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Hay dos líneas de diálogo significativas en la última y pésima película dirigida por George Clooney (las dos horas más largas que he sufrido en mucho tiempo). En una de ellas el propio Clooney, después de reparar un aparato de radio, dice: “¿Viste que no soy sólo una cara bonita?”, con el tono canchero ligeramente irónico, pero nunca demasiado filoso como para ofender a nadie, que lo caracteriza. Da toda la impresión de que a ese chiste para el espectador, más que para el interlocutor en la escena, hay que tomárselo en serio justamente por su naturaleza de contraseña. Si ese fuera el caso, habría un fondo patético en la carrera de este hombre que necesitaría (el uso del potencial se debe a que no parece estar pasándola lo suficientemente mal como para expresar la más mínima intensidad trágica en su cine) dirigir ficciones más o menos graves y/o ambiciosas para probarle a los otros y a sí mismo que es una cosa distinta de la que es, o una cosa superior a su apariencia (¿en la línea de Robert Redford?).

Si un director de cine no se lleva bien con las apariencias hay pocas posibilidades de que sea capaz de hacer algo con ellas que valga verdaderamente la pena, y Operación Monumento, una de las peores películas del año, lo demuestra aburriendo de principio a fin, no componiendo un solo plano significativo –ni siquiera bello- o cuanto menos incorrecto, no eligiendo plenamente ninguna formulación genérica (está más cerca de la comedia que del bélico, pero ya demostró en Jugando sucio (Leatherheads, 2008) que no tiene el más mínimo sentido del ritmo, y nunca se ensuciaría las manos y la conciencia poniéndole el cuerpo al segundo, lo que lo lleva a algo incluso peor, como vamos a ver más adelante), desperdicia a todos los actores (y ello implica que el potencial dúo cómico de Bill Murray y Bob Balaban no funcione en modo slapstick ni deadpan, que Dujardin no seduzca a nadie porque, entre otras esterilidades, la película asume para sí misma la moral sexual de Matt Damon, cada vez más representante de una castidad que ya no tiene sentido llamar puritana sino progresista), inviste al arte clásico de un aura que jamás consigue transmitirle al espectador a la vez que evita profundizar tanto en esa concepción como en el valor de cambio de las obras, y asume la moral simplificadora del cine de propaganda estadounidense durante la segunda guerra mundial.

the-monuments-men-matt-damon-cate-blanchett1Esto último constituye una especie de regresión desagradable si no perturbadora, porque se da en tiempos de invasiones militares estadounidenses fuera de control jurídico en buena parte del planeta, y porque proviene de un liberal demócrata, ala supuestamente moderada del nacionalismo estadounidense. La segunda línea de diálogo notable sucede una de las primeras veces que Clooney, representando el rol de maestro más condescendiente que puedan imaginarse (ciruela, se le decía por estas pampas, no sé si por lo empalagoso o por lo durazno), muestra la diapositiva de un dibujo hecho por Hitler en su época de estudiante de bellas artes y se oye a uno de los soldados decir: “No es malo”, y a otro agregar: “No es bueno”. No deja de ser curioso comprobar que en ese intercambio la película contiene su involuntaria descripción y en ese parecido circunstancial una cosa producida por Adolf Hitler se encuentra con otra producida por George Clooney, que aquí usa un bigote postizo más grande que el de aquel.

Aquí puede leerse un texto de Eduardo Rojas sobre la misma película.

Operación Monumento (The Monuments Men, EUA / Alemania, 2014), de George Clooney, c/ George Clooney, Matt Damon, John Goodman, Bob Balaban, Cate Blanchett, Jean Dujardin, 118’.

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