Un don nadie de los bajos fondos de Santiago busca entronizarse como Tony Manero en un popular concurso televisivo. Corren los años 70 en la película chilena y el Tony Manero interpretado por John Travolta en Fiebre del sábado por la noche no es pasado sino presente. No hay, por lo tanto, atisbos de comicidad nostálgica por un ícono del cine de otros tiempos que pudiera -promesa incumplida desde el vamos- estar sugiriendo el título. El Tony Manero de Pablo Larraín es, por el contrario, un ser execrable, machista, promiscuo y ave de carroña de la peor especie. La escena más elocuente nos lo muestra llevándose las pertenencias de un hombre al que intuimos acaban de secuestrar por motivos políticos. Agazapado, observa el episodio a la distancia para lanzarse más tarde sobre los despojos de esa circunstancia miserable por la que asoma furtiva la dictadura pinochetista. Estos sucesos anónimos son también parte de la Historia, estas son sus ruindades y sus protagonistas, dice de algún modo Tony Manero (2008), y la posibilidad de acceder a esa verdad descarnada tal vez sea suficiente para justificar la angustia de vernos obligados a acompañar, a lo largo de todo el film, a un personaje con el que no puede establecerse ninguna empatía.

Es imposible no sentir en Una mujer fantástica el toque Larraín, la misma atmósfera de injusticia larvada y funesta se cuela por sus intersticios. La presencia ostensible de la muerte -que podría equipararse al sexo tristemente explícito de Tony Manero o al lúgubre regodeo ceremonial de Jackie (2016), donde el director parece haber construido cada plano para aplastarnos con sus pompas fúnebres- basta para pautar un tono. A excepción de No (2012) y el relato de la épica campaña previa al plebiscito que clausura la dictadura, en la que lo siniestro asoma apenas con oscuros destellos de comedia en el rostro del mismísimo Pinochet y su comparsa de generales a destiempo, esa pasión escatológica sumerge a sus películas en un clima sórdido y opresivo. Como productor de Una mujer fantástica Larraín se hace presente sobre todo en la construcción del mundo que debe habitar su protagonista: Marina Vidal es la antítesis del revulsivo Tony Manero pero es, antes que nada, un ser luminoso situado en un paisaje sombrío. La muerte inesperada representa tan solo el punto de partida que dará inicio a ese periplo nocturno en el que Marina, en su condición de mujer transexual, deberá sortear la hostilidad de la policía, los prejuicios del sistema de salud, los embates de la familia del difunto. Sola contra todos. Sola frente a la intemperie de la muerte. Pero sola también contra un contexto social que en esta oportunidad, y a diferencia de Tony Manero, tiene en estas instituciones una cara cercana y visible. Sola, al fin de cuentas, en un ambiente tan pestilente como aquel en el que el pertinaz imitador de John Travolta desplegaba sus rancias coreografías.

En Gloria (2013), Sebastián Lelio incursionaba en la vida de una mujer madura, sus pasatiempos, su entorno familiar, sus vericuetos sentimentales. Se asomaba a ese universo, sin embargo, con la actitud paternalista de quien enfrenta una realidad teñida de exotismo. En los numerosos y reiterados encuentros sexuales de Gloria y su partenaire se explicita el extrañamiento de su mirada. Esa distancia, esa ligera pedantería disfrazada de simpatía o afecto, salpica a esta película en la que, a pesar de todo, el talento de Paulina García consigue desbordar las malogradas intenciones (y más allá de que la caracterización del director se esfuerce por emparentarla con la Tootsie de Dustin Hoffman). Del mismo procedimiento parecen ser víctimas los personajes secundarios en Una mujer fantástica. Lelio equivoca la tesitura introduciendo pinceladas de grotesco (el hijo de Orlando, la pareja de Marina, por ejemplo) en un film que muy bien podría haber funcionado como un melodrama clásico. No caricaturiza en esta ocasión a su protagonista (junto a Francisco Reyes, en la piel de Orlando, las únicas presencias sutiles y verdaderas) pero sí a ese entorno que la rechaza y la niega de las más diversas formas. Estos personajes secundarios, esbozados con gruesos trazos de comedia (y acá sí se hacía necesario, como en Tony Manero, plasmar toda la complejidad que la maldad se merece), naufragan por lo tanto entre un registro equivocado y lo que, por momentos, podríamos definir como malas actuaciones; desaciertos que, tras una pretendida originalidad, se suman a los caprichos del guion, como esa llave que se satura intencionalmente de misterio pero que se diluye luego de manera desconcertante y azarosa.

No es novedad que los premios Oscar suelen estar cargados de oportunismo, sospechados de querer subirse a la cresta de la ola de los tiempos. Basta recordar si no el galardón otorgado a La historia oficial en 1985 cuando EE.UU., luego de promover tras bambalinas las dictaduras en el Cono Sur, decide condenarlas públicamente a través del reconocimiento que brinda la industria hollywoodense. Este espíritu democrático progresista circunscripto a lo meramente discursivo no opaca -dado el poder de visibilización que otorga la alfombra roja- la importancia del reconocimiento a Una mujer fantástica, especialmente por lo que éste representa para el derrotero de las mujeres transexuales sobre todo en Chile, en donde todavía no fueron sancionadas ni la ley de identidad de género ni la de matrimonio igualitario (derechos que Michelle Bachelet quiso legar antes de cumplir su mandato aunque sin ver concretado su anhelo). Al recibir la distinción, Daniela Vega se preguntaba a modo de denuncia, en un discurso más que emotivo, qué cuerpos merecían ser habitados, qué amores merecían ser conquistados y quiénes tenían la potestad de establecer esas barreras. Hizo referencia además a ese documento que no dice que su nombre es su nombre y a aquellos que, como Orlando, se van para siempre, esperando algo, una frustración que hoy recogen sus palabras, provistas de la profundidad y la complejidad que el director no supo abrazar ni con sus decisiones estéticas ni narrativas. Por el contrario, contra Lelio y su feria de veleidades etnográficas, también contra Larraín y sus tenebrosos laberintos, contra todos, la figura de Daniela Vega, su lucha y su personaje en la realidad y en la ficción, trascienden el propio film y las vanas consideraciones de la crítica. Después de todo, no siempre una mujer fantástica tiene una película a su medida.

Una mujer fantástica (Chile/Alemania/España/Estados Unidos, 2017). Dirección: Sebastián Lelio. Guion: Sebastián Lelio, Gonzalo Maza. Fotografía: Benjamín Echazarreta. Edición: Soledad Salfate. Elenco: Daniela Vega, Francisco Reyes, Luis Gnecco, Aline Küppenheim. Nicolás Saavedra, Amparo Noguera. Duración: 100 minutos.

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