
La tierra. La puesta en trance de los museos como espacios donde los genocidios se exhiben pornográficamente guardan antecedentes en el cine como el caso de Hiroshima mon amour de Alain Resnais o en la local Damiana Kryygi de Alejandro Fernandez Mouján, tema al que me referí en ocasión de su estreno. La película 4 lonkos, del argentino Sebastián Díaz, se encarga de repensar una vez más el genocidio de las naciones preexistentes en Argentina durante aquel fatídico siglo diecinueve que las marcó y reposicionó desde la lucha, reclamando sus derechos ancestrales a sucesivos gobiernos. La película asume el itinerario de los líderes representativos de las regiones de La Pampa y la Patagonia, como Juan Calfucurá, Mariano Rosas, Cipriano Catriel y Vicente Pincén. Cuenta desde sus apogeos y caídas, luego sus asesinatos y apropiación de los cuerpos para exhibición de los cráneos – trofeos de guerra para el museo, siempre en nombre de la “ciencia”-.

Es en el museo donde las calaveras se exhiben a modo de naturalizar la masacre, siendo paradójicamente la mostración explícita de la misma. En el presente actual, la restitución de los restos a sus descendientes juega como tibia reivindicación simbólica. El cráneo de Calfucurá y el de Catriel fueron a parar al Museo Perito Moreno de La Plata, y el de Rosas al de Bariloche. El trabajo de Sebastián Díaz se apoya en un intento lineal de visibilizar el genocidio mediante el relato de especialistas en el tema como Osvaldo Bayer – que aparece al comienzo, haciendo mención al enorme negocio de Perito Moreno con los pueblos originarios-, Fernando Miguel Pepe (Fundador del Colectivo Guias, grupo de investigación en antropología), Marcelo Valko y Juan José Estevez, quienes por medio de lecturas de testimonios de los mismos victimarios, van reconstruyendo los derroteros de los lonkos (caciques). Se integran sus relatos con material de archivo, dibujos animados, registros documentales de las restituciones de los restos a las comunidades, y testimonios de descendientes actuales.
Los nombres de los caciques no son sus nombres originales, sino los impuestos por los cristianos. Por ejemplo, el ranquel Mariano Rosas fue en realidad Panguitruz Guor (zorro cazador de pumas). Juan Manuel de Rosas le cambia el nombre y la religión a ese jovencísimo hijo del cacique Painé, único lonko del recorte historiográfico de Díaz que muere libre. Cipriano Catriel fue uno de los llamados “indios amigos” que se inclinaron más por el lado de los criollos. Las versiones oficiales dicen que fue “entregado a su pueblo, quien lo ejecutó”. Pepe desconfía de esta versión, apostando a que lo asesinó el mismo ejército. Su comunidad está dividida: para muchos fue un traidor. Juan calfucurá por su parte, es considerado el más importante cacique de la historia argentina, y el más poderoso en términos políticos. Su tumba fue profanada.
Pero uno de los casos más terribles es el de Vicente Pincen (o Caetano: “tigre cortado”). Un gran guerrero que ajustició un número importante de militares. Capturado y traído a Buenos Aires en barco, desemboca en el puerto de La Boca. El lonko, como parte de un remanente, es confinado a la isla Martín García; luego de un tiempo lo liberan y cae nuevamente. Lo cierto es que hasta hoy no hay registros exactos de su deceso. Según el testimonio de su bisnieto Lorenzo Cejas Pincén, es el primer desaparecido argentino.

