Deseo, cuerpo e inmunidad. Prolegómenos a Dallas Buyers Club. “No deseo pertenecer a ningún club que me acepte como miembro”, decía Groucho Marx.
Disciplinamiento del cuerpo. La historia se desarrolla en los ochenta, primeros años de aparición del SIDA en Estados Unidos y, más precisamente, en el conservador estado de Texas. Allí, Ron Woodroof (Matthew McConaughey), un homofóbico e hiperbolizado vaquero, contrae la llamada por entonces “peste rosa”. Los médicos le pronostican alrededor de treinta días de vida. Los prejuicios de sí mismo y de sus camaradas (sociológicamente identificados como “red necks”), el rol de las industrias farmaceúticas, los procesos identitatarios y el papel de las fuerzas controladoras del Estado serán vistos como temas centrales sobre los cuales versará la película.
El comienzo en el rodeo no resulta un elemento casual: más allá de la evidente simbología entre el toro y la virilidad, el concepto de espectáculo que se monta en el rodeo es significativo. De la misma forma que en cualquier ritual, se incluyen elementos de lo sagrado y de lo profano que se fusionan y se actualizan simultáneamente, en el mismo acto. La idea de domesticar a la fiera conlleva necesariamente una acción de disciplinamiento y pacificación de “lo salvaje”. Por esto la escena del rodeo inaugural refracta y se encabalga necesariamente en el flashback que tiene el protagonista más adelante, cuando evoca la alocada noche de sexo sin protección en la que contrajo la enfermedad.
En ese sentido, desde el filme emerge una conceptualización del sexo como un doble engranaje de control sobre la vida contemporánea. Por un lado, la idea de disciplinamiento del cuerpo (la nueva práctica de sexo con protección, los exámenes médicos permanentes) y, por otro, lado el sexo como regulador de la población evidenciado en las políticas de salud estatales y su relación mercantilista con la industria privada farmacéutica. Se evidencian aquí aquellas palabras de Michel Foucault (1976) en relación a la existencia posmoderna: El sexo es acceso, a la vez, a la vida del cuerpo y a la vida de la especie. Sirve como matriz para las disciplinas y como principio de las regulaciones.
El recuerdo del contagio devela entonces esta unión latente entre lo individual y lo social dada a partir de la unión del “cuerpo” y de la “población”, tensión que aparece magistralmente abordada desde un excelente guión de Craig Borten, Melisa Wallack y las celebradas (muy justamente) actuaciones de McConaughey y Leto. Ron Woodroof crea el club de los desahuciados en un doble intento de supervivencia. Su acto es irremediablemente ilegal porque su cuerpo resiste la institucionalización. La decisión es operar desde la clandestinidad en una suerte de “estado de excepción”, lejos de las prácticas de los hospitales y al margen también de las regulaciones de la FDA. Así, el encuentro paradójico entre la transexual Rayon (Jared Leto) y Ron no se hermana (al contrario de lo sostenido por muchos críticos) en la lucha por la vida sino en lo opuesto: la asunción inmediata de la falta de salud.
El club de los desahuciados actualiza una verdadera communitas, ya que sus miembros no comparten un bien común (creencias religiosas, preferencias sexuales, ideologías, orígenes raciales) sino más bien, se reconocen progresivamente en la asunción de una “deuda”; ellos pueden reconocer una carencia compartida: el problema de la inmunidad que conlleva la enfermedad como metáfora. Se demuestra entonces que los cócteles farmaceúticos que buscan proteger la vida en realidad lo hacen a través de negarla (como las vacunas que inoculan virus, como el Derecho que utiliza los aparatos represivos para combatir la violencia) y esta aporía subyace implícitamente en todos los lenguajes de la posmodernidad.
La película trabaja en un registro correcto sin sentimentalismos ni golpes bajos el paradigma inmunitario en distintos niveles. El SIDA, por eso, no es tratado desde lo testimonial al estilo Filadelfia (1993) y si bien respeta ciertas líneas políticas de lo que se espera de un filme «oscarizable»; una lectura pormenorizada podría hacer tambalear esa apariencia de lo “políticamente correcto”. El acierto está en el tratamiento de la periferia, en la mercancía que genera su propio valor de uso y de cambio, en los procesos identitarios de los parias… La escena de rodeo final y la conclusión del espectáculo mediante la exposición de una cultura ingenua y primitiva que sobrevive detrás del american way of life que no sabe ironizar sobre su futuro ni sobre su destino; ella sólo actúa y materializa su política de Estado. El club de los desahuciados construye desde ahí sus sueños y sus pesadillas.
Aquí pueden leer un texto de Nuria Silva sobre esta película.
El club de los desahuciados (Dallas Buyers Club, EUA, 2013), de Jean-Marc Vallé, c/Matthew McConaughey, Jenifer Garner, Jared Leto, Steve Zahn, 117’.
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