DOB_FINAL-thumb-1013x1500-44670En universo femenino reducido a bombachas, perfumes y grillos.

Un recorrido en bicicleta nos ubica en la geografía en la que ha de transcurrir The Duke of Burgundy (El Duque de Borgoña), la última película del inglés Peter Strickland (Berberian Sound Studio, Biophilia Live). Estamos en otoño, en la campiña europea y por el vestuario podemos ubicarnos en algún momento entre finales de la segunda guerra e inicios de la década del ´70, esto no importa mucho salvo por la notable ausencia de tecnología que transforma la relación entre las personas en algo presencial, inevitablemente.

«Vestuario, lencería y perfume» es el subtítulo que se imprime sobre la secuencia inicial (la llegada en bicicleta de una de las protagonistas a la casa donde transcurrirá casi todo la película) y es también el eje sobre el que la narración se apoya para describir elementos fundantes de este universo femenino; y esto es literal: en este universo no hay hombres. Lo que sí hay, y muchos, son bichos: mariposas, polillas, orugas, todas primorosamente coleccionadas dan el marco a un ambiente (el estudio) en el que el director se detiene y se detiene, y pasea y se solaza en los detalles. Mucho diseño, imágenes bellas pero sólo eso; la belleza per se vacía de contenido, cuando sólo es contexto no aporta nada y distrae y, en este caso, aburre un poco.

Volvamos a los nuestro, Cinthya (la absolutamente exquisita actriz danesa Sidse Babett Knudsen) una entomóloga que se ha dedicado a estudiar a los grillos es la dama de mediana edad con aspecto de dominatriz de alta alcurnia que recibe con un regaño («Llegas tarde») a Evelyn (la estrella «Berberian» Chiara D’Anna), mucho más joven, de apariencia frágil y sumisa, sometida a los humillantes castigos que su ama le impone ante cada una sus faltas. Una delicada bombacha que quedó fuera del ritual del lavado a mano (escena en la que el director se detendrá y repetirá en varias ocasiones como dejando claro que hablamos de lencería) resulta en un castigo particular detrás de la puerta cerrada del baño donde lo que escucharemos correr no será el agua de la canilla.

DOB_still_020_Sidse Babett Knudsen as Cynthia, Chiara D'Anna as Evelyn

La relación dominación/sumisión parece claramente definida pero no es así y de eso nos enteramos enseguida, planos cortos construyen el artificio y lo develan. Una mano escribe notas, instrucciones precisas y detalladas que develan la engañosa sumisión y nuestra frágil criada deviene en titiritero y la dominatriz deja ver las grietas de su máscara.

Esta nueva mirada me pareció lo más atractivo de la película: se instala un malestar -que se hace evidente en la increíble mirada de la Knudsen, poseedora de uno de esos rostros que la cámara ama- y sobreviene la sensación de que The Duke of Burgundy nos habla de la ternura, de dos personas que atraviesan el desgaste lógico de una relación, que descubren que aquello que las une es el temor a perder al otro y que, pese a ello, se ha instalado el hastío. Y eso es demoledor. Este es sin duda el punto más fuerte de la película, la sensación de asistir a los últimos estertores de lo que fue un romance sorprendentemente tierno entre estas mujeres, y es en gran medida mérito de las convincentes actuaciones de D’Anna y Knudsen.

Dukeofburgundy02Pero esto forma parte de la película que imaginamos o intuímos porque, en realidad, nunca lo sabremos porque todos los conflictos que se presentan y se olvidan, las elecciones estéticas, el montaje circular (pequeños fragmentos que se repiten y así se completan y, esencialmente, explican todo, todo) hacen que la película se vuelva tediosa y lo que nos queda es la sensación de que es todo muy lindo pero no pasa nada.

En el desfile de personajes (que son pocos) se desmarca notablemente La Carpintera (Fatma Mohamed), hermosa y distante como casi todas ellas, y su oferta de productos (se acerca el cumpleaños de Evelyn y Cinthya quiere hacerle un regalo especial) entre los que destaca una cama absolutamente particular y el «tocador humano» que, aunque no se describe (las chicas tienen sus limitaciones), es, seguramente, todo eso que nos imaginamos.

Strickland y su mirada particular sobre el universo femenino y el género erótico (¿quizás un velado homenaje a maestros como Tinto Brass o Jean Rollin?) nos presenta a una pareja que no deja nunca de jugar aunque se aburra, precisamente porque pareciera que ese juego que conforma al otro es lo único que puede salvar este amor/pasión invadido por la cotidianeidad (en las notas de Evelyn se deslizan pedidos del tipo «tratá de roncar un poco menos»). La excepción es cuando se impone el rol profesional, en el marco de las reuniones en una especie de Sociedad de Entomología del lugar, frente a un auditorio absorto y exclusivamente femenino (el director de demora en el paneo sobre algunos maniquíes que completan la multitud) que escucha las variaciones del chirrido de dos tipos de grillos como si estuvieran disfrutando de la música más hermosa del mundo. El sonido aparece como una cualidad importante en la clasificación de los insectos y también lo es en el marco de este relato. Los sonidos están siempre en primer plano, el sonido de la ropa lavada a mano que gotea, las teclas de la máquina de escribir, el roce de las sábanas, la cadena de la bicicleta, todo se amplifica y nos envuelve aunque el resultado se parezca más a una marca del director que a una experiencia sensorial.

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Pero este escenario bello y bucólico donde las protagonistas se deslizan suaves, leves y elegantes no es tan paradisíaco; el director se ocupa de ubicar, en un lugar bien visible, a Lorna (Monica Swinn), la vecina vieja y doméstica (siempre está colgando la ropa) que lanza filosas miradas réprobas como respuesta al saludo de la pareja. Quizás estoy hilando demasiado fino, pero las intervenciones de este personaje destrozan la aparente naturalidad en la que se desarrolla la relación (entre ellas y de ellas con el afuera) y las juzga sin piedad.

Para una película que se anunciaba como un «deslumbrante melodrama erótico/sadomasoquista (…) en un mundo fuera del tiempo poblado por mujeres expertas en mariposas» todo es mucho menos de lo que se podría esperar: el erotismo y el sexo suceden siempre en la oscuridad (con veladuras o fuera de campo) y abusa de paralelismos metafóricos: las polillas, los grillos y el resto de los insectos no terminan de cerrar como una metáfora que aporta a la historia más que para justificar las posibilidades de diseño visual que producen.

The Duke of Burgundy (Reino Unido, 2014), de Peter Strickland, c/Sidse Babett Knudsen, Monica Swinn, Chiara D’Anna, Eugenia Caruso, 101′.

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