Diez años han pasado de aquel comienzo del universo que se declara finiquitado con esta nueva y última entrega, instancia que promete aunar a todos los súper héroes más potentes de Marvel para enfrentar al enemigo más poderoso del universo. Hace un año que la mitad del universo está extinto y la otra mitad (conformada por los héroes no caídos en batalla) busca venganza. La expectativa depara el goce épico de una batalla sin parangón. La expectativa no es más que otra ilusión del castillo de Disney que se derrumba a los pocos minutos de ingresados a la sala.

Si en las anteriores entregas de esta saga el fundamento principal se basaba en las escenas de acción, utilizadas incluso como recurso alienante, donde la destrucción y el vértigo no dejaban lugar más que para el goce estético de la contemplación, en Endgame se elige el llanto patético como leitmotiv movilizador. Así como la conformación (¿estilística, retórica, organizadora de sentimiento nacionalista?) del Hollywood del siglo pasado se constituyó a partir del dispositivo genérico del Western (conquista de los salvajes para fundar una nación racional, ordenada -y WASP-, con héroes individualistas en su soledad ontológica), la configuración -como aparato ideológico- del Hollywood de principios del siglo XXI está determinada por el cine de superhéroes (salvar al mundo del Mal, la cuestión del expansionismo y la heroicidad colectiva). Para ello es esencial la empatía, el pathos. Pero lo que antes se lograba desde el humor y la simpatía, en esta entrega donde todo se finiquita en su decadencia, es la lágrima lo que busca primacía. El problema es que esa lágrima no se justifica desde el interior de la película -ni siquiera si sumamos a esta la anterior Infinity War-, sino que descansa sobre los diez años y las veintidós películas que la preceden. Descansa sobre el cariño que el espectador/seguidor tiene por esos personajes, un espectador fanático que, por su condición de tal, aceptará cualquier final, cuales quieran sean sus formas. No se trata acá de negar que hoy el universo Marvel representa un capital cultural inmensurable y que sus personajes han instaurado una fe plástica de salvación que nada tiene que envidiarles a los grandes relatos religiosos. Por el contrario, la película de los hermanos Russo se cobija tanto sobre ese hecho que la estrategia argumental a la que recurre no hace otra que exacerbar eso que ya está instaurado, y que al hiperbolizarlo termina vistiéndolo de parodia. Parodia vacía, sin reflexión, porque no es intencional. Es ese el tipo de parodia que marca la muerte de una forma, la finitud de un universo. Los planos bajos que encuadran al Capitán América y sus expresiones cerámicas de héroe de acción, las líneas extraídas de viñetas amarillentas (y amarillistas) diciendo(se) su frase cliché, no sin antes destaparse de su postura de absoluta rectitud lanzando una muy jugada –para él- puteada al aire (“Atrapemos a ese hijo de puta”), las líneas lacias y las miradas suspicaces, los gritos, ralentis, pianitos… Todo llevado al extremo para que la espectacularización demuestre su aparato y no permita ya ningún reconocimiento, ninguna reconciliación entre espectador y universo proyectado ya que este revela cada uno de sus cables.

El armazón muestra sus costuras y la fantasía se desvanece al tiempo que los otrora omnipotentes ídolos muestran su forma más “humana”: un Steve Rogers en grupos de autoayuda, un Tony Stark padre y esposo, un Bruce Banner que deja su lado bestial para ser un término medio y controlado, un Thor entregado a la bebida y al Fortnite. En términos de los hermanos Russo, esta característica humana sería incapaz de soportar, de transitar el duelo. Dos tercios de la película son avocados a la decadencia y a eso que tanto tiempo se negó en el UCM: el triunfo de la escatología que supone la llegada del fin del mundo. El enfoque está puesto en hacer mella en la inmortalidad de los héroes, mostrarlos finitos, dañables, porque lo que realmente se ha perdido es la figura heroica. La heroicidad parece llegar a su fin porque todo se ha vuelto decadente en ese luto propuesto por la extinción de la mitad del universo, extinción que la otra mitad no tiene forma de superar más que apelando a la física cuántica para desdoblar la realidad. La solución a la muerte, a la extinción y despedida, no es otra cosa que volver al pasado. El pasado de la historia, de los héroes. Así, la solución que los personajes encuentran para luchar contra Thanos es la que los guionistas encuentran para enfrentar el final de la franquicia. Descansar sobre ese pasado y trabajar-poco y nada- sobre él. Las referencias a otras películas, por dentro y fuera de la saga, funcionan como ganchos directos a la nostalgia, e incluso los personajes/actores que reaparecen (Robert Redford, Rene Russo, Natalie Portman…) han perdido su dimensión para transformarse en meros adornos que aggiornan la escasez argumental y el vacío de vértigo: los universos titánicos confluyentes que prometían grandes escenas de acción y batallas épicas se desestiman minutos luego de comenzado Endgame, al dejar al invencible Thanos (nombre que de por sí remite a lo tanático, a eso que se ha dado a designar como la pulsión de muerte) por demás desinflado. Un personaje interesante por ser el único con verdaderas texturas, con dimensión y contradicciones que lo tornan realmente humano, tangible, pero por sobre todo porque propone un debate ético que lejos está de trabajarse: el de la escasez de recursos y la salida malthusiana de descenso de la población. Un personaje tan real que no pertenece a ese universo de figuras aceradas en pleno llanto.

Llanto que se mantiene durante toda la película porque el luto nunca es superado, sino que se engaña por un rato porque para el héroe la única muerte que se legitima es cuando se perfila en forma de sacrificio. Pero incluso ese sacrificio no es más que un cartón que muestra sus pliegues, con escenas mal trabajadas desde lo dramático, tanto desde lo argumental como desde lo propiamente formal, sumado a que los actores no destacan –en su mayoría- en aptitudes melodramáticas como para solventar lo que se busca desde lo interpretativo, y esas pretendidas hazañas homéricas terminan reducidas a una anécdota que se sustenta por el cariño más que por la calidad.

Calificación: 4/10

Avengers: Endgame (Estados Unidos, 2019). Dirección: Joe Russo, Anthony Russo. Guion: Christopher Markus, Stephen McFeely. Fotografía: Trent Opaloch. Edición: Jeffrey Ford, Matthew Schmidt. Elenco: Robert Downley Jr., Chris Evans, Mark Ruffalo, Chris Hemsworth, Scarlett Johansson, Paul Rudd, Elizabeth Olsen, Jeremy Renner. Duración: 181 minutos.

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