Colorado Territory (Raoul Walsh, 1949)

El mito: Ir a ver una película de género es ir a que nos cumplan una promesa. Abusivamente pedimos que no deje de darnos lo que vamos a buscar y que no deje de sorprendernos. Las expectativas del western incluyen a un héroe, con su sombrero, su caballo y su habilidad con el revólver. Grandes paisajes funcionales a la historia, las grandes praderas, el desierto, las montañas rocosas, los ríos infranqueables; algunos indios, para enfrentarse a ellos porque son el peligro o para admirarlos por su sabiduría, que creemos haber poseído y perdido a través de los siglos; un villano capaz de cualquier cosa por dinero; un par de tiroteos y un duelo; algunos pusilánimes para meter al héroe en problemas; si es posible, una chica para que al final el cowboy no se vaya solito, pero que no joda mucho durante la película. Y si todavía queda espacio algún personaje cómico, un barbero y un barman. Para no pasar todo esto con el estómago vacío, unos frijoles, café y whisky.

Todos estos elementos conforman el mito del western. Nacido del “encuentro de una mitología y una forma de expresión”, como dijo Bazin, el western se convierte él mismo en mito. Posiblemente en eso se diferencie de los demás géneros. Ningún otro tiene tantos tópicos tan reconocibles. Esta configuración como mito en sí mismo puede ser la explicación de su éxito mundial.

Para un estadounidense es la expresión ideal de su propia historia transformada en mito fundador. Los pioneros, la fundación de una nación con nuevos valores, la conquista de la naturaleza, la comunión con la naturaleza en contra de la sociedad corrupta, el esfuerzo individual, el “mind your own business”. Son tópicos de la cultura y la historia norteamericanas. No es difícil entender que este mito, combinado con el arte norteamericano popular por excelencia, produzca en una persona nacida en Estados Unidos una identificación, un orgullo y una expectativa que lo justifiquen.

Es más difícil pensar por qué algo tan propio de una cultura se instala en todas las culturas del mundo, también en la argentina. La invasión cultural norteamericana no alcanza como explicación. Si fuera suficiente, hace años que seríamos fanáticos del fútbol americano, el béisbol, la música country y el asado arrebatado. Es cierto que la historia argentina y estadounidense tienen algunas coincidencias: un gran territorio virgen con diferentes climas y geografías, ser naciones con una historia muy reciente, la naturaleza aún inexplorada y salvaje, la conquista del territorio indígena, la ganadería, la emancipación de Europa; pero los ideales culturales son diferentes.

Asalto y robo a un tren (Edwin S. Porter,1903)

La configuración como mito en sí mismo, como pura literatura, es lo que hace que el western sea popular en países como el nuestro. Así como las epopeyas griegas nacieron del mito de los héroes guerreros, de historias que seguramente se construían a partir de los combatientes reales. Así como estos héroes fueron luego habitantes de su propio mito literario, realizadores de hazañas dignas de dioses y no hipérboles de las hazañas humanas, el cowboy, para un argentino, es un personaje puramente ficcional. Para un chico, un pirata, un mosquetero, Luke Skywalker, Superman y un cowboy eran todos héroes de la misma jerarquía: protagonistas de historias de aventuras. La base histórica del cowboy es una curiosidad sin mayor importancia. No hay algo ahí más representativo o que genere mayor identificación que los demás héroes.

Entonces, pensar que la potencia del western reside en ser la expresión de un mito o la mistificación de la historia no tiene sentido fuera de Estados Unidos. Cabría pensar hasta qué punto lo tiene dentro de ese país. Sin duda lo tuvo en un comienzo, sin duda los primeros westerns no sabían que estaban creando un género particular. La historia del género es la de la escisión entre mito y realidad. Asalto y robo a un tren (Edwin S. Porter, 1903)es considerado el primer western, en él prácticamente coinciden la época en la que está filmada y la época representada. El mito está reducido a cero. No hay héroe ni habilidades extraordinarias. Con un poco de voluntad lo podemos ver como la recreación de un hecho real, casi una crónica periodística.

En películas posteriores aparecerán dos hechos históricos y el nacimiento del héroe. Por un lado la guerra de Secesión. Tema que, si bien estará presente en westerns ya establecidos como género, raramente será el centro de la trama o las acciones del héroe estarán centradas en esta lucha. Un evento histórico y propio de Estados Unidos queda en un segundo plano, favoreciendo la instauración de un género mítico fuera de la historia y más universal. No sería ridículo pensar que las productoras favorecieron esta orientación para no perder los mercados internacionales.

