El-futuroPor Gabriel Orqueda. 

Hasta ahora las dos mejores películas que vi en el Bafici se destacan no por sus temas, universales en ambos casos, sino por lo brillante de su puesta en escena, por lo novedoso de su forma y la contundencia de sus imágenes, complejas y profundas aun en su transparencia. En O homem das multidões, Cao Guimarães (gran descubrimiento) y Marcelo Gomes elaboran un retrato silencioso de un hombre de ciudad, conductor de trenes, callado y contemplativo. Lo universal aquí es la soledad, lo singular es el modo en que es mostrado ese estado: el formato de la imagen, cuadrada y angosta, vertical, remite a la ventana frontal del tren por la que el protagonista, Juvenal, mira el mundo, pero también parece ser esa la manera en la que se mueve dentro de él; desde el principio, cuando la película lo presenta de espaldas, caminando por los rieles entre dos formaciones detenidas, la profundidad del plano indica que es poco y limitado lo que hay para ver, o, muy por el contrario, que tal vez este hombre ya ha visto demasiado. Sin embargo, son pocas y breves las escenas a bordo del tren, y abundan aquellas en las que el protagonista se mezcla entre la multitud por esa Belo Horizonte urbana y gris que escamotea su belleza o la esconde en sus innumerables edificios. Juvenal camina, bebe cerveza, come y se ríe de una conversación ajena, observa la noche desde su balcón y la transita sereno e introspectivo, estableciendo relaciones con los demás en base al silencio, incluso cuando tiene sexo. O homem das multidões prescinde prácticamente de las palabras, y su belleza reside allí, en lo que no se dice, en lo que se desprende de la esencia, casi primitiva, de sus imágenes. De aquí que dos de los momentos más luminosos estén cargados, paradójicamente, de una melancolía acumulada por los años y el peso de lo cotidiano, de una tristeza contenida que finalmente aflora entre lágrimas: Juvenal asiste como padrino al casamiento de una compañera de trabajo, a la que se adivina igualmente solitaria y triste; luego de la fiesta, cuando ya casi no queda gente en el salón, el padre de la novia lo invita, con un gesto mínimo de la mano, a sentarse para tomar cerveza. Ambos beben y se miran, brindan antes de cada trago y permanecen en silencio. La escena recuerda al episodio entre Walter Jakob y el león en Historias extraordinarias, donde la voz del narrador los imaginaba como dos amigos que se conocen de toda la vida y que ya no necesitan hablarse. Ambos momentos son hermosos a partir de una carencia, de una falta que nunca pretenden reclamar. El otro momento ocurre en el final, cuando la misma compañera, al parecer recientemente abandonada por su esposo, llega entre sollozos al departamento del taciturno y solitario protagonista. Este la hace pasar y la deja descargarse, no le dice una sola palabra. La mujer se va al balcón a llorar, Juvenal la observa desde la silla; el plano se cierra sobre él, se queda con su rostro iluminado por la luz tenue que proviene del exterior, con su mirada clara y a la vez profunda que parece comprenderlo todo. La belleza, en el cine de  Cao Guimarães y Marcelo Gomes, es interna.

ohomemdas_f03cor_2013130454El futuro es el otro gran acontecimiento del festival. La película de Luís López Carrasco resalta por su formato incandescente, por su estructura incendiaria que derriba toda lógica con pretensiones de encasillarla. Ambientada en los ochentas, en el momento en que el partido socialista liderado por Felipe González asume el poder en España, dejando atrás el largo y oscuro período franquista, El futuro recrea de manera destructiva los recuerdos de ese porvenir inminente (la sombra de Marker anda dando vueltas por ahí), y lo hace llevando al máximo el artificio. El plano inicial, con la pantalla en negro y la voz en off anunciando los resultados de las elecciones, antecede a la fiesta que tiene lugar en un departamento donde un grupo de jóvenes, entre los que se observan militantes, artistas, punks y bohemios, charlan y beben animadamente, celebrando lo que se deja atrás y preparándose para lo que viene. Lo universal aquí es la euforia, la alegría implícita que trae todo cambio, todo aire de renovación. Lo que vuelve única a la película de López Carrasco es la contaminación de ese espíritu festivo: la música de la época (notable combinación de rock y post-punk), saturada y con letras que hablan de vómitos azul limón y de zombis invadiendo las calles y devorando todo a su paso, se superpone muchas veces a los diálogos de los protagonistas, volviéndolos inaudibles, generando una especie de aturdimiento que se complementa con la textura sensible y resquebrajada de la película. También se escucha una versión del tema Héroes, de David Bowie, símbolo de la intensidad pasajera y efímera de cualquier celebración. El futuro está llena de grietas, de agujeros negros, de cortes e interrupciones que justifican la efervescencia del presente que retrata. Corriendo el riesgo de devorarse a sí misma, de quemarse con el fuego que todo el tiempo bordea el carácter desatado y anárquico de los personajes (una mujer les da de beber leche de sus pechos a varios hombres), la película va más allá, tanto que llega al presente: el plano final de El futuro da cuenta del contraste entre esa fiesta desbordada de color y ruido, llena de psicodelia y aturdida esperanza que vimos e intentamos comprender desde el principio, y la España actual, silenciosa y gris, casi desierta.

O homem das multidões (Brasil, 2013), de Cao Guimaraes y Miguel Gomes, c/Paulo André, Silvia Lourenço, Jean-Claude Bernardet, 95′.

El futuro (España, 2013), de Luis López Carrasco, c/Lucía Alonso, Queta Herrero, Rafael Ayuso, 67′.

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