Cuando alguna película o serie, por el azar o la providencia, se transforma en un éxito masivo comienzan a surgir un montón de cuestiones que exceden sus virtudes artísticas. División Palermo, la serie de Netflix escrita y codirigida por Santiago Korovsky, puso en el tapete temáticas como la inclusión y la discriminación y atrapada en esa agenda poco quedó de sus otros méritos. No se trata de que ideología mate arte, pero sí deberíamos poder pensar cuestiones ideológicas desde lo específico del objeto cultural en cuestión.

Con sus ocho episodios de veinticinco minutos cada uno, División Palermo se mete en el interior de una guardia urbana que se parece mucho a lo que hace unos años, en la ciudad de Buenos Aires, conocimos como Policía Metropolitana. Cruza de comedia con policial, la serie de Korovsky se apropia de los géneros y juega con todos los estereotipos haciendo humor con cuestiones reñidas desde el sentido común con la moral y el buen gusto. El debate acerca de con que sí y con que no se puede hacer humor es otra de las encerronas de la conciencia progre de nuestro país, que muchas veces cae en la solemnidad extrema y es ese camino el que nuestro cine lamentablemente ha replicado. El surgimiento, hace ya un cuarto de siglo, de lo que se conoce como Nuevo Cine Argentino marcó un antes y un después en relación a lo que era el alicaído cine nacional en los 90, pero luego no logró salir de esa solemnidad quizás porque el contexto en el que surgían esas primeras obras, atravesado por las políticas neoliberales del menemismo, no daba para la risa y la diversión. En esos primeros años surgieron películas fundacionales como Pizza, birra y faso, Mundo grúa, Bolivia, La ciénaga y Nueve reinas, que fueron un baldazo de agua fría y resultaron un batacazo inesperado para el cine argentino. Nadie imaginaba que en el contexto de una crisis económica, política y social de esa magnitud surgiría una camada de directores brillantes que pondría patas para arriba la producción cinematográfica del país. Sin embargo, la risa seguía ausente.

Es cierto que podemos encontrar trazos de humor en Okupas y Los simuladores, que sin duda son dos productos televisivos cercanos al cine y son contemporáneos y deudores del surgimiento de ese Nuevo Cine Argentino. Pero División Palermo surge 25 años después de aquel momento, y es una serie abocada de inicio a trabajar desde la comedia sin ningún tipo de prurito ni pudor. Pese a ello, División Palermo cuenta y se hace potente desde la idea de la cruza de géneros. El humor es central: los personajes se ríen de sí mismos y a partir de ese registro y esa libertad es que se puede delinear el espíritu de la comedia. El final del primer capítulo dará el tono justo entre el policial en serio y la comedia en su registro verbal y físico. Las referencias políticas a la realidad argentina son apenas pinceladas, como si de algún modo los creadores entendieran que muchas veces un subrayado evidente termina deteriorando la trama. Es más que claro que la División Palermo tiene evidentes similitudes con políticas de determinadas fuerzas de derecha que gozan del beneplácito ciudadano en la ciudad de Buenos Aires hace casi dos décadas, pero ese posicionamiento ideológico nunca empantana a la historia ni a los personajes. En ningún momento observamos un didacticismo escolar que transforme a los protagonistas en estatuas parlantes.

Más allá del ingenio de los chistes, el desarrollo de cada uno de los personajes es lo que le da mayor densidad a la historia. Desde las referencias a la corrupción policial -que parecen tener ecos de Los Ángeles al desnudo, el policial de Curtis Hanson de fines del siglo XX, más que a la banal realidad de la que se nutren los diarios para describir los tiempos sombríos en los que vivimos- hasta la irrupción sorpresiva de la violencia -que emerge en el final del primer capítulo como un abrupto cambio de registro y también recuerda cómo emerge la violencia en el film de Hanson-, la serie ofrece un relampagueo inesperado y poderoso que sacude los cuerpos y se aleja del estereotipo de la sitcom, oscureciendo la historia a contar. En el trabajo con el humor, la elección de Daniel Hendler -gran exponente de cierto humor melancólico rioplatense, como si se tratara de una suerte de cruza entre algún personaje de Woody Allen con el Antoine Doinel de la saga de Truffaut- concentra el guiño al absurdo que la serie decide cultivar. Un psicólogo devenido jefe de escuadrón que resulta ser el líder de esta armada Brancaleone del siglo XXI, que incluyen a un ciego, un trans, una chica en silla de ruedas, un judío, un gordo y un boliviano. Pilar Gamboa es Rueditas, una joven en silla de ruedas que detesta la lástima y que sabe que el deseo no tiene que ver con las posibilidades físicas sino que es básicamente un estado de la mente. Cada uno de los integrantes de esta guardia urbana brillan con luz propia. Todos esquivos a los patrones hegemónicos, nunca reciben un tratamiento piadoso o de conmiseración. Todo lo contrario. Son ellos los que se ríen y sobreviven como cualquiera a la vida que les toca vivir.

