El pez ha muerto se llamó y se llama el primer corto de la segunda noche y el mejor de los seis que vi en el festival. Fue parte de las Historias breves 9 del año 2014 y lo dirigió Judith Battaglia. Otra vez mucha gente haciendo cola para entrar a las funciones y otra vez los dos perros durmiendo entre las piernas de los coleros en la alfombrita del hall de entrada. Una vez esa noche y otra la siguiente, uno de los dos se levantó, salió raudo hacia la vereda y se perdió al trotecito al dar vuelta la esquina. ¿Cómo decide un perro que debe ir a otro lugar? ¿Qué es decidir en un perro? ¿Sabía adónde iba cuando se levantó? ¿Cómo se hace algo o se sabe algo sin palabras? Las respuestas andan cerca, somos animales también y es muy posible que los mismos estímulos nos sigan impulsando.
En estas ondas cavilaciones me encontraba cuando comenzó la primera película de la noche, la menos profesional de la jornada: La muerte no juega a los dados. Más allá de algunas escenas divertidas y de una simpática intención de hacer una comedia algo negra, queda atrapada en su manifiesto amateurismo.
Es de noche, un auto viene hacia la cámara con las luces encendidas, está estacionando en el parque de una casa. Alumbrado por el auto se cruza un cusquito ladrador de esos con cara de estar riéndose. Esos que no se sabe si ladran por cumplimiento del deber o solamente para joder. La escena es de El hijo buscado, película que mantiene el suspenso de una búsqueda policial sin dejar de describir una situación social y cómo esa situación excede a las posiciones éticas que un individuo intenta sostener.
Álvaro (Rafael Ferro) y Ana, su mujer (María Ucedo), no pueden tener hijos, intentan adoptar legalmente, pero no logran superar las vueltas de la burocracia. Él acepta o condesciende a una adopción ilegal. Bueno para ellos, bueno para el bebé, nadie pierde. Álvaro viaja a un lugar en Misiones buscando un nombre que le dieron para cumplir con su cometido. Ahí descubre que sí pierde alguien. Decir “descubre” no es riguroso, ya lo sabía, ya lo sabemos todos. Lo que realmente le pasa es que debe confrontarlo, ver el sufrimiento; y cuando se ve las cosas cambian.
Ya en Misiones conoce a Anahí (Sofía Brito, estuve toda la película pensando que era hermana de Valeria Britos, pero no, es la chica de Los salvajes). Ella, embarazada, se sigue prostituyendo, sigue fumando, sigue tomando alcohol. Álvaro ve el sufrimiento, una forma de esclavitud, la opresión, y hace lo que se supone que debe hacerse, intentar ayudarla, liberarla. Como no puede ser de otra manera, termina mal, esto es, muerto. Porque no es con una posición ética, no es con principios con lo que se combate una realidad, sino con la construcción de un poder que pueda enfrentarla. Esto es algo que un perro sabe mejor que cualquier persona, una de las pocas ventajas que da un poder de abstracción tan limitado.
Toda la historia de la búsqueda protagonizada por él se desarrolla a partir de otro drama, como en una mamushka. Es el de Ana, la esposa de Álvaro, que aparece al principio y al final de la película. Ella quiere un hijo, no puede vivir sin un hijo. Ya muerto el marido visita el hotel donde él estuvo, ahí recibe a Anahí quien le deja su recién nacido. La mujer queda sola con un bebé al que (todavía) no puede abrazar, ni tocar. El precio de aquel deseo enorme fue, como es siempre, enorme. A la manera de una tragedia, eso que tanto quería ahora no le vale nada.
El lunes era feriado, así que los perros seguían descansando. Uno de los cortos de la noche fue Yo te quiero! de Nicolás Conte, lindo corto animado que se intuye trabajoso y busca la emoción. El otro fue Inmentis, que no busca la emoción, sino todo lo contrario. Un juego mental de anteses y despueses urdido por alguien que debe haber estado leyendo a Borges. La trama aburre con sus vueltas obvias y al ratito ya nos damos cuenta de que busca la sorpresa argumental por el peligroso camino de lo fantástico.
