A veces es mejor ir al cine sin saber, sin tener demasiada idea de qué se va a ver. Solo se trata de sentarse en la butaca y dejarse llevar por las imágenes, ir pensándolas a medida que transcurren, arriesgar hipótesis íntimas sobre lo que puede venir. Me pasó con Abzurdah: no conocía el libro en el que se basa, ni la historia de su autora, ignoraba quién la dirigía, apenas tenía alguna vaga información sobre el elenco. Y entonces en la sala de cine, frente a la pantalla, me fui sorprendiendo por lo que veía, me entusiasmé y me decepcioné, sin orden de importancia, con el rumbo que iban tomando las cosas, me dejé envolver por el registro elegido.
Abzurdah va de lo particular a lo general y ahí es quizá donde falla, porque el mensaje final no puede despegarse del discurso periodístico. Pero en el camino hay algo que hace que la película logre trascender el folleto explicativo en el que finalmente cae, sobre todo porque gran parte de lo que se muestra no se explicita del todo (algunas cosas permanecen en un adecuado fuera de campo), lo que está relacionado con la elección del punto de vista.
Lo primero que sorprende es la aparición de Eugenia Suárez. Su nombre me sonaba, lo asociaba vagamente a algún rifirrafe televisivo pero no terminaba de saber bien quién era. Hay muchas actrices lindas, pero ella muestra algo más. Su presencia es magnética, llena la pantalla. Da la impresión de que sólo basta con hacerla caminar y filmarla para lograr algo imperecedero. Pienso en Adèle Exarchopoulos, la de La vida de Adèle, otra chica que se banca cualquier plano, incluso aquellas escenas de lesbianismo para hombres a lo Playboy o la publicitaria escena de la ducha. Si Abzurdah no cae en cierto preciosismo publicitario con el que a veces amaga -como cuando la protagonista baila sola en su habitación en ropa interior, como si acabara de descubrir los beneficios de alguna nueva toallita femenina- es porque Suárez es una presencia cinematográfica en sí misma, que aguanta con el cuerpo la primera (y más interesante) mitad de la película.
Suárez es Cielo, una adolescente conflictuada, sin amigas, atravesada por la tristeza de una relación que no funcionó, inteligente pero desinteresada, siempre un poco distante con el mundo. Hasta que conoce en un chat a Alejo (Esteban Lamothe), un tipo diez años mayor que ella. Nunca queda claro quién es Alejo, por qué hace lo que hace, pero Cielo se enamora de él hasta lo obsesivo. Suárez no sólo es linda: también actúa bien. Muy bien. Cuando un pibe de su edad la encara en un boliche con un chiste tonto (“Si vos sos Cielo, yo soy el sol”, o algo así) lo despacha con la suficiencia de una mujer mayor, curtida, que se las sabe todas. La escena contrasta con una posterior, cuando Cielo tiene su primer momento de intimidad con Alejo. Él la desnuda y ella se deja llevar, tímida, frágil. Cruza el brazo derecho sobre su cuerpo desnudo como intentando resguardarse, en una interpretación llena de matices. Me entero ahora, por una entrevista, que la directora Daniela Goggi y la actriz Andrea Garrote trabajaron mucho con Suárez para pulir ciertos vicios televisivos. Doble mérito, entonces: haber visto el potencial talento y laburar hasta que aflore.
Alejo trata a Cielo con suavidad. Le ofrece sus besos tiernos. “No voy a hacer nada que vos no quieras”, le promete. Hay un idilio extraño que sólo puede entenderse por el punto de vista: lo que vemos es, rigurosamente, lo que Cielo recuerda. La relación se mantiene oculta mientras pasan las tardes: ella se desnuda, él la mima, no hay sexo. La madre de Cielo (Gloria Carrá), una mina flaquísima que siempre tiene un cigarrillo entre los dedos, parece preocupada por su hija. Intenta controlarla más que entenderla. Le revisa sus cosas, le pregunta con quién anda. En la relación de Cielo con sus padres reside una de las claves de la película. Ellos no la escuchan, pretenden saber todo el tiempo con quién está y qué hace pero son incapaces de interesarse por cómo está, por saber cómo se siente. La madre, severa, sólo puede enfrentarla con amenazas de castigo; el padre, que no entiende nada, apenas finge hacerse al superado al ofrecerle su billetera. Más adelante alguien (un profesor durante una clase en la universidad) hablará del Complejo de Electra, pero la mención es irrelevante: ya estaba claro por dónde pasaba el asunto.
Cielo descubre que Alejo tiene una novia: es bajita, se viste mal, se peina peor, tiene algunos kilos de más. ¿Es así, o ella la vio así? Empieza a dejar de comer, se autoflagela, intenta de cualquier modo llamar la atención de Alejo. “Estás muy flaca, ni tetas tenés”, le dice él. “Soy anoréxica”, revela ella, y le cuenta que hace un mes que no come. “Un mes no es nada. Dejate de joder y comé”. Cielo abre un blog para exaltar su delgadez: “Que nuestros huesos definan nuestra belleza”. Cientos de chicas le dejan sus comentarios. Ahí creí advertir la única mención de la película al mundo exterior, a una sociedad que rinde culto absurdo al cuerpo. “Aquí somos de la realeza, nos dicen princesas…”, escribe una lectora del blog con acento español, que bien podría ser la hoy raquítica Reina de España.
Cerati canta Trátame suavemente, una y otra vez. “Te comportas de acuerdo / con lo que te dicta cada momento / y esta inconstancia no es algo heroico / es más bien algo enfermo”. La sofisticación algo vacua de Soda Stereo envuelve el tránsito paulatino hacia el abismo. ¿O acaso el sufrimiento no puede también idealizarse? Cielo está enferma pero lo niega. Se deja ir. Toca fondo. Y entonces aparece la redención, acompañada del mensaje clarinesco: “Uno de cada 25 adolescentes tienen problemas alimenticios”. Se impone el discurso periodístico, que el cine debería trascender. Si durante buena parte de la historia Abzurdah había avanzado con libertad sobre el asunto, había logrado ir más allá de la idea de noticia, ese mensaje final termina atentando contra sus propios méritos.
Pero queda en la memoria la primera hora de la película. Perduran Suárez, la ajustada severidad de Carrá, el inescrutable y rústico encanto de Lamothe, algunos diálogos de sutil inteligencia. No es poco.
Abzurdah (Argentina, 2015), de Daniela Goggi, c/ China Suárez, Esteban Lamothe, Gloria Carrá, Rafael Spregelburd, Paula Kohan, Malena Sánchez, 90’.
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