John Wayne guiando a los colonos en The Big Trail (Raoul Walsh, 1930)

El otro es la epopeya de los pioneros. Como dijimos, al principio como ficcionalización de la historia, introduciendo la figura del héroe e idealizando el esfuerzo de esos pioneros. The Big Trail (Raoul Walsh, 1930) es un ejemplo de este tipo de westerns fundacionales. Sin duda, a nadie se le escapaba en 1930 que era una ficción sobre un hecho histórico real. Incluso no tendría sentido fuera de ese contexto. El género fílmico aún no tenía independencia de la historia real. Breck Coleman (John Wayne) es un héroe ya idealizado, pero que tiene una función en los hechos históricos. La importancia de sus peripecias radican en esta función histórica. La inmadurez del género se nota en que, si bien es bueno disparando, su gran habilidad es arrojando cuchillos, destreza que no compartirá con el elenco de cowboys una vez establecido el género. Pero sí compartirá con ellos su conocimiento de la naturaleza, su comunión con ella y algo aún más importante: su motivación inicial no es guiar a los pioneros sino una venganza personal. La aventura se le atraviesa en su camino privado, no pretende la gloria ni la admiración.

Fundar una nación y su historia: Posiblemente, el gran éxito de Estados Unidos como nación sea haber creado una historia propia, abolir el pasado europeo, tener sus propios valores, sus propios mitos fundacionales, su seguridad en estar iniciando la Historia. Sentirse el nuevo pueblo elegido en la nueva tierra prometida. En The Big Trail se escucha una arenga: “¡Esta jornada comenzó en Inglaterra! Ni las tormentas, ni la hambruna los detuvieron. ¡Ahora nosotros retomaremos esa pista y nada nos detendrá! ¡Estamos construyendo una Nación y deberemos sufrir para lograrlo”. Por un lado la conciencia de la fundación que debe ser llevada a cabo a cualquier costo, atravesando tormentas y montañas (estas  escenas son espectaculares), sufriendo pérdidas de vidas que son tomadas como un precio justo, no como una tragedia inesperada. Por otro lado, es remarcable la extrañeza que se experimenta al sentir nombrar a Inglaterra en un western. Europa no existe, el resto del mundo no existe, la historia de los pioneros es una historia privada y fundacional, no se inscribe en una historia común, ni universal, Estados Unidos tiene su propia historia que no es la de Europa.

Para poder empezar de cero, el terreno que se elige es virgen, la naturaleza salvaje incontaminada por la historia precedente. El pionero admira la naturaleza que simboliza este comienzo, pero también sabe que debe conquistarla y eso implica el peligro de contaminarla. La tensión de esta contradicción está siempre presente. El jinete solitario en enormes paisajes mitiga el miedo a destruir el paraíso, eso tan enorme parece indestructible por algo tan pequeño. La misma sensación producen los planos en los que el cielo ocupa gran parte del espacio y el jinete queda en una mínima parte de la pantalla.

John Wayne con su cuchillo en The Big Trail

Como dijimos, la nueva historia se funda sobre nuevos valores. Estos nuevos valores se oponen a los de la historia europea atravesados por siglos de verticalidad expresados en la monarquía, la nobleza, el sistema feudal. Es poco habitual que el cowboy tenga madre o infancia, nunca se alude a ninguna de las dos. El pasado puede ser un error, o delictivo, o con alguna cuenta pendiente… pero siempre es un pasado ya adulto. La personalidad del cowboy no está configurada en su infancia, la crea él mismo con sus acciones voluntarias y conscientes. Es que la historia acaba de comenzar. Esta idiosincrasia se contrapone a la argentina. Nuestro país mira siempre a la madre Europa. Los “padres fundadores” sueñan con traer Europa a América, ser una nación como Francia. Se piensa el país a partir de un modelo a imitar. En el tango la madre está siempre presente, es la que nos dijo cómo teníamos que ser y a la que le fallamos por no poder cumplir. Se vuelve a la casa de los viejos, a los valores de la niñez. Valores, más que repudiados por el cowboy, directamente ausentes. La herencia es importante para la nobleza, es la fuente de su poder, al no haber nobleza cada uno hace construye su poder desde la nada.

Los valores del barrio: Europa está presente en el este de Estados Unidos, no en el interior más profundo. Los valores nuevos están emparentados con lo que acá llamaríamos los valores de la calle, del barrio. La lealtad, el respeto a la palabra dada, no abusar de los débiles y no permitir que los demás infrinjan estos valores. Se ha dicho (posiblemente con algo de exageración) quelas caravanas de pioneros fueron alentadas para alejar la guerra de pobres contra ricos de las grandes ciudades. Así, los trabajadores más emprendedores no pelearían por sus derechos en las ciudades sino que se irían a buscar su propio destino. Además, las leyes le otorgaban la propiedad de la tierra al que la trabajara durante cinco años alentando el emprendimiento individual. Es entonces, con los valores de esta gente, de clase trabajadora, emprendedores, creyentes en el esfuerzo individual, con los que se formaron los valores que todavía dominan el centro de Estados Unidos.

