Diciembre termina con una noticia triste y significativa en el contexto del cine argentino de este año. Es muy complejo escindir lo racional de lo emocional cuando uno piensa en el final del ciclo Filmoteca en Vivo en la ENERC, que durante cuatro años llevaron a pulmón y con mucho amor la dupla compuesta por Fernando Martín Peña y el inolvidable Fabio Manes, fallecido ya hace dos años.

Desde lo emocional la Filmoteca, desde su llegada a la ENERC, se transformó en un lugar de pertenencia y de abrigo que durante los últimos dos años adquirió un nuevo carácter de resistencia cultural. La primera pregunta que a uno le viene a la mente es cómo la Filmoteca con su carácter inclusivo respecto a los consumos culturales y educativos sobrevivió durante dos años luego de la llegada a la presidencia de Mauricio Macri en la que cada decisión fue contraria -o por lo menos indiferente- a esos imperativos.

Peña tiene muy claro el componente político de lo estético y eso se observa en la elección de las películas que llevó adelante en todo este tiempo. Con un criterio lejano a cierto esnobismo propio del campo cinéfilo, y exhibiendo en las copias en los formatos originales, en este tiempo pudimos ver en la Filmoteca retrospectivas de cine soviético, muchísimas películas de cine mudo con musicalización en vivo, series clásicas de la TV de las décadas del 50, 60 y 70 del siglo XX, y joyas olvidadas del cine popular, permitiendo al público, agradecido en muchísimas oportunidades, tener acceso a películas que de otra manera jamás podríamos haber visto.

Peña, como Horacio González durante su gestión en la Biblioteca Nacional (que finalizó a fines de 2015), piensan la cultura no para diferenciarse de los que no tienen acceso sino para abrir los caminos de la difusión cultural. Es difícil pensar el final de este ciclo inolvidable escindiendo esta decisión de las políticas económicas sociales y culturales que se están llevando adelante desde hace dos años en todos los frentes. El ajuste en el área de la cultura no se diferencia en lo importante del ajuste en el resto de las áreas de la política económica que lleva adelante la actual gestión y es claro que espacios como el que llevaba adelante Peña cumplían una función contracultural que no está dentro de las normas que el establishment cultural puede tolerar.

Nos quieren fragmentados, solos y sueltos. Nos quieren sin ningún tipo de organización ni referentes para ordenar nuestros malestares y la Filmoteca en vivo funcionaba como un faro que organizaba nuestra socialización a la vez que cumplía la trascendente función política de amucharnos.

Giles Deleuze habla de las pasiones tristes: “los afectos tristes son todos aquellos que disminuyen nuestra potencia de obrar. Y los poderes establecidos necesitan de ellos para convertirnos en sus esclavos. Los poderes tienen más necesidad de angustiarnos que de reprimirnos. No es fácil ser un hombre libre: huir de la peste, organizar encuentros, aumentar la capacidad de actuación, afectarse de alegría, multiplicar los afectos que expresan o desarrollan un máximo campo de afirmación”.

Justamente ese es el valor simbólico que tuvo el proyecto de Peña y Manes en la ENERC durante los últimos 4 años. Nos permitieron a los cinéfilos amucharnos en un lugar que más que lugar era un hogar. En la Filmoteca no te cobraban entrada: o sea que podías disfrutar en continuado de hasta tres películas sin gastar un solo peso. Ese gesto de por sí es una provocación y alteración al orden instituido de nuestra cultura actual (así como en la Biblioteca Nacional durante la gestión de González en cada muestra podías llevarte un libro de manera gratuita).

Al poder actual le importa más angustiarnos que reprimirnos. De allí su manipulación de los medios de comunicación que reproducen discursos fosilizados sobre los temas de nuestra vida política y cultural (como si se pudieran pensar como separados ambos campos) que afectan nuestros resortes simbólicos produciendo un sentido común estandarizado y opresivo. Desde esa lógica es coherente la decisión de que Peña no continúe con su ciclo en la ENERC en 2018 impartiendo su particular lógica de pensar y entender lo que es el cine como disfrute popular y al mismo tiempo como manifestación política de la cultura.

Para finalizar estas líneas un sencillo recuerdo. La primera salida que hicimos con la mamá de mi hijo, una vez que nació Julián allá en julio de 2014, fue escaparnos a la Filmoteca un domingo a la noche a ver un western poco visto de John Ford. Cuando llegamos a la ENERC llovía torrencialmente así que antes de entrar a la sala nos ofrecieron un vasito de plástico con mate cocido. Ese gesto todavía me emociona y conmueve cada vez que viene a mi mente. Dos personas empapadas a las que antes de entrar a un cine se les ofrece de modo desinteresado algo de tomar para entrar en calor. Para mí la Filmoteca en vivo se resume en toda su dimensión en ese gesto de amor y ahí radica su potencia primaria y su capital subversivo. Pensándolo desde ese lugar es importante seguir resistiendo para que la Filmoteca en vivo no sea sólo un recuerdo hermoso e inolvidable de nuestras vidas. Sera cuestión de amucharnos de nuevo.

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