Anunciando desde qué trinchera cuenta su historia, Guillaume Senez llama a su película Nuestras batallas (tal es el nombre original del segundo film del director belga) y a los dos minutos y medio su protagonista ya está imbuido en una de ellas.

La empresa no renovará el contrato de Jean-Luc, un trabajador del sector que Olivier (excelente Romain Duris) tiene a cargo en la distribuidora de productos de venta online. Él se opone, pero su prematura propuesta de evitar el despido con un traslado de sector advierte que la ofensiva en la negociación le pertenece a la patronal. Si bien no está allí el nudo principal del relato, ese inicio no es gratuito. La nueva película de Senez, que participó de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, es otra solapa dentro de ese interesante catálogo de películas de Francia y Bélgica que se centra en las vivencias de una clase obrera convocada a ser, una vez más, la que pague los platos rotos de una crisis que, al cuestionar su lugar en la producción, hace temblar todo el andamiaje social y cultural en el que se sostenía. La principal virtud en este caso reposa justamente allí, en su habilidad para sondear profundo en un drama familiar evidenciando su relación con el contexto económico y social, con sensibilidad y sin incurrir en didactismos.

Aún no amanece, su familia duerme, pero Olivier ya está saliendo a laburar. La música, con agudos que golpetean como reloj despertador y graves que acompañan la marcha animada del trabajador, sintetiza la situación y empalma bien con el pulso ajustado del trabajo en el depósito. El retorno a casa se asemeja a la partida. Llegar tarde, apenas para dar el beso de las buenas noches y cenar entre susurros. Luego, no queda más que descansar y repetir el procedimiento al día siguiente. Como arengaba el militante universitario en La clase obrera va al paraíso, de Elio Petri, la luz del sol hoy no lució para Olivier. Primera impresión de cómo el ritmo constante del trabajo derrama su orden riguroso y frío más allá de las orillas físicas de ese hangar. No por casualidad, los decorados y el vestuario están teñidos del azul de los uniformes de trabajo.

Los gorros de navidad repartidos por la empresa para no calefaccionar y las horas extra exigidas sin más dibujan un contexto de precarización laboral y despidos que anuncia las tensiones a las que se verá expuesto este encargado de sector y una idea que flotará durante toda la película: El Capitalismo 2.0. Aquel mito sobre la posibilidad de aggiornar las vetustas estructuras empresariales que ofrece el mundo digital con condiciones de trabajo horizontales y equitativas a partir de la incorporación de nuevas tecnologías no fue más que otro taparrabos simbólico. Un mito que sucumbe ante el primer cimbronazo de una crisis que desnuda la rapacidad inclemente y constitutiva del régimen capitalista. Las tablets que utilizan en ese enorme galpón para catalogar y ubicar los productos se descomponen constantemente. La tecnología fastidia, quizás a veces facilite, pero lo que de seguro no ha hecho es modificar la base material de la explotación.

¿Dónde está ella? es también una película más en la que los sindicatos se demuestran estériles a la hora de ofrecer resistencia ante el embate de las patronales. Si bien en esta película la organización sindical es reivindicada, al igual que en Dos días una noche, el drama de sus coterráneos Dardenne, el sindicato asoma como un espacio de solidaridad de primeros auxilios, poco más que un grupo de autoayuda, con escasa o nula capacidad para imponer cualquier contraofensiva. Sería interesante reflexionar sobre este aspecto, especialmente en estas latitudes, donde ciertas medidas ingratas, anunciadas como “ineludibles”, serían rubricadas en el marco de un acuerdo social. Formas de encarar este cuadro convulsivo que el cine nos ayuda a pensar. 

Como se mencionó, Senez acierta al articular las batallas laborales con las individuales y familiares. Mientras Olivier permanece abstraído en los conflictos laborales, su esposa, Laura (Laure Calamy), es víctima de un cuadro cuyo diagnóstico desconocemos, pero que la tiene sumida en una profunda crisis emocional, masticando una decisión que sacudirá a Olivier y toda la familia.

Poco después del suicidio de Jean-Luc, con Olivier sumido en la culpa por no haberle anticipado que sería despedido, Laura abandona el hogar sin previo aviso. Dos personas diferentes y dos formas de abandonar el hogar. En ambos casos, personas que, a pesar del amor, no encuentran en la familia la contención necesaria. Una manifestación palmaria, exenta de concesiones románticas, de cómo la familia, bajo las presiones sociales, no emerge como espacio de amparo, sino como organizadora embrionaria de la economía, velando por el cumplimiento de roles preasignados que pesan sobre cada miembro. En una reunión en casa de Jean-Luc luego de su velorio, su hija deja por un momento de ofrecer bebida y comida para observar extrañada su entorno. Todos, aunque respetuosos, parecen de pronto estar animados, bebiendo, charlando, incluso algunos sonriendo. En la mirada absorta de la joven se abisma la imagen de un cuerpo social que, de tan adiestrado en la injusticia, es capaz de administrar con pasmosa facilidad el tránsito por una de sus expresiones más brutales.

