«Quien mira desde afuera a través de una ventana abierta, jamás ve tantas cosas como quien mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, tenebroso y deslumbrante que una ventana tenuemente iluminada por un candil. Lo que la luz del sol nos muestra siempre es menos interesante que cuanto acontece tras unos cristales. En esa oquedad radiante o sombría, la vida sueña, sufre, vive».
Charles Baudelaire, Spleen de París.
Museum Hours (2012) se presenta como una de las apuestas fuerte de apertura de temporada por parte del Malba para el 2014 y es obra del afgano Jem Cohen, quien como director de cine independiente hace años ha empezado a adquirir notoriedad. Concretamente, en nuestro país, sus películas han sido exhibidas en distintas ediciones del Bafici (incluyendo una retrospectiva en el 2007) con una recepción bastante favorable.
El desencadenante de la historia es un viaje. Anne (Mary Margaret O´Hara) debe viajar de Montreal a Viena para acompañar a una prima que se encuentra hospitalizada. Esta desventura propone a la protagonista una invitación a la flaneurie, al vagabundeo (como diría nuestro Arlt) a través del despliegue de una multiplicidad de espacios imaginados que entretejen aquello que el director nos propone como Austria. Los cafés, las calles, el célebre Kunsthistorisches Museum, son deconstruidos a través de una estética del extrañamiento cuya base técnica subyace en el uso de un exquisito montaje.
En su visita al museo Anne conoce a Johann (Bobby Sommer), quien se desempeña como guardia desde hace varios años y comienzan una conversación. El íntimo prejuicio de encontrar a este hombre como un individuo alienado frente al ejercicio de la misma mecánica tarea durante años debe ser «arrojado por la borda» gracias a la mirada del director. Johann se convierte en narrador de su experiencia cotidiana porque construye, para Anne y para él mismo, un metalenguaje del arte, del amor, de la vida y la muerte. La voz en off, el detenimiento en los detalles de las pinturas, el juego de observar(se) y ser observado plantean un encadenamiento polisémico que combina cadenas de asociaciones psicológicas, imágenes en movimiento y discontinuidades en la acción que enmarca una bella y profunda poética del encuentro. En relación al conocido slogan cervecero, durante el capitalismo tardío la lógica de las relaciones sociales entre los individuos ha sido reducida a una «histeria nostálgica de hombres complicados», según palabras de Georg Lukács. Los personajes gozan de recuerdos y la evocación de fugacidades pero sin la espectacularidad de una neurosis fantasmática. Las relaciones sociales, al igual que el arte, han devenido en mercancía. En oposición, Anne y Johann viven sin distancia la esencia de sus almas y por ello puede leerse ahí una pequeña venganza de lo cotidiano, una posible superación de ese solipsismo posmoderno.
El arte posibilita el encuentro entre los dos como una alegoría que funde la muerte – el mismo hecho artístico- y el nacimiento -como esas figuras que recorren desnudas el museo- y que se redimen mediante un intercambio pequeño, sencillo y no filisteo frente a la posición.
El mundo externo de la ciudad se interioriza en la pareja en la disposición de una cartografía simbólica de Viena susceptible de apreciarse a través de su «porosidad», como diría Benjamin. El museo es-en-la calle y la calle es-en-el museo. La gente muere en los hospitales y sus muebles van a parar a un escaparate en un negocio de usados, todo es parte de la misma matriz, denuncia que el mismo Alexander Sokurov escatimó en El arca rusa. Lo privado y lo público, mediados a veces por vidrios, se yuxtaponen desde una perspectiva más simbólica que lineal: así Johann consigue ubicarse en el lugar del interpretamen que decodifica la experiencia urbana. No es por ello casual la alusión a fósiles y carcazas, y la metáfora de ruina que se utiliza permanentemente.
La potencia del filme, detrás de esta pequeña gran historia, reside en las reflexiones contemporáneas que pueden desprenderse en cada unidad narrativa, construidas desde lo dialógico de la voz en off, los silencios o el montaje de pinturas. Justamente, la clave está en el pasaje en el que una animada guía de museo propone a los irritados visitantes con actitud blasé un dilema respecto a la obra de Bruegel. La pieza sintetiza una de las principales discusiones estéticas de la modernidad e interpela a los espectadores del filme respecto a la función de los mismos. Se trata de reflexionar sobre el sentido de la obra que estuvo presente en su creación pero se ha perdido con el paso del tiempo. Goethe supondría entonces que el espectador sufre el duelo de esta pérdida al comprobar que el objeto presente ya es ruina. Por otro lado, otro pensador como Schegel pensaría en otras posibilidades. ¿Por qué no pensar en un espectador crítico que pueda completar el significado incompleto de la obra? Esa es la renuncia que hacen los visitantes del museo y ese es el motivo por el cual la obra de arte ha agotado su vida interior.
En su recorrido por el interior del museo Johann se esfuerza en extraer e inventar tantos sentidos como le sea posible. Su búsqueda incesante se hermanaría con la propuesta de Schlegel de la obra de arte como espejo roto compuesto por instantes de nuestra vida.
Museum Hours (Austria /EUA, 2012), de Jem Cohen, c/ Margaret O’Hara, Bobby Sommer, Ela Piplits, 106′.
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Bellísimo texto crítico y hermosa película! No soy muy aficionado a ir a el Malba pero me insistieron y accedí. Esta película seguramente quede oculta entre tanta máquina hollywoodense pero valió la pena.
Muy linda página, felicidades