El padre viaja con su hijo a su pueblo natal porque la madre del primero se encuentra en sus últimos momentos de agonía. Marco (Marcelo Subiotto) es ciego y su hijo Juan (Benicio Mutti Spinetta) lo acompaña como su lazarillo. Marco está ansioso, preguntando insistentemente datos acerca de cuánto falta y a Juan se lo nota con cierta tensión, ante esa demanda apremiante. Este comienzo ya da cuenta del tipo de vínculo que une a padre e hijo en Ciegos (2019). Se trata de una película dramática narrada con pasajes de suspenso, opera prima de ficción del realizador argentino Fernando Zuber. 

Cuando llegan a destino, Marco se reencuentra con su hermano (Luis Ziembrowski), quien le avisa que su madre falleció unas horas antes. La llegada a la casa natal es para Marco un viaje emocional, de reencuentro con el pasado, el cual recorre a partir del tacto de los objetos -los que permanecen y los que faltan- y de los aromas. Para Juan, este viaje es la posibilidad de tomar contacto con el pasado poco conocido de su padre, que comienza a vislumbrarse a través de los stickers de la Guerra de Malvinas que están pegados en la puerta del ropero de la que fuera la habitación del padre y donde él ahora duerme.

Juan tiene 13 años, está en los inicios de la adolescencia y comienza a trabar amistad con su primo y sus amigos, con quienes comparte las tardes en el río. El grupo de pares, el alcohol y un interés romántico aparecen como un nuevo espacio de iniciación y exploración que empieza a separarlo físicamente de su padre. El vínculo entre padre e hijo está invertido por la condición de Marco. Es Juan quien, con actitud vigilante, está pendiente del cuidado de ese padre que depende de él.  Entonces, cómo hacerse grande respecto de ese padre del cual se es sus ojos, se presenta como una dificultad con la que Juan tendrá que lidiar.

La ceguera hace de Marco un padre inseguro e inestable. Estos rasgos los aborda el director mediante una cámara un tanto errática, que no encuadra totalmente a Marco en las escenas, y a través de un arma de fuego, en tanto símbolo fálico en el cual el personaje se apoya para lidiar con la zozobra angustiosa.  

El director trabaja y dosifica adecuadamente el incremento del suspenso y la tensión inquietante, a medida que Juan se va animando a tomar distancia de la figura paterna. La separación física aparece así como un elemento desestabilizador para Marco, y más aún en el contexto de un retorno traumático de los fantasmas de guerra de su pasado. Pero también vemos que ese padre, que en su juventud enfrentó a la muerte, es decir, a aquello que no tiene representación, (como lo es el encuentro con una mujer), puede introducir a su hijo en ciertos rituales ligados a la masculinidad, como en la escena en la que le enseña cómo afeitarse. Esta escena es clave, no sólo porque da cuenta del padre como aquel que transmite una posición viril de identificación, sino porque introduce respecto de la función del padre su relación con el acto de fe.

Fernando Zuber acierta al dotar a la ceguera de Marco no necesariamente, o solamente, de la lectura de un rasgo de insuficiencia o impotencia paterna, sino que, conforme avanza la película, puede otorgarle un valor simbólico que trasciende la literalidad física. En todo caso, podría decirse que todo padre avanza en el ejercicio de su función a ciegas, es decir, sin referencias claras, sin un saber o modelo absoluto. En este punto, la paternidad, en tanto acto, implica un jugársela sin garantías, y encuentra su potencia transmisora y creadora en tanto soporta la castración.

Es en esta línea más simbólica donde puede también pensarse el plural del título. Ciegos son ambos protagonistas: el padre que no puede ver la necesidad de su hijo de experimentar y crecer, y el hijo que no puede entender las reminiscencias del pasado que embargan al padre. Así como es ciega la sociedad misma que prefiere no ver y sepultar en el olvido a los héroes y veteranos de Malvinas, pasando vuelta la página al horror y la vergüenza de aquello que se vitoreaba en las calles. 

Pero entre padre e hijo también se teje la complicidad y el trabajo compartido de reacondicionar la pileta de la casa. Esto puede leerse como la invención de una nueva modalidad de lazo entre ambos. De este modo, se opera un pasaje de la presencia, como elemento de sostén del lazo, a la simbolización de esta presencia por medio de la confianza mutua. De ahí que cobre toda su potencia metafórica ese arrojarse a la pileta en la secuencia final, que implica el salto de aprendizaje y crecimiento que se juega desde ambos lados.

Ciegos es una pequeña historia entre padre e hijo, tanto en lo que hace a la trama como a la austeridad de los recursos formales que el director utiliza. Pero gracias a las consistentes interpretaciones de sus protagonistas y a la economía narrativa de Zuber, que apuesta por los detalles, y que sabe que menos es más (evitando los subrayados y los golpes de efecto), Ciegos se convierte en una película fructífera en sus resonancias, invitando a repensar qué es un padre.

Calificación: 7.5/10

Ciegos (Argentina, 2019). Dirección: Fernando Zuber. Guion: Diego Fleisher , Fernando Zuber. Fotografía: Iván Gierasinchuk. Montaje: Delfina Castagnino, Santiago Esteves. Elenco: Benicio Mutti Spinetta , Isabel Aladro , Luis Ziembrowski , Marcelo Subiotto , Matias Recalt. Duración: 83 minutos. Disponible en Cine Ar.

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