Al terminar la 2da Guerra, dos sobrevivientes del totalitarismo nazi arriban en tren a un pueblo sin nombre de Hungría. Esta es la primera escena del film 1945. Como espectadores, sabemos que, a diferencia de millones de judíos trasladados en tren hasta los campos de concentración, ellos regresan. El director nos cuenta, además, que esos dos sobrevivientes regresan con dos baúles. Lo que aún no sabemos -así como no lo sabe el resto del pueblito húngaro-, es por qué regresan ni a qué.
Este desconocimiento es el punto de partida sobre el que la película problematiza las distintas culpas que atraviesan a una pequeña comunidad que, salvo alguna excepción, observó en silencio, señaló de lejos, o participó criminalmente en el totalitarismo. La alianza entre los poderes fácticos -el gobierno político local, la iglesia, y las fuerzas de seguridad- resulta quizás el señalamiento más obvio, pero el foco en esta tríada no opaca la atención que el director pone a las diversas maneras en que el resto de la población reaccionó ante el horror. Y, fundamentalmente, no opaca la atención puesta a una de sus múltiples dimensiones, que fue el robo de los bienes materiales (terrenos e inmuebles, que incluyen hasta la vajilla y los relojes) de las víctimas. Sobre esta apropiación se despliega buena parte de la trama de la película. Todos –incluidos nosotros, los espectadores- especulamos acerca del porqué del retorno de los dos judíos. Si la tríada fáctica y algunos colaboradores temen que sus apropiaciones les sean quitadas, nosotros anhelamos que los sobrevivientes reclamen lo que les pertenece. Nosotros, los espectadores, empatizamos con el recorrido que los sobrevivientes realizan por todo el pueblo, y con su mirada que sospecha e inquiere a sus miserables habitantes.
Pero allí el director nos regala la gran escena que subvierte nuestra mirada y nos enfrenta a nuestra propia culpa. Porque los baúles se abren y aparece lo que había sido evidente, pero que, entrelazado con los temores de los habitantes, no habíamos terminado de percibir. “¿A qué vienen?”, se anima por fin a preguntar el alcalde, apoyado por campesinos amenazantes y el policía local. “A un funeral”. Lo que escondían esos baúles no eran perfumes ni cosméticos, como los habitantes culposos sospechaban. Tampoco eran escrituras que permitieran desenmascarar las endebles apropiaciones de los inmuebles. Todos esos no son sino objetos insignificantes, tal como nos lo recuerdan las distintas escenas en las que aparece el fuego. Lo que cargaban esos baúles -y esos sobrevivientes- era lo que nunca debió parecernos oculto: zapatos, juguetes y libros. Es decir: los restos del asesinato de un pueblo entero y -aunque con grises- nuestra inevitable responsabilidad en tanto habitantes del mundo que lo hizo posible.
1945 (Hungría, 2017). Dirección: Ferenc Török. Guion: Ferenc Török y Gábor T. Szántó. Fotografía: Elemér Ragályi. Montaje: Béla Barsi. Elenco: Peter Rudolf, Bence Tasnádi, Tamás Szabó Kimmel, Dóra Sztarenki, Ági Szirtes. Duración: 91 minutos.
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