Se estrena la última película de Wong Kar Wai y es sobre artes marciales. En principio parece una muy buena noticia: después de la bastante fallida El sabor de la noche (My Blueberry Nights, 2007)que el director de la casi perfecta Con ánimo de amar (In the mood of love, 2000) vuelva al ruedo con una película de género (las películas de artes marciales lo son, sin duda) es, en primera instancia celebrable. Pero los festejos llegan hasta ahí.
¿Hasta que punto se puede “estilizar” un género? Las películas de artes marciales son dinámicas, crudas, generalmente inscriptas en un melodrama donde los malos son malísimos y los buenos buenísimos y honorables hasta la exasperación. Nada de eso vemos aquí. Todo es precioso, glamoroso, detallado hasta el hartazgo, lejano, frío y sin alma.
El director abreva, sin ponerse colorado, en todos los lugares comunes de su estética, y los repite, y los repite. Recursos como la lluvia y la nieve (en toda la película, y la historia transcurre a lo largo de diez años, jamás es primavera o verano); los primeros planos, los planos detalle de pies y manos; la cámara que observa y recorre a los personajes desde fuera del lugar donde se encuentran, creando hermosas subjetivas a través de puertas y ventanas; la noche, la niebla y sus luces, todo teñido de una iluminación ambarina (¿de época?); y así… durante dos horas y monedas.
La narración abre con una pelea bajo la lluvia: es de noche y Yip Man (Tony Leung) solito, canchero y con un sombrero panamá, se enfrenta a un montón de otros y les gana, claro. Y la cámara se detiene en los charcos, las salpicaduras, los reflejos en el agua, y pensamos “qué linda escena” y recordamos algo parecido a la escena de Héroe,de Yang Zimou, y la pelea en la posada con Espada Rota y las gotas de la lluvia (que había pasado) cayendo sobre los cuencos y… sí, se parece bastante.
Aunque esto no sería lo más grave, es aburrido y eso es imperdonable. Pero no es lo más grave. Tampoco son tan terribles las preciosas coreografías que cada pelea plantea, ni que todas –absolutamente todas- estas escenas estén ralentadas (¿será por esto que la película es tan larga?), ni que abuse hasta el infinito de los saltos y los giros en el aire alla matrix, ni que todos los personajes –absolutamente todos- hablen todo el tiempo con crípticos proverbios.
Hasta podemos sobrellevar, sin demasiadas complicaciones, algunas decisiones del guión como que la familia del protagonista, un maduro y muy atractivo Tony Leung (que acá saca a relucir dos caras, serio y media sonrisa) desaparezca de la narración así sin más, o que, promediando el film, aparezca un grupo de “maestros” en guardapolvo (más bien parecen doctores o peluqueros) y que eso dé lugar a una escena de piñas (pero ojo, de piñas como las que venimos viendo, piñas-glam) para después contarnos que esa “escuela” empezó a aceptar alumnos (¿?). Todo esto no sería tan grave si no formara parte de la más terrible e imperdonable de las omisiones de El arte de la guerra.
¿De qué hablamos? Bueno, hablamos de la pasión. El arte de la guerra es una película desapasionada y eso es imperdonable. El protagonista, un hombre de buena posición, pierde todo en la ocupación japonesa: “enséñenme a ganarme la vida, nunca he sido pobre” le dice a sus amigos y no se le mueve un músculo. Conoce a la preciosa Gong Er (Ziyi Zhang), hija del maestro de maestros, y se baten en una especie de duelo, sus rostros casi se tocan, surge una especie de tímida tensión sexual y a Leung no se le mueve un músculo. La sinopsis nos cuenta que, a partir de este encuentro, “muy rápidamente la admiración que se tienen se transforma en deseo y en una historia de amor imposible” y pensamos que hemos llegado al nudo del melodrama que estamos esperando. Pero no. Sobre el final, en lo que será su último encuentro –y cuando se impone “poner los sentimientos sobre la mesa”-, Gong Er le confiesa a Yip Man: “usted ha sido mi corazón de corazones”. Él la mira con su cara seria, como si hablaran de lo caro que está el pato laqueado, sin decir nada. ¡Terrible!
Ojo, sabemos que Tony Leung puede hacer y “mostrar” mucho más, lo hemos visto muchas veces, sin ir más lejos en la mencionada Con ánimo de amar, o también en Infernal Affairs, de Andrew Lau y Alan Mak, o incluso en la no tan buena, aunque mirable, Lust Caution de Ang Lee.
A veces tengo la sensación de que Wong Kar Wai no pudo superar las expectativas que generó a partir de Con ánimo de amar; nada de lo que vino después pudo hacerlo y El arte de la guerra es una prueba más. Esta película es al cine de artes marciales lo que el soft porno es al porno. Una pena, tan lindo todo…
El arte de la guerra (The Grandmaster/ Yi dai zong shi, Hong Kong/China, 2013), de Won Kar-wai, c/Tony Leung, Ziyi Zhang, Jin Zang, Quingxiang Wang, 130’.
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Si pensás que esta película es de artes marciales es porque no entendiste nada.
No coincido para nada con la crítica,que me cuentan de las historias de amor del film, nada para aportar???’