Una resonancia de acordes graves organiza sonoramente los espacios del protagonista de Corresponsal, de Emiliano Serra. Sonidos que irrumpen y estructuran un ambiente rígido, inapelable, con promesa de sentencia. Resonancias que aparecen y desaparecen en espacios endebles. Como si la invitación fuese a dudar del mundo, mediante escenas mayormente planteadas desde un microclima de extrañamiento que no solo ofrece la percepción del entorno, sino que es este el que presenta la subjetividad de un tal Eduardo Ulrich, corresponsal, investigador y topo (en la jerga, infiltrado), fundamental en el relato de los genocidios del Plan Cóndor. Encuadra con su cámara “literatura subversiva” – parte del botín de guerra-, acomoda elementos de operativos para un trabajo de puesta en escena con objetivo final en esa foto precisa, retrata a una niña de madre desaparecida. Y es recibido para la rendición de sus tareas por el jefe de un campo de concentración, en el campo mismo.

Lo que mas le interesa a la cámara del director es acompañar, y hasta perseguir, al cuerpo de Ulrich. Que no es cualquier cuerpo. Se trata de un personaje de presentación opaca; del vamos vaciado ideológicamente. No de mentalidad fascista expresa, pero si susceptible de que dicha cultura talle, horade su cuerpo y lo subjetive. Lo que mas se deja ver es la aceptación de su tarea cómplice a cambio de grandes sumas de dinero: un mercenario. Estamos ante el acumulador de un dinero que jamás vemos usar, ni es su puente para la proyección de otro futuro. Hasta aquí, la organización de este cuerpo como eje central aparece como más que interesante, en tanto su característica impertérrita no da lugar al conflicto modélico.

Pero el guion le pone un límite: en determinado momento se le cuela, de ahí en más en progresión, dicho conflicto. Recurso narrativo que, en términos bien generales podría llevarnos como espectadores a un vínculo de identificación con él. Pero esto no se produce porque la caracterización del actor Gabriel Rosas ofrece un hermético, por momentos en relación con su mundo circundante, y en otros recluido en un ostracismo, un ensimismamiento que recuerda en ciertos rasgos a oficinistas frustrados de ficciones sesentistas. Pero para la construcción del personaje Ulrich, eso es insuficiente. Porque no solo es cómplice: es peligroso en sí: una integración entre opacidad y violencia que lo torna impredecible. Opacidad que se diluye cuando empezamos a vislumbrar un conflicto expresado narrativamente en el pedido a su jefe de redacción de retirarse de aquello que comenzó y por lo que es recurrentemente felicitado. Pero claro, ya está adentro. Las insistencias de ese jefe para que no afloje y continúe con su tarea, no son demasiadas. El mercenario, aún con conflicto, sigue lo que ya es su rutina. De ciertas complicidades no se vuelve: quiera o no, ya es parte de la mafia. Porque eso fue el Plan Cóndor: un plan mafioso de ineludibles resonancias con nuestros tiempos contemporáneos en qué las leyes quedan expuestas como legalización de atrocidades. Basta recordar el caso argentino, que en el golpe de 1976 incorpora a la Constitución Nacional el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional. A la cancelación de la actividad política de entonces, con un Estado de sitio permanente, se la coronaba con documentación añadida que legalizaba el marco represivo. Por ello mismo, los textos de aquellos tiempos que hoy resuenan en la memoria del horror, en Corresponsal son expresados desde la alocución en off de Ulrich. Por citar solo un ejemplo, revivimos aquella Argentina en la que la voz oficial de uno de los locutores más famosos de aquel fatídico 1978 en que transcurre la película, presenta los primeros minutos de una de las producciones institucionales en cine mas canalla de nuestra historia cinematográfica: La fiesta de todos (Sergio Renan, 1979). Pero en el trabajo de Emiliano Serra, dichas palabras son expresadas por el protagonista. A esto le sumamos que la investigación que le encargan, a fin de delatar a integrantes de una agrupación política, es un caso real. Serra abre al público espectador un pequeño gran muestreo de los archivos del período. Su trabajo integra la evocación ficcional de casos reales, documentación textual para su reactualización, y el centro del relato en un personaje que se plantea con aquel matiz y luego se aplana con la decisión de guión de añadirle el conflicto. Aunque como afirmo, ni eso nos lleva a empatizar con él: de principio a fin, aún con eso, Ulrich es revulsivo. Albergar en su cuerpo un universo tan sórdido y asfixiante obstaculiza cualquier identificación. El universo cerrado del espía y su asfixia recuerda al protagonista de La conversación (Francis Ford Coppola, 1974), así como cierta inquietud – aunque por motivos antagónicos a Corresponsal – por el registro del mundo planteada en el Wenders de El estado de las cosas (1982).

Desde este lugar, en términos de cine moderno, las escenas no se encadenan desde una gradualidad orgánica: mas bien se presentan como irrupciones que se pisan entre ellas. La narratividad está presente, pero con baches, huecos y momentos alucinados. Un piso del aquí y ahora que tambalea en función del extrañamiento, que es lo mismo que decir la incerteza de que los hechos ocurren. Dicho extrañamiento es la incerteza de la época.

De algún modo, aún sabiendo desde la comprobación documentada, todo lo ocurrido, la capacidad de asombro que aún conservamos nos ancla a lo que aún podemos llamar vida. Necesaria para continuar. Aquella pesadilla no fue una pesadilla, sino un plan sistemático orquestado por seres humanos, no monstruos. Como ese pequeño corresponsal que no se vio obligado a naturalizar su complicidad, sino que eligió. Como eligen todos los operadores políticos del presente, mercenarios al servicio de los poderes empresariales.

Corresponsal (Argentina; 2024). Dirección: Emiliano Serra. Guion: Santiago Hadida, Emiliano Serra. Fotografía: Manuel Rebella. Edición: Emiliano Serra. Elenco: Gabriel Rosas, Gabriela Pastor, Agustín Ritta, Eugenia Spago, Jorge Pradono. Duración: 75 minutos.

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