El año 2020 nos descubrió envueltos, replegados, aislados, confinados e insertos en un espacio, en ocasiones, difícil de delimitar, pese a reconocer con amigable sencillez el inmediato horizonte del envoltorio que nos acoge. Los confines de hormigón, los límites de las normas (siempre tan inestables), las fronteras (ya no de la imaginación, cuyos productos suelen estar atiborrados de fantasmas y fantasías, sino de sus modalidades) nos llevaron paulatinamente a obrar y a ser de otro modo, quizá como respuesta a lo incierto o a nuestra inexorable ansiedad de certezas. Por supuesto, ante este panorama para muchos desolador, el arte no se mostró indiferente y así lo ha escenificado Leo Damario, quien supo arrojarse en busca de una expresión capaz de compartir el irreverente estatus que enmarcaba cualquier tipo de creación, infectada, por cierto, por un virus tan extraño y humano. En este sentido, y en un singular diálogo con las condiciones de producción que el estado pandémico imponía —no solo a nuestra cotidianeidad, sino también a todo aquello que hacemos con lo cotidiano—, el cineasta argentino, responsable de imprimir elocuentes atavíos a numerosas obras de nuestro rock nacional, decidió captar las más huidizas imágenes de la angustiante situación que atraviesa el ser y, particularmente, el ser femenino: la opresión, la asfixia y el aplastamiento, en muchos casos, de la voluntad, forma última, si se quiere, de aniquilamientode la existencia.
El impulso creador de Damario, debatido entre la imposibilidad y la indecidibilidad de un presente que así lo señala, tuvo que poner en tensión el insistente par que asedia la invención estética: por un lado, el objeto y, por otro, los procedimientos o los modos a través de los cuales aquello que se busca mostrar debe o puede ser representado. Paso inevitable, al menos, si se pretende trascender la mera reproducción de los hechos; salto necesario, si el deseo es diferir siempre el sentido; gesto obligado, si se explora una realidad abarrotada de prejuicios, configuraciones y reproducciones. Por lo tanto, el artista y su obra se vieron, una vez más, enfrentados a esta exigencia de cómo narrar y, en el lenguaje audiovisual, de cómo volver visibles y vitales los restos que la inmovilidad y el silencio no pudieron comunicar. Es decir, de qué manera mostrar ese susurro detrás de las acciones, de las palabras, de las imágenes inasibles a las que lente se lanza y les presta oído bajo una forma desde luego vacilante, pues esa es la exigencia del mundo que nos rodea. Poner voz y remediar la palabra destruida de unas relaciones en las que, precisamente, ya no conviven ni la palabra ni el ser, en donde toda idea de comunidad solo permanece como ruina de una desastrosa violencia y de una evidente ausencia de entrega, donde toda hospitalidad queda diluida. Narrar la vida del horror, el transcurrir de una dominación insostenible que solo puede encontrar su liberación en el régimen del más antiguo orden, de la más férrea venganza: Victoria, tal vez, o campo de batalla para una ansiada victoria, para al fin reinar sobre la ausencia y el vacío, para iniciar la libertad, para contrafirmar otro modo de ser o dejarse sacudir por las incertidumbres del amor.
La obra que nos preocupa es Victoria: psicóloga vengadora, serie recientemente estrenada en Amazon Prime Video, dirigida por Damario y protagonizada por Cecilia Peckaitis, quien se presenta bajo la apariencia de una especie de extraña combinación de la Rebecca de La chica de la motocicleta (1968) de Jack Cardiff, la Barbarella (1968) de Roger Vadim y Diabolik (1968) de Mario Bava, dueña de una sensualidad natural y territorio denso de fascinaciones de un lector de Milo Manara. A su vez, la heroína pone en equilibrio la tensión del rol que ejerce en el desarrollo de la trama y esa ociosidad doméstica al mejor estilo de la Charlotte godardiana en Une femme mariée (1964). Pero la narrativa de Damario también es cuidadosa de la constitución de un delicado elenco, formado por artistas que le imprimen a cada episodio la dinámica justa para orientar esa intriga plena de disrupciones. Por otro lado, la participación de Andrés Calamaro, cuya voz ya se nos vuelve un espectro futuro, sobresale en la banda sonora que consigue una apertura musical de carácter inmejorable. Al mismo tiempo, este ensamble supera con creces los obstáculos y los desafíos que persiguen a la creación, no solo en esta época de pandemia, sino también en una geografía donde todo fenómeno artístico se torna compromiso y deuda —tanto en términos económicos como humanos, pues procuramos dar una respuesta, entregarnos, desde el arte, a quienes nos constituyen—, apuesta constante por una lectura del mundo. Una forma de leer la realidad, en este caso, de las mujeres, aunque la serie de Damario se presenta con las lógicas del pensamiento, entendido como peligroso para el pensador y transformador respecto de lo real, de ese fragmento aprehendido de la agitación del mundo que, desde un exquisito juego de imágenes y un lenguaje insuficiente, se le expone al ojo espectador bajo las vestiduras de la pregunta.
