemente masacrados por el ejército estatal.

En la película, Ceroi establece un interesante contrapunto de miradas, que le aportan riqueza y complejidad. Así bascula entre la mirada de este hombre blanco sobre los habitantes de Camerún, cargada de fascinación por lo exótico y la aventura, pero no exenta de la contradicción de quien toma sin permiso esas imágenes desde el privilegio del hombre blanco y colonizador, pero que al mismo tiempo busca cierto sentido de trascendencia volcándose a la ayuda humanitaria. También es interesante el contraste entre las imágenes de las manifestaciones, la lucha guerrillera y la represión tomadas de cuerpo presente por Charles y aquellas que se ven desde lejos, mediadas por la televisión, desde la comodidad del sillón en Francia. Y un tercer eslabón es la mirada del propio Ceroi como turista y habitante del tercer mundo, con su novia radicada en un país del primer mundo, en la Francia de Macron, registrando lo difícil que resulta insertarse allí como extranjero y también la represión policial hacia los trabajadores organizados en el movimiento de los “chalecos amarillos” durante las manifestaciones en protesta por la nueva ley previsional. El país de las luces que pregona progreso con la revolución neoliberal y promete bienestar bajo los baluartes de la libertad, la igualdad y la fraternidad, revela su cara oculta y siniestra bajo la mirada y la ficción que construye Ceroi: el aumento de la desigualdad, la opresión y el odio hacia lo distinto (ya sea dentro de sus propias fronteras, como fuera de ellas). 

Que será del verano funciona entonces como una suerte de espejo en el que mirarnos en tanto país colonizado y expoliado, pero no se clausura en el realismo social. La película se abre también al juego de la ficción, a la sensibilidad del amor y el desamor y a la necesidad de buscar un sentido trascendente en medio de un mundo trágico, que acaso puede culminar en la locura altruista de un hombre aventurero, cuyo rastro se pierde en la selva y que no deja de evocar a las epopeyas realizadas por los personajes de Herzog.

Calificación: 8/10

Qué será del verano (Argentina, 2021). Dirección: Ignacio Ceroi. Guion: Mariana Lía Martinelli e Ignacio Ceroi. Producción ejecutiva: Cecilia Pisano y Jerónimo Quevedo. Productores: Jerónimo Quevedo, Cecilia Pisano, María Victoria Marotta, Franco Bacchiani e Ignacio Ceroi. Montaje: Hernán Rosselli e Ignacio Ceroi. Dirección de sonido: Hernán Biasotti. Cámara: Charles Louvet, Mariana Lía Martinelli e Ignacio Ceroi. Duración: 86 minutos.

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