¿Dónde está ella?, título local que ostenta una cuota de oportunismo, como mínimo, indignante (salir en seis salas puede justificar algunas estrategias comerciales, pero no una que echa mano a un tema de dolorosa actualidad) nos permite, sin embargo, analizar el arco narrativo de la película. El primer reflejo de Olivier será, efectivamente, ubicar a Laura, pero no tardará en notar que ella se llevó sus cosas. “Esto no es una desaparición preocupante. Para ti es preocupante, pero ella en realidad se fugó”. La frase de su amigo policía tarda en ser asumida. Como en la planta, la línea de montaje de Olivier se fracturó y lo paraliza. El desorden, para un sujeto habituado al ritmo fabril, es letal. La idea de que fue abandonado, además de dolorosa, resulta por demás difícil de digerir. Si la idea de ser abandonado resulta difícil de digerir para cualquiera, de seguro lo es más para los hombres, cuyo sistema digestivo no está educado para procesar situaciones semejantes.

Pero su hija y su hijo no pueden aguardar. De pronto, este trabajador que no sabía de faltas injustificadas, debe suspender sus preocupaciones laborales para poner en marcha el hogar, que no tardó en ponerse patas para arriba. El desafío al que se enfrenta no se reduce a realizar las tareas domésticas, sino también a repensar el vínculo con los hijos. La ausencia de Laura abre un hueco que no se llena con un beso y unas cosquillas al final del día. El entorno acude en su ayuda y a su vez, actúa como caja de resonancia del conflicto. Su madre y su hermana se acercan como colaboradoras “naturales” del hombre en apuros, de seguro más acostumbradas a postergar cuestiones personales y profesionalespara atender las familiares. “Es normal que una madre acompañe a sus hijos”, le dice su madre a Olivier. No llama la atención que Claire, su compañera de trabajo, quien ostenta mayor nivel de autonomía militando hasta largas horas de la noche, viva sola.

¿Culpar o comprender a Laura? La primera opción, la que más a mano tiene Olivier y a la que primero acude, rápidamente demuestra su futilidad. Invitado (más bien empujado) por ese entorno de mujeres, Olivier comienza a explorar la segunda, que se ajusta más a esa Laura que él conoce, pero que es también la opción que lo interpela, que le otorga un grado de responsabilidad y le exige repensarse, ponerse en movimiento. Película de resiliencia, de cicatrices. Como las que Elliot exhibe en el pecho por un accidente doméstico. Esas que Laura curaba entre mimos y juegos y que su padre olvida atender, que el propio Elliot y hasta su pequeña hermana Rose se turnan para medicar. 

Conmovedora en muchos pasajes, la verdad transmitida se reciente cada vez que evidencia sus intenciones. Al igual que el azul del arte, imperante en la pantalla hasta saturar, la convicción que Senez parece querer comunicar asoma por momentos demasiado sostenida en diálogos cuya información se siente “muy puesta” y en acciones que anticipan decisiones de los personajes, mermando la eficacia de su apuesta por la austeridad y la sutileza.

Una de las personas que impulsa a Olivier a recomponer su vida y reformular su vínculo con los niños es su hermana Betty, quien se muda unos días junto a ellos para animar, contener y paliar ausencias. Su fresca y ligera forma de acoplarse a ese trío desarticulado es un bálsamo para la familia y también para la platea. Un personaje equilibrado y sutil. Muy bien interpretado por Laetitia Dosch, Betty aporta ternura y a la vez expresa verdades que traen al presente la figura de un padre con el que Olivier no sólo no pudo romper sino que reproduce. Aquel que con el ejemplo seguramente formó a Olivier en prioridades y pautas de conducta. Olivier irrumpe, así, como representación de una generación cuya educación como hombre, trabajador y padre a la que los cambios en curso pone en cuestionamiento. Dicho en términos que aplican al oficio de Olivier, en ¿Dónde está ella? Senez aborda un modelo de hombre que es el producto de una matriz inadecuada a su tiempo. El desgarramiento que transita, esa dolorosa pérdida de consistencia, es también un tránsito ineludible, la maleabilidad que se requiere para adquirir nueva forma.

Calificación: 7/10

¿Dónde está ella? (Nos batailles, Bélgica-Francia/2018). Dirección: Guillaume Senez. Guion: Guillaume Senez y Raphaëlle Desplechin. Fotografía: Elin Kirschfink. Edición: Julie Brenta. Distribuidora: Mont Blanc Cinema. Elenco: Romain Duris, Laure Calamy, Laetitia Dosch, Lucie Debay, Basile Grunberger, Lena Girard Voss, Dominique Valadié. Duración: 98 minutos.

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