dhaulagiri_foto-peli-06Del 15 al 21 de diciembre se llevó a cabo, en el Cine Gaumont, una muestra de documentales organizada por ADN (Asociación Nacional de Directores y Productores de Cine Documental), con entrada libre y gratuita, con el objetivo de promover y dar a conocer lo que representa la mitad de la producción de cine argentino. Son seis las películas seleccionadas de alrededor de 60 producciones que se llevaron a cabo este año, y se contó además con la proyección de La espina en el corazón, de Michael Gondry, como película extranjera invitada.

La película de apertura fue Regreso a Coronel Vallejos, de Carlos Castro, en la se retorna al lugar de inspiración de Manuel Puig. “El pueblo era como una película que yo había ido a ver por error, pero de la que no me podía salir”, dice Puig rescatado por un archivo, sintetizando su visión cinematográfica, ficcionada, del pueblo que luego recreó en La traición de Rita Hayworth y en Boquitas pintadas.

La película de Castro se avoca a descubrir las lecturas de los pueblerinos, las cuales oscilan entre quienes toman las escrituras como novelas ficcionales y quienes las toman como algo biográfico. En el último caso aparecen citas del estilo “Gracias porque este tipo no conoció a mi familia”, mostrando el miedo a la exposición que da la inspiración en hechos reales, cuando estas se dan en un pueblo en en el que todos se conocen, dando esto legitimidad a esa primera impresión del lugar que los libros de Puig redactaban.

Es la tensión entre la ficción y la realidad lo que recorre transversalmente el documental, al tiempo que recorre los lugares inspirados en las novelas, lugares retratados por los libros mencionados como un hervidero de chismes. Es en esos chismes, en la voz vecinal, en donde la película fundamenta su investigación: son los testimonios de quienes fueron vecinos y coetáneos del escritor los que guían el relato. Esa “chusma” se reconstruye en la película no presentando a quienes brindan declaración, por lo que todas esas voces se vuelven una: la voz de General Villegas.

regreso-a-coronel-vallejos_rodaje-01La importancia de los lugares como musas se repite en Vuelo nocturno (La leyenda de las princesitas argentinas), de Nicolás Herzog, donde los fantasmas recuperan la historia a través de los lugares habitados por Saint-Exupéry al momento de escribir El principito. La evocación se da, además, a través de las grabaciones que el escritor le envió a Jean Renoir para una película que no llegó a realizarse, donde se capturaban en celuloide las hijas de la familia amiga, Fuch, quienes llamaban su atención. La película se propone reconstruir la identidad de esos seres que inspiraron al francés, esas niñas de las que se dice eran tan elegantes y salvajes como misteriosas. Para lograr ese fin, Herzog recorre con su cámara los sitios caminados por el autor, dentro de los cuales el Castillo San Carlos, en Córdoba, es el que aporta el elemento mítico, como leyenda autóctona basada en creencias populares. El elemento mágico de la obra francesa se transpone al documental, dejándolo con tintes de cuento de hadas, donde “Todo son historias, pero la verdad, la verdad, nadie la sabe”, según dicta un entrevistado. Es así que el misterio se engalana con datos fantásticos para apropiarse de una parte de la Historia, sin sentimentalismos chauvinistas, pero con el orgullo de saber con certeza inapelable el efecto que el suelo y la gente de nuestro país tuvo en Saint-Exupéry al momento de concebir su obra más recordada.

El misterio, siempre atractivo, sobre personas con vidas excéntricas es también el eje principal de Agosto final, película que parte de la búsqueda personal sobre los antepasados del realizador para mecharse prontamente con la historia de amor entre Raúl Barón Biza y Myriam Stefford. La voz en off guía la investigación, haciendo del documental una crónica sobre su propia realización, sobre la reconstrucción familiar a partir del mito, en que se declara “el 90% es creación popular” y cuyos personajes parecieran salidos de una novela romántica de los años 20, con intenciones del brillo hollywoodense, donde las fiestas, el dinero y la belleza se mezclaban con la vida bohemia del escritor y el glamour de una actriz que no aparece en los registros. La búsqueda se topa con la falta de datos, y el resto es creación popular, inevitable para salvar lo desconocido porque, como dice el director, “los secretos nos movilizan a develarlos”. Es por eso que el documental busca “romper con la puesta en escena” de los protagonistas para llegar a la raíz genealógica que lo impele, pero no es tajante en ello. La película aboga por esa magnificencia romántica del amor excéntrico desde la imagen y el sonido, mientras que los archivos ponen ese garbo en duda hasta llegar -casi- a su refutación, basándose en el escepticismo ante la divinidad, pero sin perder la fe necesaria para creer en esa divinidad de los astros hechos carne.

