*Escucha mi sonido. Don Cornelio y La Zona fue protagonista de una doble ruptura en la década del 80. Cada una se corresponde con sus dos discos oficiales. El primero –llamado como la banda- rompió los esquemas del pop rock dominante en los años de la posdictadura, a partir de una poética particular –que se vislumbra especialmente en “Tazas de té chino”, con su letra trabajada como un cadáver exquisito- y la crudeza musical. Esta, algo atemperada por la producción discográfica de Andrés Calamaro trajo consigo una paradoja: el disco fue exitoso, la banda se posicionó en cierta masividad, pero terminó con la abjuración de ese LP por parte de los miembros del grupo por no respetar el sonido real. “Patria o muerte”, el segundo disco, supone una ruptura con el modelo planteado por la grabación anterior: la crudeza ya no se esconde y la voz de Palo Pandolfo se estira hacia límites en los que se confunde con el grito rabioso y descontrolado. Poco después, el grupo implosionó, sumido en su propia vorágine, dejando para los años por venir una grabación en vivo que se convertiría en el tercer disco, y donde se profundizaba el concepto de esa segunda etapa grupal. Lo que siguió fue, en todo caso, la persistencia en la memoria a partir de un puñado de hits y del aura de banda fundacional, cuyas esquirlas se rastrean hasta la actualidad, no solo en los diferentes proyectos que llevó adelante Pandolfo (Los Visitantes, La Hermandad) sino hasta en grupos como Acorazado Potemkin.

*La primera línea. Hace un par de años, el voluminoso e imprescindible libro de Santiago Segura, “Pozoguerrilleroirascible”, puso a Don Cornelio en el centro de una recuperación acorde a su legado. La historia, minuciosamente narrada a varias voces, acercaba unas cuantas pistas sobre materiales que permanecían inéditos y que habían sido guardados durante años por el baterista de la banda, Claudio Fernández. Cenizas y diamantes, el documental de Ricky Piterbarg, se nutre especialmente de esos archivos para trazar la forma –algo informe por cierto- que asumió la banda. Así puede entenderse que se tome la decisión de romper con la estandarización que implicaría replicar canciones completas. La idea de Don Cornelio como banda no la da ese posible estado de completitud, sino el recurrir a la fragmentación que desde lo visual termina reflejando la poética en estado de gracia de Pandolfo. Las imágenes de los shows que se recuperan son pequeños estallidos que se suceden unos a otros, reinstalando la zona de incomodidad que la banda planteaba. Una réplica del caos –controlado-, de esa energía volcánica, como recuerdan desde el presente los músicos, que se transmitía desde y hacia el escenario –esa distancia que se vuelve mínima, casi sin barreras reales- y que el montaje realza seleccionando piezas que funcionan como choques eléctricos hechos canciones turbias y desesperadas.

*Densa oscuridad. En Cenizas y diamantes no hay superficies suaves por las cuales deslizarse, sino una asperidad continua, un grupo situado en las coordenadas que le dictaba su propia energía. Hay solo una escena rescatada del archivo que parece ir en sentido contrario y es la de la presentación del grupo en un programa de la televisión de Chile. Pero la luminosidad del estudio, la amplitud de la escena, la prolija disposición de los jóvenes en la platea, revelan esa imagen como una mascarada; tan potente como el hecho de que la versión de “Ella vendrá” proviene de un playback. Esa escena, insertada entre las otras, revela la no pertenencia a ese espacio y en todo caso, el carácter rugoso de la misma proviene de esa falsificación que propone la puesta en escena.  Es la demostración que lo que se ve allí no es la banda sino un simulacro calculado. Don Cornelio es lo que se ve en las otras escenas de shows que se rescatan: esa que se aprieta en pequeños escenarios en los que el calor vuelve a los cuerpos sudorosos, esa en la que la voz de Palo se descerraja sobre el público y la banda suena poderosa y sin filtros innecesarios.

*Escalera de una torre. La historia se reconstruye con la percepción de que el mundo de pertenencia de la banda se mantuvo sin variantes. Los espacios en los que se mueven dan cuenta de ello. Basta con ver en el comienzo la fila de gente esperando para ingresar a un show: un pasillo largo y algo oscuro, paredes descascaradas, un espacio alejado de la centralidad. Esa imagen inicial –en la que también vemos emerger a Palo entre la gente- es apenas la punta del hilo de la que el documental comienza a tirar y que se compone de otros pasillo, de escaleras y terrazas (en la casa de Claudio, donde ensayaban), de patios y sótanos, lugares pequeños y oscuros donde se cobijaron. Los miembros de la banda no dejan de moverse en esos espacios, como lo remarca la reunión en el presente, en ese espacio del barrio de La Boca, en el que, después de todo, se quedan compartiendo un guiso con el hombre de la calle.

*Si en la música, en las ramas, ves mi cara. El documental asume una forma que conjuga dos tiempos del relato. De un lado, el pasado congelado –pero furioso- en las imágenes de ensayos y shows. Del otro, la reunión de los músicos que hicieron Don Cornelio. En Cenizas y diamantes se evita la puesta a través de la típica entrevista formal. Como si ello se revelara un imposible, prefiere registrar las voces como parte de un diálogo ocasional, de cruces de palabras que van y vienen a partir del reencuentro. Puede percibirse allí, consciente o no, la imposibilidad de competir en el mismo terreno que exploró el libro con exhaustividad, aunque ello implique resignar parte de la posible profundidad que pudiera alcanzar, para concentrarse en los rasgos emotivos. En cuanto a las imágenes del pasado, la centralidad que adquiere Palo Pandolfo es notable. No solo por ser el cantante y frontman de la banda, sino porque esas imágenes parecen venir a conjurar su ausencia. La presencia virtual se va construyendo, se traslada a las imágenes del presente como si fuera un fantasma, de lo que da cuenta el momento en que la banda toca y la voz de Palo proviene de la grabación del pasado. Los músicos, los amigos, no pueden sustraerse de esa percepción y, entre velas, se acerca una invocación explícita. Lo que hasta ese momento era falta, se repone desde lo espiritual, esa forma de la hermandad en la que la figura de Palo Pandolfo se vuelve, de nuevo, presente.  

Cenizas y diamantes (Argentina, 2024). Dirección: Ricky Piterbarg. Guion: Roly Rauwolf, Ricky Piterbarg, Norberto Ludin. Fotografía: Juan Costamagna, Julia Zarate. Edición: Norberto Ludin. Duración: 89 minutos.

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