Mauro es un hombre de edad media de zona sur. Es un tipo común y corriente; fuma, toma, hace lo que todo tipo común y corriente del gran Buenos Aires para vivir y sobrevivir. Pasa billetes truchos, labura de changas, aspira a algo mejor, inventa negocios y busca salidas para ganarse el mango. Mauro es una película, Mauro es una persona, pero Mauro es algo más; es un medio para que Hernán, otro pibe de zona sur (un pibe que filma) nos pueda contar y retratar lo artesanal de la vida de un grupo de gente de Llavallol, Temperley, Lanús y Constitución -siempre Constitución como centro urbano y medio entre el gran sur y la capital-.
Una película es una representación, como también lo es el dinero, al fin de cuenta no son más que papeles de colores que representan un valor, medios, como un medio es el cine. Por eso en esta película el dinero es medio, medio entre las personas, medio de vida, medio como finalidad, porque el objeto de trabajo y el producto que genera a su vez el sustento de este grupo de personas es dinero también. Por eso estos papeles de colores encierran mucho más que brillantina y tinta de impresora. Son los negocios con transas en los tachos, son negocios y aspiraciones de crecer en un boliche y pasar de las ligas menores a un negocio más estable, son amigos que comparten asados y el baño, son un estatismo dinámico. Es un no poder salir, pero no dejar de intentar.
Mauro, como cuenta su director, se filmó casi en su totalidad con planos fijos. Frente a la pregunta de una espectadora -después de una función en el Bafici- y analogías con otras películas donde el dinero se filma en movimiento como parábola de su dinamismo y su naturaleza de cambio y movimiento, el director respondía: “Yo quería hacer movimientos, lo que pasa es que tenía una cámara, un micrófono y un trípode al que se le rompió el cabezal, por eso todos los planos son fijos”. Ni una defensa del error, ni una estilización de una anécdota del detrás de cámara, una respuesta franca y honesta como lo es la película y sus personajes. Porque así como el dinero todo es falso, sus personajes, aunque ficcionales, son brutalmente honestos, viven lo que les toca sin resignarse, sin “caretearla”, por eso Hernán, otro pibe del sur al que le tocó esa, se ajustó a su realidad, laburó e hizo lo mejor con lo que tenía.
“Tardé un poquito más” decía entre risas Hernán cuando comentaba que tardó tres años en filmar la película. Pero tres años para hacerla honesta y realista, no voyerista ni periodística. Cotidiana, ruda, cruda pero sin bajezas. Hernán, el pibe de Lomas de Zamora, eligió contar la historia, de un otro pibe, Mauro, que a su vez es la historia de otros: actores, minas, transas, viejos, familias, urgentes y urgidas, madres y abuelos.
La belleza de Mauro radica en la justeza de sus planos, porque Hernán no nos quiere vender una historia, Hernán comparte esa historia (su historia); por eso su película no es un diseño de marketing de la pobreza estilizada ‘for export’, ni tampoco es una recapitulación de golpes bajos sobre la realidad en el gran Buenos Aires. A la manera de Caetano, Hernán decidió mostrar a sus personajes como lo que son, personas. Ni buenos ni malos, un tipo, miles de tipos comunes y corrientes, que salen a ganarse el mango y tratan de vivir lo mejor posible, con un vino, con un amigo, con un partido de fútbol. Por eso en la sala podemos vivir con Mauro, con Mauro y con Hernán, dos pibes de zona sur que nos comparten su historia.
Aquí puede leerse un texto de Marcos Rodríguez sobre la misma película.
Mauro (Argentina, 2014), de Hernán Rosselli, c/ Mauro Martínez, Juliana Simoes Risso, José Pablo Suarez, Victoria Bustamante, Pablo Ramos, 80′.
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