edge_of_tomorrow_ver4_xlgPara hablar de Al filo del mañana muchos hacen referencia a Hechizo del tiempo y a la experiencia de jugar a videojuegos modernos de guerra, armas y extraterrestres variopintos. Ambas referencias son claras e importantes: si a Al filo del mañana le pusiéramos un protagonista de cara más redonda, menos guerra futurista y más pueblo, tendríamos la película de Ramis. La idea de mostrar a un soldado inexperto que es arrojado al peor centro de combates con extraterrestres, el mismo que mata su propia inexperiencia, y que una y otra vez debe reiniciar ese día para ir aprendiendo a pelear, parece la más feliz transposición a la pantalla de la experiencia de un videojuego. La diferencia con las películas anteriores que intentaron adaptar videojuegos a la pantalla es que Al filo del mañana no busca reconstruir la supuesta historia que sostiene el juego (siempre una excusa por demás elaborada y bastante poco interesante) en un arco narrativo sobre la gran pantalla, sino que centra su atención no en el juego sino en el jugador. El que reinicia una y otra vez no es el juego, sino la persona que lo está jugando, que va aprendiendo y adaptándose a las reglas de un territorio que no conoce.

Sin embargo, más allá de estos dos puntos claves de referencias modernas y posmodernas (y post-cine), hay un punto en el que Al filo del mañana resulta particularmente sorprendente y vigorosa, un elemento inesperado en este contexto. Si, más allá de los efectos y de las decisiones acertadas de casting, Al filo del mañana es una película interesante, se debe fundamentalmente a que trafica con un bien precioso y que pasa desapercibido en medio de los juegos temporales: su narración clásica, simple, casi rancia.

¿De qué otra forma podría describirse la historia del personaje interpretado por Tom Cruise? Sin importar el hecho (anecdótico) de que el transcurrir de la historia que vemos en la pantalla se lleve a cabo una y otra vez en el mismo día, el protagonista de la película atraviesa un proceso de aprendizaje de lo más clásico. Primero debe aprender las habilidades básicas del combate, que él no posee. Después tiene que aprender a dejar de lado su actitud egoísta, egocéntrica y posmoderna (por lo poco que vemos en el principio de la película, Cruise se dedica a un cancherismo mediático que vende guerra en lugar de otros productos, pero con los mismos mecanismos), para pasar a formar parte de un batallón, de un ejército, de una comunidad que lucha por la supervivencia, de un colectivo del cual él es solo una parte. Recién cuando termina de comprender esta importancia del todo sobre las partes, el personaje puede descubrir su verdadera misión y comenzar entonces su segundo aprendizaje: el de la habilidad extraordinaria que le permitirá ganar la guerra. Ese aprendizaje lleva consigo también el descubrimiento del amor romántico, en la clave más John Wayne posible: la chica, el objeto de su afecto, es mucho más dura que él.

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Lo que tenemos, entonces, escondido entre efectos digitales polimorfos y explicaciones cuasi científicas que intentan justificar un juguete narrativo, se parece más a John Ford que a Paul W. S. Anderson: el despliegue visual es puramente funcional, la historia se construye en y desde los personajes, la cámara no hace más de lo que tiene que hacer y el peso de los actores se vuelve fundamental.

Es por eso que el trabajo de Tom Cruise y Emily Blunt resulta clave. Los años le han hecho bien a Cruise: la experiencia le ha permitido comprender el peso de cada gesto, la importancia de un trabajo en el que lo fundamental no es destacarse sino ser vehículo de una historia. Cruise es, eso sí, un hombre fuera de su época, un anacronismo cinematográfico; por eso funciona tan bien en propuestas como Atracción peligrosa o las Misión imposible. Pero la gran sorpresa de esta película es Emily Blunt, no por su gran fotogenia o su versatilidad, sino simplemente por el despliegue físico que lleva a cabo en la pantalla. Emily hace ejercicio, transpira, mira con cara de perro, se sostiene en equilibrio en posiciones casi inverosímiles. Y demuestra una vez más que es una de las actrices jóvenes más importantes del cine de hoy.

Al filo del mañana (Edge of tomorrow, Australia/EUA, 2014), de Doug Liman, c/Tom Cruise, Emily Blunt, Bill Paxton, Brendam Gleeson, Jonas Amstrong, 113’.

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