Los hornos de la Historia. La figura de Juan Domingo Perón ya no molesta: el argentino bienpensante cambió de monstruo. Muy atrás quedaron los años del caudillo en el exilio, en los cuales las proyecciones de La hora de los hornos en la clandestinidad tenían un fuerte peso político. Aquella película fue resultado del enorme trabajo de un colectivo encabezado por Fernando Solanas y Octavio Gettino: el Grupo Cine Liberación. La hora de los hornos es la película de Solanas que puede pensarse como el nacimiento de una posibilidad en el cine y en el país. Película de agitación, militante, con el objetivo de crear conciencia en un nuevo espectador y con una fuerte omnipresencia del propio Perón desde su exilio. En contraste con la circulación clandestina del material en nuestro país, la película recorría festivales internacionales. En ocasión de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes en 1969, el enviado para cubrir el evento de la revista Gente, dijo que “…más que un atentado contra la Argentina, es una calumnia larga; es una especie de panfleto de poca calidad: es un conjunto de falsedades pegadas en una moviola, con datos estadísticos falsos y con imágenes que no responden a la realidad; es indignante y, además, es muy mala como película. Lo más triste del caso es que la mayoría de los que estaban allí no conocen la Argentina y, desde luego, en mayor o menor grado, creen al pié de la letra lo que allí se dice y piensan que eso es la Argentina (…) Todo es negro. Ya más que falsedad, es el producto de una visión negativa y anti-argentina, hecha con ‘ingenuidad’ –si no tuviera intenciones claras uno podría pensar que es eso– y muy pésimo gusto”. Este tipo de molestias son indicios que dan cuenta de la película como hecho político. Mucho más, conociendo la identidad del enviado especial de la revista, en ese entonces de veinticinco años: Samuel “Chiche” Gelblung.
Eran tiempos en que la imagen de Perón se fortalecía como monstruo, por un lado, y como mito, por el otro. Muy diferente al momento actual del país en el que su figura no perturba con la misma contundencia, y ya Solanas no piensa en agitar a las masas a través de sus películas como instancia previa para el pase a la acción a partir de la promoción de un nuevo espectador. Ahora su propia imagen en el horizonte, la del político y realizador –en ese orden–, se proyecta como una ilusoria concientización a una población mucho más extensiva que la de aquellos años: piensa en términos de público, una categoría mucho más amplia numéricamente. Y su horizonte ya no es revolucionario –si alguna vez lo fue- sino que se restringe a la obtención de votos: como mucho, el objetivo es reformista.
Las carreras de Solanas y Perón se pueden pensar en dos instancias: antes y después de sus exilios, en diferentes momentos del país. Los hijos de Fierro (1975, estrenada recién en 1984), última película de Solanas con el Grupo Cine Liberación, y la compilación de horas de entrevistas a Perón en Puerta de Hierro –junto a Gettino y a Gerardo Vallejo- llamadas Perón: la revolución justicialista y Actualización política y doctrinaria para la toma del poder (1971), delimitan el primer Solanas. Por su parte, el exilio de Perón marca una bisagra entre dos posicionamientos bien diferenciados, aunque para el Solanas de su nueva película, El legado estratégico de Perón, todas las épocas conformen una unidad estructural de su pensamiento de siempre.
Citizen Solanas. En su estructura, El legado estratégico de Perón es la rememoración de los encuentros del propio Solanas con el líder durante 1971. La revisión contemporánea ya no es en Puerta de Hierro, sino en la casa de San Vicente que construyó con Evita, y en la cual residieron. Una vez allí, el director decide abandonar su habitual omnisciencia, sólo interrumpida en las películas en las que relata en off, en las cuales se hace presente de a ratos como investigador de lo que devendrá en denuncia social. En este caso, un sillón vacío y la voz de Perón enfrentan a un Solanas sentado enfrente, con impostada actitud reflexiva ante las ocurrencias de la voz. Para que el verosímil del “como si estuviera el caudillo sentado ante el director» se constituya es necesaria una voluntad militante de un espectador no militante.
Solanas transita por los diferentes espacios de la quinta, utilizando interiores de la casa, recovecos y exteriores varios, como el jardín. Se alternan fragmentos del material grabado hace cuarenta y cinco años durante las históricas charlas e información sobre el surgimiento de Perón y su inscripción en la Historia. ¿Por qué no volver a las charlas mismas en lugar de una nueva compilación mucho más escueta del material, aún con minutos agregados? Evidentemente, en aquel entonces faltaba algo. En las películas de 1971 el joven director aparece en general de espaldas y de perfil, en semisubjetiva con respecto a la centralidad otorgada al líder en el cuadro. Necesitaba su revancha, con sus ochenta recién cumplidos: esta vez es el centro del cuadro y de la película misma, como en ninguna otra. El protagonista absoluto: ahora Perón es una excusa.
Así, desde el punto de vista de Solanas, por más que el alter ego de sí mismo que se actualiza en pantalla nos hable desde su experiencia histórica y desde el cineasta, lo que emerge es el político. Un político que les habla a “compañeros y estudiantes de cine”: grupo homogéneo de jóvenes de treinta y pico que atienden entusiasmados su recorte de la historia del país con eje en Perón y el Movimiento, así como él escuchaba al entonces exiliado conductor. Pero con una diferencia: este grupo no tiene voz. Su presencia es solo para reforzar la pretensión didáctica de la película. Para la película, antes la juventud tenía inquietudes, preguntaba. Ahora escucha en silencio y agradece con el gesto el hecho de estar allí no con Solanas, sino con Pino.
Perón Dixit. En su recorte, el director escoge la mención de Perón al Primer Plan Quinquenal: “… eran 76.000 obras. Indudablemente, todo se puso en movimiento; el país rompió la inercia. Cuando se ocuparon los 800.000 desocupados, los salarios subieron solos. Claro; cuando subieron los salarios, el poder adquisitivo de la masa popular se multiplicó varias veces. Eso nos permitió pasar de una economía de miseria a una economía de abundancia”. Creación de empleo, aumento del poder adquisitivo, desarrollo de la industria… No parece referir a un pasado hoy lejano. También alude a la incorporación de leyes sociales: “Hasta 1946, el sindicato era una asociación ilícita. Y en la Constitución de 1949 se le da status constitucional. Es decir, se incorporan los derechos del trabajador a la Constitución.”
Solanas dice en la película que la Historia rara vez se repite o retrocede: avanza en permanente transformación. El presente actual no parece darle la razón.
Perón, Solanas, y las izquierdas. Todo argentino del siglo veinte tiene una relación con el peronismo; a nadie le es indiferente. Atraviesa la historia de la Argentina como un hecho ineludible en la aparición de cualquier tema macropolítico, así como en el momento de relacionarse con lo micropolítico, esa instancia que piensa a los cuerpos individuales y sociales desde sus intersticios más recónditos. Desde la positiva, a través del amor incondicional, del apoyo sigiloso, por lo bajo, que encubre un apoyo explícito en función de no perder o degastar vínculos sociales. Desde la negativa, por pensarse a uno mismo como lo antagónico en la totalidad de su sistema simbólico o bien desde la envidia, se reconozca o no. Todos entran en una relación con el peronismo durante el siglo veinte a partir de su irrupción en la vida social argentina en 1945.
En tal sentido, no puede pensarse la relación de Solanas con el peronismo sin tener en cuenta algo que resulta nodal a la hora de comprender al personaje Solanas: la relación del político y director con el ala izquierda del movimiento. En un momento, les dice a los atentos jóvenes: “Lamentablemente, el ala izquierda del movimiento no comprende la dimensión estratégica que tiene la política de Perón de la unidad nacional”. Luego de esa frase hace referencia al asesinato de José Ignacio Rucci diciendo: “Fue una tragedia. Nada generó una herida más honda en la política de unidad del movimiento”. La figura de Rucci no es cuestionada por Solanas. Sí el “ala izquierda”.
Con respecto a la relación de Solanas con la izquierda fuera del movimiento, son muy esclarecedoras sus declaraciones en la notable Raymundo (Ernesto Ardito/ Virna Molina, 2003), documental sobre Gleyzer. Contrariamente al pensamiento del cineasta luego desaparecido, a quien Perón le parecía una figura contraproducente, Solanas dice: “Las posiciones peronistas, lo que hablaba Perón era correcto. (…) Yo creo que nosotros hemos estado bastante más cerca de la verdad que los ortodoxos marxistas. (…) Porque lo fácil en ese momento era decir: soy marxista. Nosotros no éramos marxistas… (se interrumpe). No éramos ese tipo de marxistas. Eran marxistas de cartón, eran marxistas falsos. En realidad, no eran filosóficamente ni marxistas: eran deterministas; eran católicos fervientes del marxismo.”
Pero el último Perón, el que le da la espalda a la juventud de su movimiento en forma pública, el que vivía aún cuando comienzan los operativos paramilitares, no merece una crítica por parte de Solanas. Solo la archiconocida justificación a través de la teoría que criticaba a su entorno, pero no a él.
Pasado reciente. Del mismo modo que con el peronismo durante el siglo veinte y en gran medida en el presente, todo argentino tiene hoy una relación con el kirchnerismo. Sus políticas atravesaron durante doce años, y atraviesan aún hoy, el cuerpo social. Las subjetividades de cada cual quedaron mucho más en evidencia. Al kirchnerismo se lo ama, se lo odia. En tal sentido, la apología del último Perón por parte de Solanas no puede ser sino la plataforma de otra infamia cerca de los minutos finales de la película: la homologación del período menemista con los últimos doce años del país. A través del montaje de imágenes del período de Carlos Menem, con planos de Néstor y Cristina Kirchner, De Vido, Boudou, Aníbal Fernández y Ricardo Jaime, lejos de problematizar el período, Solanas deja resonar su voz en off: “Lo que no pudo hacer el genocidio lo hizo la corrupción y el olvido (…). Su proyecto fue vaciado de contenido, o reemplazado por el de sus enemigos históricos”. La analogía podría cerrarle a muchos en términos narrativos, depende del grado de purismo desde el cual el denunciante se piense a sí mismo. Pero tal denuncia se cae sola al recordar sin esfuerzo alguno las alianzas más recientes del Solanas político.
Presente actual. “Es inevitable –dijo Fernando Solanas, el político, durante la conferencia de prensa en el cine Gaumont, luego de la proyección– que cuando uno ve esta película y escucha los discursos de Perón, lo relacione o compare con los discursos de los líderes de la Argentina. Cuando uno hace esa comparación se da cuenta de que la distancia es gigantesca: la cantidad de tonterías, el vaciamiento del discurso político y la conciencia argentina es notable. La Argentina se ha degradado no sólo institucionalmente, sino cultural y políticamente (…). Corrupción, los organismos de control están copados por las empresas, y el Estado no interviene. Por supuesto, la tarea de desinfección o desratización va a llevar un tiempo. Los intereses son grandes. Pero todo eso forma parte de la degradación. Ojalá que la película modestamente permita comenzar un debate de comparaciones. El hecho de ser sólo una memoria contra el olvido de un proyecto que fue malintencionadamente olvidado. El exterminio de la dictadura no lo pudo hacer: lo hizo la corrupción y el olvido.”
Algo me rondaba en la cabeza: el director dijo que El legado estratégico de Perón era un proyecto de hace un tiempo, que recién ahora lo pudo concretar. Por lo tanto, el gran ausente en la película es el presente actual, fuera de toda denuncia en forma general o abstracta. Se me ocurrió que podíamos llegar a armar más acabadamente el material. Por lo tanto le pregunté: ¿Cómo piensa el estreno de esta película, puntualmente en relación a este momento del país? A lo cual respondió: “Bueno… yo creo que le viene muy bien, por supuesto, a los sectores que están interesados en ello. El que quiere ver cine de entretenimiento no va a venir a ver esta película. Pero bajo el punto de vista político, creo que la película le viene muy bien. Es una película que llama a la tolerancia y al diálogo; no a la unificación de las opiniones. Pero llama al diálogo, llama al debate, y llama a la conciencia de que el país no tiene proyecto estratégico. Mejor dicho: el que tiene no está pensado aquí; está pensado afuera. Y se ejecuta al pié de la letra o con algunas modificaciones, que es lo que ha venido pasando”.
La pretendida respuesta nunca llegó, pero “Pino” ahora se me confirma mucho más.
Acá puede leerse un texto de Esteban Valesi sobre la misma película.
El legado estratégico de Perón (Argentina, 2016), de Fernando Solanas, 103′.
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