Una de las virtudes del cine de François Ozon es la versatilidad para trabajar en los distintos géneros (abordó la comedia en 8 mujeres y Mujeres al poder, el thriller psicológico en La piscina y El amante doble, el melodrama en Frantz, por mencionar algunas), sin por ello perder sus rasgos de autor. Su última película, Por gracia de Dios (Grâce à Dieu, 2018), que viene precedida del premio del jurado en el Festival de Berlín, puede ser considerada como una película dramática de corte intimista y familiar. El director vuelve a retomar un elenco coral, pero abandona la puesta en escena barroca de 8 Mujeres y El amante doble, para abordar con una puesta austera y despojada el tema de la pedofilia en el seno de la Iglesia Católica.

Lo primero que llama la atención en un autor que siempre creó mundos de ficción autónomos, incluso en ocasiones a partir de adaptaciones que vienen del teatro, es la leyenda «basada en hechos reales», que sugiere un respaldo en la realidad para que aquello que se cuenta tenga validez. Tal vez responda a la tendencia de la época, donde esta garantía es cada vez más frecuente, pero casi seguramente en este caso se justifique por la temática que ha decidido trabajar, pensando en no herir susceptibilidades en un tiempo donde el tema de los abusos de menores se presenta de manera candente.

La apertura del film, que toma a un cardenal de espaldas mientras se acerca al balcón de la iglesia y sostiene en alto el cuerpo de Cristo, en un lugar de altura desde el cual observa y domina toda la ciudad, ya da cuenta de manera elocuente de la superioridad y lejanía del poder que las víctimas de abuso sexual osan enfrentar y desafiar. La construcción coral de la historia es una decisión acertada, ya que le permite a Ozon trabajar la problemática de la pedofilia en su complejidad y con la seriedad que requiere, dando cuenta de las consecuencias del trauma en diversos hombres ahora adultos, las diferentes respuestas que elaboraron frente al mismo, así como de la necesidad de organizarse en tanto víctimas para tramitar el acontecimiento traumático y para enfrentar a una institución tan poderosa y por ello impune.

El abuso y la violación sexual de menores adquiere un valor traumático porque se trata de una suceso con carácter disruptivo. Está intrusión del goce del otro se da en situación de imposibilidad de defenderse, tanto físicamente como psíquicamente, pues este evento es imposible de significar y por lo tanto no puede ser reintegrado a la trama narrativa cotidiana del psiquismo. La vergüenza conlleva también a silenciarlo, resultando inaccesible a una tramitación por la vía de la palabra. El psiquismo busca tratar el acontecimiento como no acontecido, enterrándolo en el inconsciente, pero desde allí muchas veces sus efectos se hacen oír en la vida adulta, cuando algún acontecimiento del presente lo reanima, adquiriendo allí su pleno estatuto de trauma.

La ficción se desarrolla en un arco temporal cronológico que parte del año 2014, cuando comienzan a aparecer las denuncias de varios hombres adultos contra el cura párroco de la iglesia de Saint Luc (que ahora tiene 71 años y abusó de ellos cuando eran niños), y se extiende hasta el año 2016, cuando se formaliza su imputación judicial por estos crímenes y se espera la fecha del juicio.

El primer tramo de la película lo ocupa Alexandre Guérin (Melvil Poupaud), quien se presenta en voz en off mientras lo vemos iniciar su rutina familiar de domingo, en lo que resulta ser un intercambio del mails con el cardenal Philippe Barbarin (François Marthouret) y otros representantes de la Iglesia. Alexandre es un hombre de 40 años, de buena posición económica, que trabaja en un banco. Pese a ser víctima de abuso por parte de un cura, continua practicando la religión. Tiene cinco hijos que van a un colegio católico, en el cual su esposa es maestra. Alexandre es el clásico representante de la familia pequeño burguesa, de modales correctos, que parece llevar una vida laboral y familiar satisfactoria y exitosa. Pero más adelante advertimos que el lazo con su pareja no se sostiene en el deseo, sino en el amor y en la identificación de tipo narcisista por haber sido ambos víctima de abuso en la infancia. El color azul que lo identifica da cuenta del profundo dolor que lo persigue en el presente, pero los efectos del trauma ya se habían hecho sentir en la infancia. Fue entonces cuando desarrolló una enfermedad crónica que requiere medicación. Sus padres, católicos devotos, nunca hicieron lugar a poder escuchar una palabra suya que pudiera poner  en cuestión la sacralidad y excepcionalidad que le otorgaban al padre Preynat (Bernard Verley).

Alexandre es quien inicia la acción: es el primer denunciante del padre Preynat a partir de que sus recuerdos se despiertan con el encuentro con un padre del colegio de sus hijos, quien le pregunta si también fue abusado por Preynat. Al enterarse de que éste continua ejerciendo como sacerdote y mantiene contacto con niños, el principio ético de proteger a sus propios hijos lo moviliza a abandonar el silencio y a hacer pública su denuncia ante la jerarquía eclesiástica.