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Agosto final parte de la conmemoración, del monumento en forma de mausoleo, librando al personaje fallecido de la congoja del olvido. Eso mismo se propone Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca, de Guillermo Glass y Cristián Harbaruk, película de montaña comenzada en 2008 pero dejada inconclusa a partir del duelo por la muerte de un amigo en manos del Dhaulagiri, la séptima montaña más grande del mundo. La belleza de los paisajes muestra su esplendor haciendo olvidar por momentos el peligro de esa vastedad erigida como diosa, como protagonista principal, a la que se le reza, se le pide permiso, y cuya respuesta emana de las formas salvajes de la naturaleza (nieve, avalanchas, ventisca). Porque el montañismo se manifiesta como una forma de vida es necesario cerrar esa historia inconclusa para seguir adelante. Ocho años después el duelo se transforma en otra aventura que sortear, quizá más difícil que la misma montaña, con el cine como herramienta para volver de la muerte. El documental muestra el sacrificio y la voluntad humana para lograr conquistar a la deidad natural, donde el peligro genera tensión volviéndose por momentos a los tintes del suspenso. Se trata de volver al sueño hecho pesadilla para vencer a la diosa, para vencer a la muerte.

La persistencia de la memoria en Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca se da en forma de imagen, mientras que en Lantéc Chaná, de Marina Zeising (Ití Uúy), la memoria se da a través de la conservación del lenguaje. Blas Jaime es el último chaná que ha tenido educación directa de las costumbres de su pueblo. La lengua chaná se consideraba extinta desde fines del siglo XIX, es así que Blas interpreta su misión como la transmisión de sus conocimientos antes de morir: recuerda 250 vocablos y con su ayuda se ha realizado un diccionario junto con el lingüista José Pedro Viegas Barros, investigador del CONICET. El lenguaje funciona como símbolo de la persistencia de la cultura, resistiendo la extinción. El protagonista se recuesta siempre sobre el borde del cuadro dejando espacio para mostrar los parajes inhabitados, lo que genera el contraste simbólico entre el sobreviviente y el vacío que fue dejado por el genocidio de esa civilización que es siempre barbarie.

vuelo-nocturno_rodaje-02La tradición oral se enfrenta al academicismo en la discusión entre Blas Jaime, último cacique chaná con vida, y la historiadora Marcela Trucco, en relación a las costumbres de los chaná y los timbúes.

Lantéc chaná reconoce dos enemigos de la cultura: los invasores españoles y el Estado, que pretenden erradicar la tradición; y un aliado: los investigadores que luchan por resguardarla. “No hay pueblo aborigen organizado porque a los gobiernos no les conviene que se organicen y reclamen lo que les corresponde”, dice el protagonista. El intento de borrar la memoria es perpetuar el crimen, siendo entonces la película, al igual que el libro, un acto contestatario que se necesita para expiar el pasado, pero también para preservar el presente. La voz en off de la directora es la que elabora los hiatos históricos: “Vivimos gobernados por grandes grupos de poder que responden a los mismos orígenes que aquellas colonias”.

El arte y el entendimiento del otro como insurrección ante los poderes avasalladores es también el tema de Interiores, de Fito Pochat, película que cerró el festival. En ella la cámara se adentra en la unidad penal Nº51 para recorrer el interior no de la cárcel sino de sus reclusas. A través de un taller de musicoterapia se da a conocer a un grupo de mujeres a las que no se presenta como criminales sino como seres humanos, mujeres, madres, abuelas. El motivo de su reclusión no queda explícito sino que, por el contrario, ese tiempo para expresarse les da la contención para hablar de sí mismas y mostrarse fuertes, frágiles, graciosas, queribles… Yanina, una de las protagonistas, le dice a las camarógrafas que ella no cree estar en la memoria de nadie, y les pregunta si al terminar de grabar las recordarán. La soledad, el miedo a enfrentar el mundo una vez en libertad, muestran la lágrima que cada una trata de esconder. No obstante, no se cae en el amarillismo de la languidez, sino que desde el montaje y la música se apela a la felicidad, a lo colorido, mientras las protagonistas juegan y ríen, porque la producción las trata con humanidad y es algo a lo que dicen no estar acostumbradas. Ese refugio dado por el taller se desvanece al cruzar la puerta, donde se encuentran propensas al maltrato de los policías y son víctimas de hechos de violencia de los que la institución no las protege. Esa mezcla entre la alegría del amparo en el taller y la tristeza multicolor de la desprotección fuera de él queda reflejada en la escena final, donde se produce el choque entre la canción que ellas cantan y la forma en que son tratadas detrás de las rejas.

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Lo que aúna a las películas seleccionadas es que representan la memoria que se restituye para construir una identidad no sólo personal sino también nacional, así como también el poder del cine como elemento crítico e incluso de rebelión. Con ese sentido es que funciona la muestra como una forma de dar a conocer, de distribuir. La producción documental argentina, hoy en auge, tiene por delante un nuevo plan de fomento en el que será necesario encarnar la memoria y la crítica para poder mantener no sólo el nivel de la producción, sino también sortear el de la distribución.

Regreso a Coronel Vallejos, de Carlos Castro, 72′.

Vuelo nocturno (La leyenda de las princesitas argentinas), de Nicolás Herzog, 71′.

Agosto Final, de Eduardo Sánchez, 100′.

Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca, de Guillermo Glass, Cristián Harbaruk, 70′.

Lantéc Chaná, de Marina Zeising, 60′.

Interiores, de Fito Pochat, 69′.

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