Hasta hace algunos meses la figura de Renée Oro había quedado perdida en las sombras de nuestra historia fílmica. Una historia agujereada por la falta de preservación del acervo audiovisual que se recupera a partir de hallazgos debido al trabajo de historiadores y técnicos que ponen en valor aquello que hasta entonces estaba fuera del radar. Unas latas de nitrato pusieron al equipo de la cinemateca del INCAA sobre una misteriosa pesquisa: un material documental registrado en el período silente que había sobrevivido a las malas condiciones de conservación para arrojar luz sobre una extraña personalidad: Renée Oro. Hasta entonces su figura tenía escasa relevancia pública, los registros dispersos de su actividad cinematográfica habían quedado escondidos en la prensa de la época, el material filmado extraviado para siempre. Solo una fotografía de prensa la mostraba vestida como una estrella del cine mudo, una especie de Gloria Swanson sudamericana paseando por Europa con Roberto Arata, su jefe y titular de la empresa Arata y Pardo, dedicada a la producción documental en los primeros tiempos del cine. Una joven de apenas 22 años que se aventuraba en barco a visitar reyes y futuros presidentes con las imágenes de “La Argentina” entre sus brazos.
El hallazgo de la gente de la Cinemateca, bajo la coordinación de Mariana Avramo y el trabajo técnico de Georgina Tosi, Daniela Cuatrin, Jazmín Adrover y July Massaccesi, se convirtió en el puntapié del redescubrimiento de una pionera del documental argentino, y la restauración de dos piezas disponibles de su obra: Las naciones de América, largometraje estrenado en 1927 y del que se han podido recuperar tres de sus capítulos, correspondientes a Brasil, Chile y Argentina (los correspondientes a Bolivia y Perú no se hallaron), y que se ha exhibido con música en vivo en el Festival de Mar del Plata; y el cortometraje Evolución y progresos de la provincia de Santiago del Estero -con el título El Stati de Santiago del Estero-, filmado aparentemente en ese mismo 1927 con destino a presentarse en la Exposición Internacional de Milán de ese año (por ello lleva intertítulos en italiano).
Ese material fue puesto en forma por el trabajo del equipo de la Cinemateca – analizado el soporte, establecida su fecha de filmación a través de la procedencia del material, determinadas las intervenciones a lo largo de los años por la coloración y los empalmes del metraje, y extraída una copia para su difusión- y puesto en contexto por la investigación de Lucio Mafud, historiador y miembro de la Biblioteca y Centro de Documentación y Archivo, Beatriz A. Zuccolillo de Gaffet, dependiente del INCAA y la ENERC. La tercera pata de esa colaboración la constituye el equipo del Festival Internacional de Mar del Plata, que ha editado el libro Por las naciones de América. El cine documental silente de Renée Oro (Estudio histórico y técnico) –disponible para su descarga gratuita en el sitio del festival– y ha exhibido las copias recuperadas de los documentales en una función con música en vivo de Tremor en el Teatro Colón de Mar del Plata. El libro contiene el estudio histórico realizado por Mafud sobre la figura de Oro, a partir del relevamiento de fuentes periodísticas que permitieron reconstruir su biografía y su labor como cineasta, al igual que una exposición detallada del trabajo técnico de recuperación de las películas, el origen de sus materiales, el valor del hallazgo y la necesidad de seguir en ese camino de preservación del patrimonio nacional.
La experiencia de ver en cine las películas abre una serie de interrogantes que el propio Mafud se plantea en su texto, dada la peculiaridad de esta directora. Asombra en Las Naciones Unidas de América el movimiento de la cámara en sintonía con el movimiento del tren sobre las vías, el recorrido aéreo sobre los imponentes escenarios naturales vistos desde una perspectiva humana, la tensión entre ciencia y naturaleza como un enclave central de su reflexión. Si bien la película fue concebida con un evidente espíritu de promoción de las naciones participantes, y el progreso se convierte en una presencia recurrente desde los intertítulos, como mandato de la época y también de ambición de esa incipiente hermandad latinoamericana, hay en la mirada de Oro una fuerte concepción del cine como potencia técnica al servicio de mostrar aquello a lo que no es posible acceder con el ojo humano.
La trayectoria de Oro, según reconstruye Mafud, proviene de una persistente independencia y de una consciente tarea de autogestión. Su primera aparición en los medios se produjo en 1922 con el viaje en transatlántico hacia Europa para presentar un documental ante personalidades como el rey español Alfonso XIII y el recién elegido presidente de Argentina, Marcelo Torcuato de Alverar. El documental se llamaba La Argentina y había sido producido por Arata y Pardo, compañía dedicada al cine documental para empresas privadas, con el objetivo de capturar inversores en Europa y producir películas de ficción. La Argentina sirvió a Oro para establecer su lugar como realizadora al mismo tiempo que para impulsar su labor detrás de cámara, no solo en la operación de cámara sino en la exhibición de las películas y en la gestión de su distribución. Convertida en una commodity rentable, La Argentina –hoy perdida- le abrió las puertas del mercado chileno para convertirse en la documentalista de las actividades gubernamentales del presidente reformista Arturo Alessandri.
Mafud recorre con agilidad y precisión la vertiginosa carrera fílmica de una jovencísima Renée Oro al otro lado de la cordillera, donde sus apariciones en los diarios se asemejan al derrotero de una estrella local, con celebraciones en cada presentación de sus películas, viajes y reuniones publicitadas, al mismo tiempo que un prolífico desarrollo de su oficio como documentalista. Su regreso a Buenos en 1926 tras la salida de Alessandri del gobierno chileno marca su despegue en el documental argentino, primero al servicio de distintos gobiernos provinciales para promover el turismo y las actividades productivas mediante la exhibición de las películas en distintas Exposiciones Internacionales, y luego la gestación del gran proyecto de Las Naciones de América, donde su protagonismo es evidente desde la primera persona de los intertítulos, pero también en la búsqueda de una mirada personal a través de la cámara.
Lo que desnuda el recorrido que propone el libro por los medios de la época y la exploración de las películas a disposición es la doble condición de Oro de directora de esas imágenes documentales, muchas veces orquestadas para sus propias intenciones –como revela Mafud cuando relata cómo dirigió al pueblo de Paraná como si fuera parte de una puesta en escena para poder filmar desde un avión sobre el Parque Urquiza-, y de artífice de su propio personaje, modelado a partir del afrancesamiento de su nombre para explotar su glamour, de las fotografías como una estrella de Hollywood, pero también de la organización de proyecciones exitosas, de la amplia cobertura mediática, de sucesivos montajes de sus películas para adaptarlas a épocas y mercados, y de la insistente búsqueda de financiamiento para expandirse a nuevos horizontes. Por ello fue transversal a las simpatías políticas –filmando para un reformista como Alessandri y luego para el dictador José Félix de Uriburu-, incómoda para el gremio cinematográfico -debido a su ingeniosa «ubicuidad», como la catalogó la revista La Película en 1924-, y pionera en la conquista de un lugar profesional para la mujer en el medio cinematográfico.
Renée Oro no fue solo una de las directoras más prolíficas del cine silente argentino y posiblemente latinoamericano, tal como refiere Mafud en su investigación, sino que fue una figura atípica para el contexto documental de la época dominado mayormente por varones: directora, productora y exhibidora de sus películas por fuera del circuito comercial estricto, con un ojo puesto siempre en el futuro de su oficio, extendió su actividad por más de una década y consiguió hacer del cine una profesión rentable y reconocida.
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