Parábola. En Strange Cargo llama la atención la cantidad y calidad de los nombres involucrados. Detrás de cámaras está Frank Borzage dirigiendo, aunque según los entendidos las películas suyas de esta década no son las mejores, y Joseph L. Mankiewicz produciendo. El lugar común dice que el cine del primero es rabiosamente romántico, lírico y carnal, mientras que el del segundo es, sobre todo, discursivo, literariamente brillante. Lo segundo no quita lo primero, pero es cierto que, en líneas generales, uno no encuentra la misma intensidad melodramática en este que en aquel. Puede pensarse, entonces, que debe haber metido mano en esta película, que supedita la trama romántica al despliegue de una parábola cristiana no tan transparente o fluida o lograda como en principio puede suponerse.
El asunto es que Clark Gable es un prisionero en las Antillas que despliega todo su poder de seducción para que Joan Crawford, una prostituta, le ayude a fugarse. Ella, a su vez, es chantajeada por el viscosamente libidinoso Peter Lorre. Con ese trío alcanza y sobra, además del prostibulario pasado de ambos previo a transformarse en celebridades, pero resulta que hay yapa. La misma se llama Ian Hunter, actor de estirpe británica nacido en Sudáfrica, al que uno puede recordar como Ricardo Corazón de León en el Robin Hood de Curtiz, o Smitty en The Long Voyage Home de Ford, además de aparecer en el Jekyll y Hyde de Fleming, en La batalla del Río de la Plata de Powell & Presburger, y en un par de películas mudas de Hitchcock (The Ring, Easy Virtue). El punto es que no era ni fue nunca una estrella, pero aquí pone en jaque a la estrella. Clark Gable era por entonces el indiscutido Rey de Hollywood, y por más que aquí tenga que pasar las de Caín y lidiar posiblemente con el mismísimo diablo, hay un personaje que lo opaca, sino en virilidad explícita, en grandeza.
Lo más interesante de Strange Cargo es el juego de identificación que se establece entre la estrella y el personaje. Uno supone a los hacedores de la película preguntándose con quién se podría medir el Rey de Hollywood después de haber encarnado al descomunal Rhett Butler en Lo que el viento se llevó y contestándose, por ejemplo, que no estaría mal probar con Jesucristo, otro Rey, otra estrella (en este caso, de Belén). Y entonces se da esa gran situación de la película en la que Gable sale a cumplir con la rutina estipulada de trabajos forzados por la mañana junto a otros 35 prisioneros escrupulosamente contados en la puerta de entrada, durante el transcurso del día se escapa tras inmovilizar a un vigilante, y luego vemos cómo un extraño que hasta entonces no había hecho aparición en la película se suma a la última fila de prisioneros que regresa a la cárcel, totalizando la misma cantidad que había dejado el lugar al alba.Uno sabe que, minutos más minutos menos pero más bien pronto, habrán de explicarnos ese enroque de persona dramática, pero aquí no lo explican hasta el final de la película, sencillamente porque ninguno de los personajes sabe quién es el recién venido, por qué razón apareció allí, que función cumple y, lo que es todavía más estimulante, cuál es su naturaleza.
Pasada una hora de película, esa misteriosa intensidad languidece un poco, debido a la dispersión romántica (ver a Gable tironeando del tobillo de Crawford hasta casi tirarla al piso es un momento antológico y demostrativo del tipo de relaciones tormentosas brutales que encarnaban uno y otro, pero la dimensión fantástica del argumento opaca la subtrama amorosa) y de varios indicios que facilitan la interpretación del Misterio, o secreto sagrado, amén de un plano final que peca por obvio. Pero subsiste el juego entre la figura del héroe individualista encarnado por la máxima estrella de cine de su época y la figura religiosa central de Occidente apenas velada, que acaba siendo una de las representaciones figurativas no literales de Cristo menos unívocas del cine gracias a la presencia del sudafricano Hunter. Veinte años después otro cazador blanco, llamado Jeffrey, lo asumiría sin vueltas en el Rey de reyes de Nicholas Ray.
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