Ozon evita caer en la explotación de los sucesos, tanto en los distintos testimonios orales como en los flashbacks que dan cuenta de la rememoración de la irrupción del trauma, que sigue todavía con vida para cada víctima. Al mismo tiempo, es interesante el recurso al juego de claroscuros en los pesados y lúgubres claustros de la Iglesia, donde la luz sanadora del acto de tomar la palabra, que entra con fuerza por los vitraux, se trenza en combate con la oscuridad y la arquitectura gótica, que dan cuenta de la clandestinidad y apartamiento en que se llevaban a cabo los abusos (el laboratorio fotográfico era el sitio usualmente elegido), así como de esos fantasmas que retornan del pasado.

El rasgo de autor que caracteriza a la filmografía de Ozon, como trazo que insiste película a película, es la cuestión de la dualidad o la duplicidad. Aquí esta seña autoral aparece en la disociación psíquica del cura pedófilo, que muestra una imagen bondadosa y cautivadora hacia afuera pero desata oscuras pulsiones en la intimidad con los niños. Y también en la doble moral del propio abusador y de la cúpula eclesiástica, que asumen los abusos como acontecidos en conversaciones confidenciales ante las víctimas, entendiéndolas como intento de reparación. Es esa instancia la que sostiene un pacto de silencio encubridor por el cual no son expulsados de la iglesia sino transferidos transitoriamente, mientras se niegan a asumir ante la ley las consecuencias de sus actos. La doble moral se hace evidente en los dichos de Barbarin en la Conferencia de Prensa, donde manifiesta que no encubrió ningún abuso de menores y acto seguido desliza la frase “Gracias a Dios, estos hechos prescribieron”. Es allí donde la marca del inconsciente desliza la verdad de su posición, interesada en sostener el poder de la Santa Iglesia ante que en solidarizarse con las víctimas. La idea del perdón religioso se usa como muletilla que bastaría para librarlos y librarnos de todo mal. Pero lo cierto es que el perdón humanitario no alcanza para sanar, sólo el juicio y castigo de los responsables podría permitir que las víctimas y a sus familiares allegados puedan volver a vivir en paz. Juicio y castigo entonces son parte fundamental del proceso para tramitar simbólicamente el trauma.

Es la falta de respuestas concretas de parte de la diócesis para con el padre Preynat lo que lleva a Alexandre a presentar el caso ante la justicia, a pesar de que han transcurrido treinta años y el crimen esté prescripto. Tanto los padres de Alexandre como la jerarquía de la Iglesia insisten en no traer a la luz algo que sucedió tanto tiempo. Es precisamente la característica traumática del acontecimiento, y los prejuicios sociales entorno del tema, lo que en muchas ocasiones no permite que sea expresado en palabras en el momento. Rememorar el trauma no es entonces mero capricho para las víctimas, sino la posibilidad de elaborarlo. Además, hacer causa del dolor para impedir que continúe habiendo más víctimas es también otro aspecto que ayuda a su tramitación. De ahí que la denuncia, en el momento que sea posible, se vuelve importante al permitir el vínculo con otras víctimas del pedófilo en cuestión. Aquí se palpa que, aunque prescripta, la inclusión del testimonio de Alexandre en el marco de la ley produce efectos. Es así como se reabre el caso y se constata la denuncia que en su momento habían realizado los padres de François Debord (Denis Ménochet),  un niño scout que también fue víctima del Padre Preynat.

Aquí es donde Ozon, al llegar cerca de la hora de película, abandona un tiempo la historia de Alexandre para dedicarle espacio a la de François. El ritmo más tedioso del comienzo, con las voces en off del intercambio de mails, superpuesto a los encuentros breves con distintos representantes de la iglesia, adquiere ahora un mayor dinamismo. El caso de Alexandre presenta el tema y el contexto, y en adelante Ozon avanza en su desarrollo y en la posible solución a la problemática.

Cuando la policía contacte a la familia Debord, al comienzo a François no le interesará remover el pasado. Sin embargo, el enterarse que el padre Preynat continúa ejerciendo como sacerdote y manteniendo trato con niños resulta el móvil determinante para que testifique ante la policía y para que lo denuncie en la prensa local. François da cuenta de que la metodología empleada de Preynat para atraer a los niños se repetía sistemáticamente: hacía uso de su superioridad y su carisma para atraerlos hacia lugares apartados y saciar con ellos sus impulsos sexuales. Se trata de un verdadero ejemplo de lo siniestro, donde alguien familiar y confiable que debería cuidar de ellos se vuelve un extraño que los toma como objeto de su goce, interrumpiendo su inocencia. El recurso que emplea Ozon en cada declaración, de comenzar a tomar a la víctima de espaldas, acercando lentamente la cámara para luego tomarlo en primer plano de frente, es efectivo. La toma por detrás da cuenta de la metodología que se reiteraba con cada uno de ellos, mientras que el primer plano frontal le da espacio a la singularidad con la cual el abuso impactó en cada uno, y a que el espectador pueda conectar empáticamente con ellos.