Como contracara, Valeria Lois es la inescrupulosa jefa del gobierno de la ciudad que se ocupa entre operativo policial y operativo policial de publicitar las bondades de esta nueva guardia urbana sin tener mucha idea de que se trata. Los villanos también le dan espesura al relato, logrando que la subtrama policial no se reduzca a un mero artificio. Alan Sabagh, referente de la comedia argentina desde comienzos de la década pasada, se luce aquí con su humor extrañado como uno de los integrantes de una juguetería que en complicidad con la policía encubre actividades vinculadas con el narcotráfico. Carlos Belloso, en su papel de psicópata, genera miedo en cada aparición y es quizás el que mejor interpreta ese cambio de registro del que da cuenta la serie. El humor salvaje de la nueva comedia americana se actualiza también en ese humorista border que es Martín Garabal, quien se luce en la piel de un policía corrupto y salvaje pero con códigos de compañerismo. Por último, el propio Korovsky construye un personaje que bien podría ser un descendiente directo de la neurosis que llevaron a la pantalla artistas de la talla de Woody Allen y Jerry Seinfield. Perdido en una crisis existencial derivada de un colapso amoroso, su ingreso accidental a la fuerza será la posibilidad de intentar iniciar una nueva vida.

Como Freaks de Tod Browning o en La armada Brancaleone de Monicelli, la ficción se utiliza para jugar con las ideas preconcebidas de éxito y de fracaso. Los freaks no buscan redimirse de ningún estigma social. La comedia funciona como prisma cuestionador de las convenciones sociales dinamitando los estereotipos y lugares comunes. Como si se tratara del coyote persiguiendo al correcaminos, aunque sepan que finalmente van a fracasar lo siguen intentando. No hay goce en ningún tipo de padecimiento, más bien lo que triunfa es reírse de cualquier sentido común progresista. División Palermo se hace fuerte en la idea de que incluso los denominados perdedores radicales y los portadores de determinados estigmas sociales son capaces de construir y dotar de sentido su vida sin la necesidad de una mirada piadosa del resto de la sociedad.

En última instancia, la victoria final de este grupo de perdedores, la que le da sentido a su existencia, tiene que ver con la idea spinoziana acerca de las posibilidades de la materia. El triunfo de esa materialidad se ve claramente en el personaje de Pilar Gamboa que a pesar de no poder caminar destila sexualidad en cada aparición. Esa metáfora, como lugar de afirmación del ser, es la comprobación del tipo de propuesta anárquica y contracultural que representa División Palermo. Sin caer nunca en didacticismos ni moralinas, ofrece la posibilidad de subvertir una mirada asignada y transformar la sospecha en empatía, haciéndose fuerte en dos palabras singulares como amor y amistad. En estos años plagados de cinismo, nunca está de más volver a las fuentes.

División Palermo (Argentina/2023). Dirección: Santiago Korovsky, Diego Nuñez Irigoyen. Guion: Santiago Korovsky, Martin Garabal, Ignacio Sánchez Mestre, Florencia Percia, Ignacio Gaggero, Martina Lopez Robol, Mariana Wainstein. Elenco: Santiago Korovsky, Daniel Hendler, Pilar Gamboa, Alan Sabagh, Valeria Lois, Carlos Belloso, Martin Garabal, Charo Lopez, Marcelo Subiotto, Renato Condori Sangalli, Hernan Cuevas, Julio Marticorena, Valeria Licciardi, Facundo Bogarin, Nilda Sindaco. Duración: Ocho episodios. Disponible en: Netflix.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: