Daniel Riera tiene 45 años y hace más de 25 que ejerce el periodismo. Mauro Gómez es un joven que no supera los 30 y está dando sus primeros pasos como realizador cinematográfico. De la unión entre ese periodista experimentado y el director debutante surge Un paisaje de espanto, documental de denuncia que narra los hechos de violencia institucional sistemática a la que son sometidos algunos ciudadanos –en su mayoría de la misma franja etaria- de ciertas ciudades chubutenses.
Riera llegó al caso Antillanca mientras brindaba un taller de periodismo en Comodoro Rivadavia. Allí se topó con una austera fotocopia que rezaba “Justicia por Julián”. A partir de ese hecho fortuito, la idea de llegar a fondo con el pedido de justicia por el joven se instaló en la cabeza del periodista, recordándole constantemente que había un grave caso de impunidad sin resolver en la ciudad de Trelew. “Yo tenía una referencia por haber leído algún artículo, pero no recordaba bien el caso. Entonces le pedí detalles a la gente de la universidad que me había llevado y me contaron todo”, recuerda Riera sobre la génesis de Un paisaje de espanto. La investigación posterior le reveló que la policía de Chubut -en connivencia con el poder judicial- se había cobrado la vida de varias personas –generalmente pobres y adolescentes- con total impunidad y alevosía.
Marcelo Javier Acevedo: Teniendo en cuenta tu formación y experiencia como periodista y escritor, ¿por qué decidiste realizar un documental para contar la historia en lugar de recurrir a la crónica periodística clásica?
Daniel Riera: Supongo que por una parte la idea fue plasmar eso que estábamos haciendo en el taller de producción periodística audiovisual. Pero también hay otra cosa más básica: ves una fotocopia mal impresa que dice algo tan fuerte, entonces decís: “puta, vamos a hacer algo más grosso con este tema, vamos a hacer una película”. No digo que no sea valorable el esfuerzo que hizo la gente con las fotocopias, pegando los afiches, la movilización, etc., pero ese objeto (la fotocopia) me deparó una sensación de orfandad, me produjo un efecto emotivo, porque estaban hablando de un tema tan grosso de una forma muy modesta. Fue un intento de ayudar a los ciudadanos.
MJA: Da la sensación de que el relato se fue armando a medida que rodaban el documental. ¿Nacieron nuevas historias mientras avanzaban en la construcción y el armado de la película? ¿Tuvieron que modificar el plan de rodaje?
Mauro Gómez: Tuvimos sólo siete días para rodar. Fueron uno en la plata, uno en capital y todo el resto en Trelew, pero ahí sólo fueron cinco días, de los cuales rodamos cuatro. Así que tuvimos que armar un cronograma adecuado para esos pocos días. Nos ayudó mucho hacer una escaleta y sentarnos a hacer el montaje a partir de esa base, más allá de que después modificamos algunos bloques dramáticos por otros, pero se respetó bastante esa escaleta.
DR: La ayuda de la comisión fue vital para la conexión con los familiares y testigos. Una vez que ya tuvimos todo el material de investigación armamos una escaleta, y partir de ahí la fuimos contando y dándole forma. Pero sí, hay cosas que fueron apareciendo en el montaje. Por ejemplo, la audiencia del caso Iván Torres la encontramos en internet. No estábamos satisfechos con la cantidad de material que teníamos, nos pusimos a googlear y apareció este archivo.
MJA: Un paisaje de espanto es una película austera tanto estética como visualmente, sin florituras y evitando agregados invasivos como la voz en off o los efectos de postproducción, salvo imágenes de archivo apenas retocadas. ¿Existió una búsqueda estética orientada hacia una cierta sobriedad?
DR: En el colectivo veníamos pensando en dos ideas similares, en referencia a la estética y la ética, que están muy vinculadas. Una de esas ideas vino a partir de la famosa frase de Chejov: “no me lo digas, mostrámelo”. La otra es una frase que dice Paco Urondo en La patria fusilada: “no hay ornamentaciones en los hechos realmente trágicos, no necesitan ningún tipo de énfasis”. Nosotros intentamos alejar la película de toda pretensión didáctica y de toda bajada de línea, de la subestimación del espectador diciéndole lo que tiene que pensar, evitamos la voz en off invasiva, la alejamos tanto de eso como de los recursos del noticiero, de meterle un pianito cuando la persona está hablando, de inducir al espectador.