En Argentina, en cambio, la tierra se repartió entre pocos terratenientes. Al ser una tierra muy rica se necesitaba muy poco trabajo para producir riqueza. Esto creó una clase ociosa con los valores europeos y una estructura más vertical de la producción y la vida social. La única esperanza del trabajador era tener mejores condiciones laborales,  pero nunca un proyecto propio. Estas mejores condiciones son conseguidas por un líder que guía a la masa en lucha.

El villano le da la espalda a Randolph Scott en The Tall T (Budd Boetticher, 1957)

El héroe norteamericano en cambio no es nunca un líder de multitudes, no arenga a la masa porque nunca hay masa, hay individuos. Nunca da discursos, si alguien los da, es más esperable encontrar al héroe a un costado armando tabaco que participando. Este es uno de los nuevos valores más distintivos de esta nueva nación. Si los héroes homéricos luchaban por la gloria, los cruzados por dios, los caballeros y los mosqueteros por el rey o por la patria, el cowboy lucha por su propio destino. Su búsqueda es siempre individual, la aventura se le cruza en el camino mientras está haciendo otras cosas y no le queda alternativa que participar. En la inmensa mayoría de los westerns el protagonista va en camino de una tarea privada muchas veces comercial (llevar ganado, buscar oro, buscar nuevas tierras para instalarse) al empezar la película. Nunca su objetivo es ayudar a alguien, solo ayuda a los necesitados que se cruzan en su camino: no abandona.

Nunca pertenece a una institución ni lucha por una. Es respetuoso de dios pero este no motiva ninguna acción ni juega un papel importante en sus decisiones, tampoco le pide nada. El héroe no usa uniforme, pero permanece toda la película con la misma ropa, esto acentúa su carácter único e individual. El uniforme, en cambio, es propio de las instituciones y la igualación de multitudes.

El nuevo mundo ideal es una anarquía en la que cada uno se ocupa de sus asuntos, un Estado casi nulo con alguna labor policíaca y sin grandes propietarios que terminen teniendo un poder paraestatal. Hay muchas películas en la que estos grandes propietarios son los villanos. Sin embargo, asombrosamente, el pueblo de Estados Unidos parece convencido de que alguien puede ser dueño de una fortuna del tamaño del PBI de un país en base a su esfuerzo personal. En Argentina estamos dando esa pelea.

Distintos héroes, distintos enemigos: Lo que cada estadounidense quiere ser es un propietario. Trabajar para poseer. En The Tall T (Budd Boetticher, 1957),  Pat Brennan (Randolph Scott) elige dejar su puesto de capataz para tener su propia tierra. Su ex jefe no puede convencerlo de que vuelva, el hombre que queda como capataz es presentado como un infeliz que no tiene otras aspiraciones. Más adelante, conversando con Frank Usher (Richard Boone) -el bandido con el que comparte los mismos códigos-, éste le dice que “un hombre debe tener lo suyo”. El enemigo es el Estado, los que imponen reglas, los que violan la propiedad privada.

Para un argentino el enemigo es el jefe. El valor es “del trabajo a casa y de casa al trabajo”. Trabajar para disfrutar del tiempo de ocio, de la familia y los amigos -que son probablemente el valor máximo, lo que no se puede traicionar-. El cowboy difícilmente tenga amigos conocidos. Si los tiene, suelen estar ahí para que su muerte motive las acciones del héroe, lo mismo ocurre con los hermanos.

Barbara Stanwyck en Forty Guns (Samuel Fuller, 1957)

El hecho de que el héroe del western esté ocupándose de algo personal y que trate de no meterse en lo que no son sus asuntos suele pasar desapercibido para un espectador argentino que se siente más identificado con la defensa de los desprotegidos, la habilidad con las armas y la lealtad. Aquella tarea previa individual interrumpida sirve como recurso de identificación solamente para el espectador norteamericano.

El héroe argentino, en cambio, es un líder de multitudes, un guía, el que nos lleva hacia la victoria: Perón, Maradona, el Che Guevara. Se puede considerar nuevamente como una tradición más europea. El enfrentamiento con Europa está dado por el otro héroe posible que es el fuera de la ley, el rebelde. Los protagonistas de la literatura gauchesca del siglo XIX como Martín Fierro representan ese tipo de héroe. Posiblemente la inconmensurable figura de Maradona se deba a una combinación de los dos héroes posibles argentinos. Maradona es el rebelde, es el líder y es también el que tiene poderes especiales que le dan derecho al liderazgo.

