La propuesta de The Dirties, filmada con cámara de mano y micrófonos personales, y con medidas intervenciones de banda sonora, mezclando la edición de la propia película dentro del relato, crean una atmósfera muy propicia y bien administrada para generar la sensación de documental o de película de no ficción.
La historia es simple, dos jóvenes preparan un corto de ficción para una clase del liceo en que el que persiguen y matan a «Los sucios», un grupo de matones acostumbrados a practicar el bullying dentro del instituto. Una vez concluido, uno de ellos, Matt, comienza a visualizar la posibilidad de realizar la segunda parte del corto, pero esta vez para realmente asesinarlos. En el transcurso, se entrelazan dos líneas narrativas paralelas: la seducción de Owen a una chica y el proceso mediante el cual Matt comienza a sospechar que quizás él realmente es un sicópata, a partir de la lectura de Columbine, trabajo de Dave Cullen sobre la masacre homónima perpetrada por los jóvenes Eric Harris y Dylan Klebold en 1999, que se cobró cuarenta víctimas, entre muertos y heridos, entre profesores y estudiantes. Sin dudas que la vinculación con el crimen (y con Elephant de Gus Van Sant) es ineludible y hay recurrentes referencias más o menos explícitas que resultan mucho más interesantes que todo el universo espectacular del autobombeado Michael Moore.
El recurso de la película dentro de la película hacen que el metadiscurso cobre un lugar central dentro de la narración, al punto de que es posible ver cómo acaba la película si prestamos atención a las notas y esquemas que hay en el sótano donde la editan, ese mismo que nosotros estamos viendo. La realidad que alimenta la ficción y la ficción que alimenta a la realidad son articuladas en un preciso trabajo de edición y montaje. El contrapunto entre la trama y el simulacro resulta bastante sólido excepto alguna pequeña fisura en la verosimilitud del guión (o de la improvisación del mismo), como la desavenencia que protagonizan los amigos, y en detalles técnicos – muy cuidados en otros momentos- como la claridad con que se escucha la voz de algunos personajes que no estarían cableados. Un punto no explicado, pero prefiero pensarlo como otro elemento dentro de la entropía, es ¿quién es el tercero, el que filma, el que se evidencia más cuando espía a Matt conversando con su madre, y se oculta cuando la mujer parece haberlo descubierto?
El gran juego que es esta pieza tiene su vórtice en el certero director, guionista y actor Matt Johnson; creador y personaje sumergido en el mundo del cine, los comics y los videojuegos que le hacen vivir en una realidad paralela y autotélica. Aunque esto también forme parte del juego no debemos olvidarlo: Johnson hace que está actuando todo el tiempo casi en un modo enfermizo. La acertada apuesta de la trama y la puesta en escena consiste en quitarle el dramatismo que hubiera restado la naturalidad y frescura que transmite la película, independientemente de que lo que se esté tratando sea áspero, lo cual, creo, la hace doblemente efectiva. Lo que es vital para que todas las partes encajen entre sí, y es uno de sus puntos fuertes, es que no hay reflexión sobre el bulliyng ni sobre la violencia en las escuelas, ni tampoco hay demanda al público para que lo haga. Esto, que a tantos directores les cuesta tanto, de dejarse de romper la paciencia con la moraleja o con el pensamiento moralizante y dejarla rodar.
Johnson posee una impronta payasesca, pero que fluye, que se come la película, sin perjuicio de lo dicho anteriormente. Es un tipo gracioso, muy gracioso, auténticamente; le sale… No te empalaga como Carrey, Ben Stiller o Adam Sandler ni es tibio como Eddie Murphy. Te provoca la risa mientras va llevándote por un tour a lo largo de la terrible evolución de unos personajes que se ven manipulados por la ficción que ellos mismos crearon. En ese sentido hay que aclarar que Owen Williams, en su rol de partener, tampoco peca de pasividad, generándose entre ambos un equilibrio a partir de sus sólidas actuaciones que carece de cualquier atisbo de impostación, reforzando así la dimensión fílmica del simulacro: el supuesto documental que estamos presenciando. La historia se construye con fuerza y contundencia dando forma a este desenvolverse de la brutalidad en el ambiente poco artificioso y estereotipado de la realidad.
The Dirties contiene una importante multiplicidad de referencias cinéfilas, explícitas y no tanto, ya desde el propio cuarto de Matt que está atestado de posters y dvds, hasta enlaces directos con la archiparodiada escena de Tiempos violentos sobre las cheese burguers, con el oscuro y laberíntico Club The Rectum de la oscura, laberíntica e inigualable Irreversible del genial Gaspar Noé y con ¿Quieres ser John Malkovich? de Spike Jonze. Asimismo, la referencia a El guardián del centeno, la polémica novela de Sallinger sobre la rebeldía adolescente y los vicios a los que la conduce su ansiedad, tan inspiradora para asesinos célebres como para estrellas de rock, y de la cual compran seis ejemplares para verse más locos. Incluso los créditos utilizan tipografías y estilos ya patentados por clásicos del cine como Psicosis, 2001: Una odisea en el espacio, La guerra de las galaxias, La naranja mecánica, Volver al Futuro y El Padrino, entre otros.
El final es como el que pide Arlt: un uppercut a la mandíbula del espectador. De hecho la propia película posee una irreverencia, una frescura y un no sentirse deudor de nadie muy arltianos.
The Dirties (Canadá, 2013), de Matt Johnson, c/ Matt Johnson, Owen Williams, Padraig Singal, Ross Hill, Krista Madison, Shailene Garnett, 83’.
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