Me senté en la butaca al lado del perro alambroso, pensando que si me aburría podría contagiarme su descanso. No me aburrí. Al contrario, me divertí y mucho con Yo sé lo que envenena, primera película de Federico Sosa, comedia metalera algo negra de vida conurbana muy graciosa y entretenida, con personajes adorables y llenos de vida. Las actuaciones de Federico Liss, Sergio Podeley y Gustavo Pardi son perfectas, con gracia y drama, uno de esos casos en los que los actores y el director (Federico Sosa) hacen simbiosis y todo fluye como si siempre hubiera estado ahí. Es una película chica, hecha por fuera del INCAA, pero que no declama su independencia. Al contrario, es prolija, bien filmada, de corte clásico, se podría decir industrial y la van a estar proyectando en el Centro Cultural de la Cooperación.
La última que vi fue La niña de los tacones amarillos, de María Luján Loloco, que terminó ganando el Festival y es una muy buena película que se presta (y hasta se regala con un final declamativo) a una interpretación que la empobrece.
En un pueblo de perros flacos de Jujuy se empieza a construir un gran hotel. Isabel (Mercedes Burgos) tiene unos 14 años y es la linda del pueblo. Pasa los días con su amiga, que no es la linda, hablando de chicos y de hacerse mujer. La construcción trae a unos obrero e Isabel empieza a salir con uno de ellos (Manuel Vigneau) que le promete llevarla con él. Lo que diferencia a la película es que en lugar de tomar a la chica como una víctima inocente cazada por un lobo, que no un perro, es decir como alguien sin deseos, la trata como a una persona. El obrero se termina yendo sin decir nada, pero nunca se explicita que le haya mentido, que la hubiera tratado como a una cosa. Lo que en una película es rarísimo, en la vida debe ser mucho más usual: que un tipo de veintipico se enamore, se enganche, sienta cariño o proyecte con una piba de 14. Esto no quiere decir que esté “bien”, que sea deseable, que no haya peligros, quiere decir que estamos demasiado habituados a leer la realidad en términos morales, quiere decir que queremos ver maldad donde hay peligro o donde hay consecuencias indeseables. De todos modos los objetivos de él nunca los sabremos, si se fue porque la abandonó o porque se tuvo que ir, no nos será revelado.
Lo que sí sabemos es que Isabel, la víctima, siente el poder de su sensualidad y se fascina con él. No es inerte, está viva. El poder la lleva a ponerse más en riesgo al tiempo que disfruta ese vértigo. Se encuentra con un mundo a su disposición donde solo veía limitaciones. La podemos ver dominada por el obrero y dominadora de su enamorado del pueblo y de su amiga dejada de lado. Mercedes Burgos, la actriz, está perfecta en el papel. Es absolutamente sensual, seductora y consciente de su sexualidad al tiempo que tiene un aspecto y una actitud infantil. Afortunadamente nos enteramos después de que la actriz tenía más de 20 años cuando la película fue filmada.
En la escena inicial la vemos corriendo por el pueblo, el sonido nos hace pensar que puede estar escapándose, en peligro, su cara es ambigua. Finalmente vemos que está yendo a una fiesta en la plaza donde baila con los otros chicos, ahí es el centro de la escena, la que rige las miradas. La forma nos la muestra en peligro, después nos damos cuenta de que está yendo a jugar.
En el final, cuando el obrero ya se fue, ella sale a la calle a usar el poder de su sexualidad para conseguir algo de los turistas que están llegando al pueblo. Un hombre de unos cincuenta años la lleva al hotel que recién se está abriendo, ella se deja, quiere volver a sentir esa potencia de donde posiblemente sacará dinero. A medio camino se arrepiente, se asusta. Se irá corriendo. El resto de su historia queda abierta, pero puede ser imaginada. No hace falta trata ni esclavitud explícita para que haya opresión, los fluidos del poder con sus múltiples formas ni siquiera necesitan eso.
Algunas personas quisieron interpretar que el novio obrero era solo un hijo de puta, que la nena era una víctima del avance de una civilización que solo trae el mal. Es haber visto la mitad de la película, aunque el plano final con todo el pueblo uniformado caminando como un ejército de zombis a su trabajo en el hotel refuerza esa idea. Durante el desarrollo se dice mucho más. La llegada del hotel le permite a la madre de Isabel comprarse una heladera nueva lo que le facilita la vida. Es una fuente de trabajo para todos, sus vidas se hacen más fáciles. Queda abierta la discusión sobre si esa facilidad empobrece, pero esa no es una discusión moral.
Me olvidé de los perros por un rato. Es que ellos no ven películas, no las ven porque no ven nada en la pantalla. Nos ven a nosotros mirando a una pared y comportándonos como si nos estuviera pasando algo. Debe ser un espectáculo extrañísimo.
Aquí puede leerse la primera parte de la crónica del festival.
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