8_tiros_43532“Hoy es el principio de la promesa”. Con esas líneas agoreras se dispara el suspenso justificativo de la acción que se perpetúa en la pantalla, amedrentando los sucintos diálogos: la violencia es el motor que liga al espectador a la historia, relegando hasta los últimos minutos los motivos del desquite de ese fantasma que se revuelve entre las formas del pasado.

La muerte llama a la muerte. La muerte de la madre desencadena el retorno de Juan (Daniel Aráoz), quien después de siete años dado por muerto regresa para llevar a cabo un ajuste de cuentas con su hermano Vicente (Luis Ziembrowski). El respeto por la madre ha marcado, por lo menos desde el estereotipo (recuerda a la actitud que Michael Corleone tiene para con su hermano Fredo), a las asociaciones delictivas.De esta forma, la película se desenvuelve como un experimento estético sobre la funcionalidad del género donde lo que se busca es el impacto, no sólo de las balas sino también del argumento, que muchas veces se refugia en clichés para lograr su cometido.

La sola voz del personaje basta para caracterizarlo de manera gutural. Vuelve de la muerte porque el héroe de acción es -debe ser- imperecedero, y por eso su primera aparición es en forma de reflejo de luz detrás de un vitraux, como un espíritu de regreso. Los planos iniciales muestran detalladamente el fuego y sus consecuencias sobre lo que,más adelante nos enteraremos, es un auto. Las llamas, en forma de humo, de cremación, de explosión, se mantienen presentes como fatídicos representantes del infierno por el que se mueven los personajes: el narcotráfico, la prostitución, la política. Estos ambientes se entrecruzan como escenarios en los que se librará la venganza redentora de un pasado que se remonta hasta los días de la tierna infancia, en la que ni siquiera la familia se ve librada de la agresión como forma de relacionarse con el otro.

75314a_e32b2dd40ef64357ad8358f76b6a16bb.jpg_srz_980_653_85_22_0.50_1.20_0Tomando como referente el cine de acción clásico, la película presenta una masculinidad que se funda en la identificación con la violencia, los tiros y las detonaciones. Dentro de esa sexualidad metonimizada, los autos son fundamentales como elemento potenciador, pero también como vehículo de una doble memoria: por un lado, interna a la trama, donde un auto de la década del ‘30 refiere al pasado que une a los personajes; por otro, un Mustang amarillo y negro que recuerda al auto de la segunda parte de Deathproof (Tarantino, 2007). La cita a Tarantino no es en vano teniendo en cuenta no sólo la sanguinaria manera de encarar los planos, sino también a la venganza como desencadenante del camino del héroe. Sin embargo, existe un punto de inflexión en el que se distancia del cine de Tarantino: el rol de la mujer. 8 tiros se para en los comienzos del género, donde la mujer cumple funciones de ama de casa -si  tiene suerte-, o simplemente de objeto de placer para el hombre. A la mujer policía se la proscribe del lugar de poder por las reiteradas declaraciones de su compañero: “Es una mujer, y no es mi jefa”.

8 tiros (Argentina. 2015), de Bruno Hernández, c/Daniel Aráoz, Luis Ziembrowski, María Eugenia Arboleda, Roly Serrano, Alberto Ajaka, Leticia Brédice, ‘88.

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