MG: Cuando nos juntamos en las primeras reuniones, lo primero que fijamos fue la estética que le queríamos dar. Obviamente, con un documental así no te podés ir por las ramas. Entonces lo que sí acordamos es que fuera algo austero, una conexión del espectador con la víctima y sus familiares. Estamos convencidos de que esa era la forma de contarlo. Fue casi natural, no tuvimos que discutirlo demasiado. Si te fijás, abundan los silencios, damos los tiempos necesarios para la reflexión, y de esa manera vamos construyendo. Incluimos los testimonios de los policías en la película, para de esa manera lograr una construcción clara. “Yo no hay día que no piense en Julián”, dice Solís sobreactuando, montando una puesta en escena payasesca.
DR: Pero no es que hay un off didáctico que te dice: “mirá lo que está diciendo este hijo de puta”. Vos lo estás viendo. Además, las escenas de juicio son realmente muy buenas. El mejor plano de la película es cuando el juez va a absolver a los canas y ves el plano de ese policía que lo tapa al juez. Parece que le fuera a dictar o que le está alcanzando el fallo para que lo lea.
MJA: ¿La idea inicial era hablar de todos estos casos que se narran en el documental, o simplemente buscaban contar el caso de Julián Antillanca y en el camino fueron encontrando historias similares que luego incorporaron al relato?
DR: En el plan de rodaje estaba planteado hablar de todos los casos. Cuando hicimos la primera nota en Buenos Aires hablamos del caso Iván Torres, por ejemplo.
MG: En la primera reunión que tuvimos, la idea era hacer una película sobre Antillanca, pero después decidimos abarcar todo porque nos parecía injusto con el resto de los casos y podía llegar a tomarse el de Julián como un caso aislado. En cambio, abarcando todos los casos estás hablando de una práctica sistemática.
DR: Nuestro temor era que si toda la película se remitía solamente a un caso quedara como que los policías estaban loquitos ese día y nada más. La realidad es que esos mismos policías un rato antes, esa misma noche, habían cagado a palos a los hermanos Aballay. Los casos tienen una relación muy siniestra. A la semana de absolver a los policías del caso Antillanca, violan al chico Almonacid, seguramente porque se cebaron y pensaron “ahora está todo bien, vamos a hacer cualquier cosa”. O cuando absuelven a la mayor parte de los policías del mismo caso, condenando solamente a los que habían confesado su participación en la violación. Y condenar es sólo una manera de decir, porque los condenan a prisión en suspenso y siguen estando en la policía. En ese mismo tribunal estaba la Jueza Ana Servent que también había estado en el caso Antillanca. Todos los casos están relacionados. Como dato extra, el juez de la causa Antillanca, Alejandro De Franco, y uno de los abogados de los policías acusados, Fabian Gabalachis, dan clases de derecho penal en la facultad de ciencias jurídicas de Trelew.
MG: El fallo es increíble. Encontraron sangre de Julián en un patrullero, una testigo vio como lo golpeaban a la salida del boliche, otra vio cómo lo arrojaban muerto desde un patrullero y todo eso -que nosotros contamos en la película entrevistando a los testigos, los peritos y la fiscal- no son pruebas contundentes. Entonces, ¿qué más necesitan para que las pruebas sean contundentes?
MJA: ¿Tienen pensado seguir filmando el desarrollo del juicio que se viene?
DR: No, seguir filmando no. Pero sí que se use la película durante el juicio, que se exhiba en todos los lugares que sea necesario como herramienta de denuncia y agitación, porque estos juicios se resuelven de manera política, digamos. Si vos le haces notar al juez que hay una sociedad que los está mirando, que está caliente, que está movilizada y no se la va a bancar otra vez, bueno… a lo mejor las cosas cambian. El tribunal nuevo está compuesto por dos jueces de tres que absolvieron a los canas del caso Almonacid. Entonces, a priori no es muy esperanzador. Y más si tenemos en cuenta que no son los mismos tres jueces del caso Almonacid porque el tercero ya estaba en el caso Antillanca, si no se hubiera repetido el mismo tribunal. Entonces no da para quedarse quietos, da para meterles presión, que la gente agite y esté en la calle.
MG: Cuando se hizo el documental, una de las ideas fue que si por lo menos no hay una condena por parte de la justicia, que después haya una condena social. Y no me refiero a que los caguen a trompadas en la calle, porque no es la forma, pero sí que cuando caminen por la calle los apunten, que cuando vayan a comer a un restaurant los hagan sentir incómodos.
DR: El plan es que el documental sirva y sume. Por lo pronto, lo que dice la gente de la comisión es: “tenemos una herramienta que nos permite mostrar en una hora, en un colegio o donde sea, qué fue lo que pasó”. Eso me parece muy interesante y además me emociona.
Aquí pueden leer un texto de Gustavo F. Gros sobre la película.
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