Entre los victimarios, uno de los más aborrecibles fue Estanislao Zeballos. Canciller, periodista, rector de la universidad de abogacía. No tenía grado militar, pero iba a las batallas amparándose en la retaguardia. De él se conservan las crónicas escritas de ese genocidio del cual fue uno de sus principales promotores. Además de alzarse con los cráneos de las víctimas (donó al museo más de trescientos), fue el principal publicista de la campaña de Roca. De las lecturas de textos se desprende un párrafo que Roca toma como línea de conducta: “La barbarie está maldita, y no quedarán en La Pampa ni los vestigios de sus huesos. No quedarán humanos -o subhumanos- vivos, ni tampoco restos esqueletarios”. Un texto precursor de la famosa solución final de la Alemania nazi que parece esgrimirse como bandera aún contemporánea en cada rincón de Latinoamérica en que la política desaparece para dar paso al nuevo y renovado intento de exterminio e invisibilización de los pueblos originarios. 4 lonkos en el presente continental se presenta de visión necesaria.
El cielo. La orfandad de justicia también opera en el sentido religioso. Otra de las propuestas del festival es la chilena Dios de Christopher Murray, Israel Pimentel Bustamante y Josefina Buschman. Pensada como un montaje entre situaciones brevísimas, su dialéctica aglutina los más variados recortes individuales, grupales y comunitarios en relación al hecho religioso con eje en la última visita de Jorge Bergoglio en enero de 2018, luego de treinta años de que un Papa no pisaba Chile. Lo recurrente en el conjunto del material es el hecho de la representación: de Dios, del Papa, de Cristo o de la Virgen María. De todos estos, al que más se alude es Bergoglio: a la ansiedad por su llegada, a las posturas apologéticas y a las adversas. Queda en evidencia – más allá del tono ceremonioso y protocolar de la visita y los preparativos de la misma – el hecho conflictivo de su visita en un contexto en que se destapa la olla de abusos sexuales en la iglesia católica, y en los debates por la legalización del aborto.

Si bien Dios en principio parece presentarse lineal en un sentido monótono y sin curva ascendente que justifique tal linealidad, la percepción del montaje completo resulta un arco variopinto de relaciones con figuras que nadie vio en su vida, salvo precisamente en representaciones. De este modo se asiste durante una hora a escenas muy breves, en general con cámara fija, en las que se suceden: la mostración de la educación religiosa primaria con un niño dibujando un Cristo en su cuaderno, fieles que se internan en el mar, una mujer mapuche que escucha por su celular que “… al Papa lo manda el capitalismo”, un ritual indígena nocturno por la recuperación de las tierras, juventud creyente llenando un teatro, cantos de los fieles evangélicos, una pared con el grafitti: “Ke no venga el Papa culiao”, un artista plástico exhibiendo una obra en la que se ve a Bergoglio con representantes del pueblo mapuche, la transmisión en televisión de ataques e incendios a iglesias, estatuas y gigantografías del Papa en vía pública, venta de muñecos que lo representan, la quema de basura frente a una iglesia en señal de protesta, un enfermo terminal con una enfermera creyente consolándolo, y a continuación el plano de obreros armadores de ataúdes de madera. También diversos tipos de discursos públicos: uno en el Centro Ecuménico Diego de Medellín, desde una postura contra la iglesia y el Vaticano, como también el de un predicador en silla de ruedas en vía pública sin más oyentes que él mismo, o el de uno que predice para Chile terremotos y tsunamis: “¡Chile va a ser castigado!”, grita.
Los momentos más expresamente políticos son dos. Uno, el que alterna los reclamos a favor de la legalización del aborto con grupos de antiabortistas bailando en la calle y pasándose un muñeco que hace de bebé “salvado”. El otro el de la dialéctica entre la condena de la pedofilia por parte de Bergoglio y su negación de la complicidad del cuestionado obispo Juan Barros, acusado de encubrir y ser testigo de abusos por parte del cura Fernando Karadima. En un televisor, el primer plano del representante del Vaticano se acompaña de un zócalo con su declaración textual: “No hay una sola prueba en contra de Barros”. En respuesta, un hombre que fue víctima de Karadima dice ante micrófonos: “Lo que ha hecho el Papa hoy es ofensivo y doloroso (…) Es necesario que las palabras de perdón, vergüenza y dolor que ha expresado en su visita a Chile, se traduzca en acciones concretas”. En tales circunstancias, Bergoglio deja de tener la mera función de una representación para evidenciarse como actor político con importante peso desde lo que apoya, omite u oculta.

Por otra parte, el contrapeso de Dios son los variados aspectos y relaciones con un hecho simbólico apoyado en la fe. Es a Dios a quien se le pide justicia en diversos órdenes, y es a un individuo político concreto al que le reclama un gesto que mueva las fichas de la ley de los hombres. Quizá de este modo, sería un comienzo para que la iglesia como institución dejaría de perder fieles progresivamente.
Porque la reparación simbólica en diferido no tiene ningún valor fáctico, como el absurdo de Bergoglio que en 2015 pide perdón por los crímenes de la iglesia durante la conquista de América. Por más que los descendientes de los lonkos asesinados durante el siglo XIX agradezcan a la institución museo la devolución de los restos de sus antepasados. Sobre todo si la masacre se prorroga en el presente.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: