La idea de campo es amplia. Partiendo de una idea en principio noble, es el campo, la tierra, lo que en gran medida nos identifica. El campo como terreno en disputa, como sueño maldito de la argentina agroexportadora o como restos del pasado que se actualizan en el hoy. En el caso de la película entrerriana Las delicias de Eduardo Crespo, el concepto se encuentra en el propio lugar físico de los hechos. Nos encontramos en una conocida escuela agro-técnica pupilo donde los estudiantes secundarios conviven sin la contención familiar. Los de primer año – allí se encuentra el foco – viven un proceso de adaptación duro dado por el desarraigo; por el otro lado lo que devela el documental son los vínculos entre ellos y las autoridades, el cuerpo docente y la médica que los asiste. El establecimiento se llama Las delicias y queda en la ciudad de Paraná. Sus tareas se vinculan sobre todo con los trabajos de campo. De ahí surgen diferentes vínculos con la naturaleza, como el hecho de que el traslado de una carretilla se transforme en un juego, o el caso de uno de los pre adolescentes que encuentra una torcaza herida y la adopta como mascota. Estamos en el momento bisagra del paso a la adolescencia, en el que se pone en evidencia la fragilidad del niño que está dejando de ser en secuencias que se centran en la desaparición de un celular y un superior les baja línea moral en tono suave, pero firme. O cuando le cuentan a la médica sus pequeñas dolencias esperando una contención familiar que sienten que falta. El clima general es de un interior que lejos de percibirse opresivo se presenta contenedor. No hay una historia central, la película evita la narración de las experiencias conjuntas o particulares para apoyarse en el transcurrir del tiempo desde los bellísimos planos secuencia que ofrecen los cuerpos y sentires de los niños en un importante tiempo del plano. Cerca del final asistimos al regreso al hogar en el período de vacaciones y la vuelta a punto cero con la llegada de un nuevo contingente de iniciados. Uno de los tiempos de cámara más conmovedores del material es el plano que se instala en la espalda de una madre a la que el hijo   abraza y no suelta. La duración del cuerpo que no se quiere desprender conduce directamente a la identificación con su angustia. Los instantes finales de la película instalan otro registro: planos detalle de botas – todas idénticas – del grupo de iniciados, plantea la uniformidad. No se puede hablar de un proceso de militarización, para ello faltaría algo más y la película cierra allí. Lo que sí, invita a recordar que toda la dimensión aleccionadora en forma amorosa por parte de las autoridades que vimos en el material pertenece a los alumnos más jóvenes de la institución.

¿Cómo será la educación en los otros niveles? Si profundizamos por esa vía, ausente en Las delicias, llegamos a imágenes de lo peor de nuestra historia. Es precisamente de lo que se encarga la película Camuflaje de Jonathan Perel, traslación de la novela Campo de Mayo de Felix Bruzzone y protagonizada por el mismo escritor. El material integra la Competencia Nacional del FICER. Si bien la estructura de la película es similar a la del texto, en aquella casi todos los personajes cambian. El personaje central recuerda a su madre desaparecida en Campo de Mayo mientras corre aeróbicamente por las inmediaciones del predio. En paradas de su road movie a pie ligero se va encontrando con personajes que habilitan una u otra imagen, algún que otro recuerdo o dimensión de memoria de ese tiempo, a la vez que piensan desde un presente organizado desde fragmentos. De hecho, Camuflaje es una película compuesta de fragmentos, el campo no es la mera mención a “Campo” de Mayo sino esas inmediaciones en donde encontramos en un capítulo una zona boscosa, en otro el transitar por vías muertas, en otros el caluroso asfalto que convive con esos fundidos de pasado y presente. El campo aquí está intervenido, sobre todo por un dato puntual aludido en la película, en donde uno de los personajes ocasionales recuerda una conversación entre un y una linyera en la que él le contaba que Campo de Mayo se construyó en ese sitio porque es un terreno de tierra blanda y ante un eventual ataque enemigo, las bombas de aquellos tendrían menos ocasión de explotar. Felix corre y corre y en un momento el plano secuencia de la cámara que lo sigue deja leer de corrido la leyenda: “Aquí funcionó el centro de detención conocido como Campo de Mayo”. Compuesto de diversos fragmentos, integración de relatos por medio de los cuales Felix busca una organicidad que los integre, su cuerpo se convierte en el cuerpo entre receptor y organizador mental. Perel no trabaja sobre su cuerpo, sino que el cuerpo, los cuerpos desaparecidos se dan a percibir como ausencia. Corre y se agita, camina, habla con uno, una y otros. Reconstruye – quizá-, piensa. Organiza Campo de Mayo desde adentro con unas chicas que lo piensan como espacio de intervención artística. En ese tramo, un plano de la ventana rota en lo alto del baño muy posiblemente nos proyecte al momento del cautiverio. Instantes después se cruzan con una patrulla militar que les pregunta de qué medio son. Imágenes del pasado que violentamente se actualizan en el andar. Una de sus interlocutoras es la militante por los Derechos Humanos Iris Avellaneda, quien le relata su propio cautiverio y tortura. De este modo, Camuflaje es una pregunta constante, es el intento de reconstitución con lo mejor de lo que se encuentra. Es pensamiento de las imágenes, en definitiva.

Las delicias (Argentina, 2021). Guion, fotografía y dirección: Eduardo Crespo. Duración: 65 minutos.

Camuflaje (Argentina, 2022). Guion y dirección: Jonathan Perel. Fotografía: Joaquín Neira. Duración: 93 minutos.

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