A diferencia de Alexandre, François cuenta con padres dispuestos a escucharlo, que toman cartas en el asunto sin exponerlo innecesariamente y que ahora en la adultez también lo acompañan en su lucha. La mayor resistencia viene de su hermano Louis, que en cada encuentro familiar donde se aborde el tema muestra aún sus celos por sentirse desplazado ante los padres, que hicieron de su hijo más vulnerable el centro de atención durante años. El hecho ha llevado a François a distanciarse definitivamente de la Iglesia, y esto le permite mayor libertad y decisión para actuar, al no tener que cargar con el peso de una imagen social que sostener como Alexandre. François, en cuyo caso el crimen de que fue víctima no ha prescripto, es más enérgico y radical. Está decidido a ir con su denuncia no sólo contra Preynat sino contra la Diócesis de Lyon, en tanto sistema que sabiendo que tenía entre sus sacerdotes a un pedófilo optó por meter el asunto bajo la alfombra y no tomar acción alguna al respecto.

Otra víctima a quien Ozon le dedica espacio es el personaje de Emmanuel Thomassin (Swann Arlaud). En él las huellas perturbadoras del abuso se hacen visibles directamente. Sufre un ataque epiléptico al tomar contacto con la noticia de la denuncia contra el padre Preynat y es inestable en el trabajo y en el amor. Actualmente tiene una relación problemática con su pareja, donde la violencia verbal y física es bastante frecuente. Incluso durante su adolescencia sufrió de masturbación compulsiva, cuyo efecto fue una deformación en el pene que le produce inseguridad en el encuentro con mujeres. Su madre siempre lo ha contenido y apoyado, desde que pudo decírselo a sus 17 años. Pero con su padre nunca tuvo una buena relación. Ni de pequeño ni de adulto, pese al coraje de haber hablado de los abusos que ha sufrido, consigue ser aceptado por él. En su cinismo, el padre no se hace cargo de su influencia en la vida de su hijo y continua culpando a su ex-esposa por el hijo raro, vago e inestable que ha tenido.

La valentía de François de declarar públicamente ante los medios anima a que otras víctimas puedan denunciar también. Esto es lo que permite que lo contacte Gilles (Éric Caravaca), un médico también víctima de Preynat, y que juntos busquen a otros, se reúnan y creen una página web para recibir testimonios y una asociación con miras a una Conferencia de prensa para presionar al Procurador. La necesidad de organizarse sirve al doble propósito de que la circulación de la palabra derrote al silencio que enferma, y para que la fuerza de la unión les permita luchar contra una institución tan poderosa. Ahora ya no se trata de las víctimas individuales, sino del colectivo. El aspecto coral toma fuerza en la última parte de la película, donde las historias individuales se asocian en la causa común, no sólo para que Preynat tenga una sanción, sino también con miras a lograr la modificación legal del límite de prescripción de este tipo de crimen. Veinte años es poco en relación a las marcas indelebles que la pedofilia deja, y al tiempo que a las víctimas les toma procesar el trauma y prepararse psíquicamente para afrontar el proceso de re-victimización que implica alzar públicamente la voz.

Otro aspecto que Ozon no descuida son las diferencias de posición en el seno del colectivo. No todo es color de rosas. Hay un debate entre el mensaje claro y cerebral o la intervención de shock con fines de visibilizar la causa. Algunos miembros no están de acuerdo con acciones radicales: temen el qué dirán, no ser tomados en serio o ser malinterpretados. La imagen social pesa en ellos, mientras que otros se ven consumidos por el peso de la exposición pública y el tiempo que conlleva ocuparse de la causa, lo cual altera sus vínculos familiares.

Por gracia de Dios es una de las pocas película de los últimos tiempos que aborda la problemática de los abusos de menores en la Iglesia Católica de manera tan completa, mostrando cada una de sus espinosas aristas y dando espacio a su complejidad. La solidez del elenco actoral para dar vida a estas historias, con la sensibilidad necesaria para llegar el espectador, es un aspecto destacable. La puesta en escena despojada es acorde al contenido a narrar, donde se vuelven claves el respeto y la empatía con las víctimas concretas, así como la claridad en cuanto a recuperar el valor de la palabra para liberarla de las cadenas del silencio en una contemporaneidad poco dispuesta a escuchar algo del orden del malestar o del escándalo. De esta manera, Ozon muestra su compromiso con las luchas contemporáneas, pero sin oportunismo y preservando sus rasgos de autor más característicos.

Calificación: 7.5/10

Por gracia de Dios (Francia/Bélgica, Grâce à Dieu, 2018). Guion y dirección: François Ozon. Fotografía: Manuel Dacosse. Montaje: Laure Gardette. Elenco: Melvil Poupaud, Denis Ménochet, Swann Arlaud, Éric Caravaca, Bernard Verley, Josiane Balasko. Duración: 137 minutos.

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