El líder representa el destino de grandeza a la vez que un pasado glorioso. Dicen que Malraux definió a Buenos Aires como “la capital de un imperio que nunca existió”. Ese deseo de trasladar Europa a una tierra virgen sin haber construido una tradición propia puede estar en el origen de esa sensación. Sensación de pasado y destino glorioso justificada para un francés o un inglés con miles de años de historia detrás, pero igualmente firme en cualquier argentino.

Características propias: Otro elemento que prácticamente no aparece en el género es lo sobrenatural. No se postula la existencia de otra realidad que no sea la cotidiana. Los indios pueden invocar a los dioses o realizar rituales, pero son rituales más cercanos a los conocimientos arcaicos que a la magia. Más cerca de una sabiduría de la naturaleza que de un poder secreto. Incluso dios está ausente. Su presencia se limita a la iglesia del pueblo, un lugar más de reunión social o donde el pueblo discute sus problemas que un espacio religioso. El predicador del pueblo y los asistentes a la iglesia son la gente común, de una fuerza vital inferior a la del héroe y a la del cowboy en general, incluso a la del villano.

Rio Bravo (Howard Hawks, 1959)

El héroe del western jamás da la vida por una causa superior. Es cierto que arriesga su vida más de una vez por diversas causas, pero nunca se inmola por nada. En otros géneros del cine de Hollywood, por ejemplo el bélico, sí podemos encontrar ejemplos de sacrificio de la vida propia por los demás. Pero en el género americano por excelencia no lo hay, o al menos es muy extraño encontrarlo. Claro que, hábilmente, los guionistas jamás ponen al héroe en una posición en la que sacrificar su vida salva al grupo. Como espectadores, tampoco podemos pedir que John Wayne nos tenga que decir explícitamente que no cambia su vida por la de la joven que grita desde la diligencia.

El héroe tiene pocos interlocutores válidos, su relación con la gente del pueblo suele ser algo condescendiente. Muchas veces su igual es el villano. Con él comparte los códigos de los vaqueros y del conocimiento de la naturaleza. La posición del cowboy es la de intermediario entre los pioneros y la naturaleza, por eso su utilidad es tan efímera. Una vez realizada la conquista va quedando de lado y se convierte en un personaje pintoresco, o en un sheriff solitario (como en Rio Bravo) o en un bandido (como en Colorado Territory).

En Forty Guns (Samuel Fuller, 1957) ese es uno de los temas principales. Griff Bonell (Barry Sullivan) habla con su hermano menor, Chico Bonnell (Robert Dix), que quiere ser un pistolero como él y le recuerda: “cuando te conté que los romanos peleaban en la arena te reíste, pronto se van a reír de gente como yo. Soy un freak”. Es la conciencia del fin de la utilidad de estos hombres. Al acabarse la frontera por conquistar, construirse el ferrocarril y los alambres de púas, ellos ya no tienen lugar. Jessica Drummond (Barbara Stanwyck) se lo dice a Griff: “Esta es la última parada, la frontera ha terminado, no hay mas pueblos ni hombres que domar”. En esta película se coloca al cowboy entre otros héroes míticos. Además de la cita a los romanos, las “forty guns” hacen referencia a los cuarenta ladrones de las Mil y una noches y el nombre del rancho de Jessica, “Draggons”, a los dragones vencidos por los caballeros andantes.

Gene Hackman en Los imperdonables (Clint Eastwood, 1992)

El héroe del western no tiene una profesión definida, es un hombre con ciertas características en un entorno particular. No debe asociarse nunca con el sheriff que puede ser o no el héroe e incluso puede ser el villano o sólo un pusilánime. A la lealtad (nunca mata por la espalda, en el final de The Tall T, el villano Frank Usher no deja de darle la espalda ridículamente a Pat Brennan para que no lo pueda matar), la defensa de los débiles, el cumplimiento de la palabra dada, la comunión con la naturaleza, solo hay que agregarle dos cosas para obtener un héroe del western. Por un lado el ser taciturno, la calma, no desesperarse jamás, no caer nunca en el patetismo; aun en las situaciones más difíciles o ante la muerte inminente el cowboy no se desespera. Por último, lo que lo hace único y diferente a todos: ser el más rápido con el revólver. Habrá que llegar hasta 1992 con Los imperdonables para encontrar una reivindicación de la lentitud.

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