Quien se acerque a Victoria: psicóloga vengadora se enfrentará a un mundo de posibilidades, creado a partir de la complejidad de su dispositivo, la discontinuidad y la fragmentación como forma de representar un decir acorde a las condiciones que enmarcan la obra. Modo por cierto desestabilizante, que descentra al espectador y lo coloca en los márgenes de toda afirmación. Con esta tónica, la serie nos expone no solo frente a una realidad que acosa incesantemente a nuestra sociedad, sino también ante los vestigios de los relatos sobre las experiencias extremas. En este sentido, esta obra logra deshilachar la trama de la violencia y materializarla en el lenguaje audiovisual, sumergirse en la densa bruma de la impotencia, para resignificar los cuerpos cercados y las mentes sitiadas, por medio de la discontinuidad de los diálogos y la preeminencia de la belleza. Y es en este último aspecto queda la huella de un rico itinerario de tradiciones fílmicas y literarias que, como guiño, aparecen en cada episodio, buscando tal vez esa complicidad estética que permita completar el sentido, al invocar cada nombre propio y al diseminarlo a través de objetos y curiosidades. O bien interpelando, a partir de esas presencias, los espacios poblados de deseos, de restituciones y de alertas. Historias de los restos, fragmentos de una Historia, cada episodio se vuelve repliegue sobre la fragilidad de nuestra condición humana y elogio de nuestro humano amor. Todo, desde luego,con el apoyo de una ficción entrelazada con los hilos rotos de la existencia y el cuidado trabajo de una estética que atraviesa su propia modernidad en la recuperación de un pasado que siempre nos visita. Herencia, quizá, de esa tradición del cine que supo mostrar la belleza femenina en planos indelebles para nuestros recuerdos; legado, tal vez, de un modo de ver el mundo que concibe el erotismo como un elemento inescindible de nuestras vidas; donación, indudablemente, de una respuesta crítica frente a la violencia.
Nuevamente, el realizador marplatense se proyecta en una ardua exploración de los más oscuros lugares del ser y, en el mismo impulso, se entrega, desde una inusitada experiencia artística, a un extraño ejercicio combinatorio en el que el ojo inquieto no cesa de registrar pasiones, acciones y descripciones de un mundo siempre ávido de reconstrucciones. En este sentido, la experiencia de Victoria: psicóloga vengadora no solo nos confirma en nuestra inevitable condición de espectadores, en épocas en las que estos formatos se vuelven instancia añadida de la monótona cotidianeidad, sino también nos coloca en los marcos de la potencialidad, al invitarnos a (re)descubrir los territorios señalizados del agreste campo cultural que, en la serie, circulan de principio a fin. E incluso la serie se torna cuestionamiento latente desde variadas propuestas: lo comunicable y lo incomunicable, lo infraordinario y lo extraordinario, la pesadez y la liviandad rutinaria, el desenfreno y la tensión, la belleza y el amor. En otras palabras, la hospitalidad de nuestra especie, en esta política de las imágenes a la que ya nos ha habituado el arte de Leo Damario.
Victoria (Argentina, 2021). Dirección: Leo Damario. Guion: Nora Mazzitelli. Elenco: Cecilia Peckaitis, Inés Estévez, Fabio Posca, Alberto Ajaka, Emilia Attias, Carlos Belloso, Delfina Chaves, Rafael Spregelburd, Benjamín Vicuña. Disponible en Amazon Prime Video.
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