Una chica canta en un bar de transexuales y persigue el sueño de ser reconocida por su talento. Un músico consagrado, enceguecido por las luces de los flashes, tiene problemas con el alcohol y las drogas. Casualmente, un día se encuentran, comparten una noche de aventuras y comienzan a componer y cantar juntos. Luego, se enamoran perdidamente y se casan. El conflicto se inicia cuando la joven conquista el corazón del público y de la industria discográfica, mientras su marido se ahoga en un cóctel de excesos. Moraleja de la historia: la fama tiene un precio muy alto.
La ópera prima de Bradley Cooper puede resumirse sencillamente en el párrafo anterior. Lo interesante de este caso se corresponde con el hecho de que constituye la cuarta remake de una película realizada por George Cukor en 1932, What Price Hollywood?, la cual tematizaba por primera vez las debilidades y audacias del sistema de estrellas industrial. En aquellos tiempos, los premios Oscars todavía no se hallaban plenamente consolidados (de hecho, ni siquiera se llamaban así) por lo que en la película aparecían bajo la forma de medallas otorgadas por la Academia. El título de la cinta era sumamente explícito (¿A qué precio Hollywood?), apuntándose como una auténtica crítica hacia ese mundo de conveniencias y superficialidades en constante ebullición.
En 1937, el productor David O. Selznick ofreció a Cukor filmar nuevamente la historia con una serie de variaciones, pero el director rechazó la oferta. Sin dar el brazo a torcer, plenamente interesado en ese lado oscuro y peligroso de la fama, Selznick escribió el guion A Star is Born (Nace una estrella). De este modo, la historia del actor en decadencia que conoce a una joven promesa y decide impulsar su carrera artística se convirtió en la llave maestra de un éxito taquillero asegurado. Si bien la fórmula sufrió una serie de alteraciones con el correr del tiempo (la producción de 1937 se desarrolla en el mundo cinematográfico, y en las posteriores en el ámbito musical[1]), lo que se conserva es el destino trágico de la figura masculina y la moraleja de que en Hollywood hay que manejarse con cuidado.
Sin ir más lejos, en todas las adaptaciones realizadas las particularidades de la vida personal de las actrices coinciden con el detrás de escena de la ficción. En 1954, Judy Garland tenía 32 años, disfrutaba de una juventud radiante, pero para la industria era considerada una actriz venida abajo cuyo momento de esplendor ya había pasado. Luego de haber hecho una lectura del guion de A Star is Born, Garland se empecinó en la idea de que su marido, Sidney Luft, fuera el productor. El matrimonio se acercó a Cukor y, por supuesto, a éste no le quedó más remedio que aceptar el contrato. El resultado es un despliegue magnífico de Judy Garland durante tres horas. Podríamos decir que la película estaba hecha para que ella se luciera de manera fascinante.
Sin embargo, durante el rodaje hubo controversias, la actriz siempre llegaba tarde y tuvo un par de inconvenientes con Jack Warner, uno de los presidentes de la Warner Bros. Lo insólito llegó en el momento en que quedó nominada como mejor actriz a los premios Oscars. A pesar de no haber acudido a la ceremonia por encontrarse en el hospital a la espera del nacimiento de su hijo, la habitación donde se hallaba Garland estaba repleta de cámaras de televisión que esperaban transmitir el momento grandilocuente en que aceptara y agradeciera el galardón. Si bien fue considerada una de las favoritas del público, el premio se lo terminó llevando Grace Kelly por The Country Girl (George Seaton, 1954). Este hecho constituyó el declive de su trayectoria. Al parecer, la insistencia en impulsar la carrera cinematográfica de su marido y la necesidad de mostrar su rol activo e intachable como actriz le jugaron una mala pasada a la querida Judy.
En 1976, le llegó el turno de protagonizar A Star Is Born a Barbra Streisand, quien siguió los pasos de Garland: consiguió producir la película junto a su novio, Jon Peters. En este caso, la fama parecía haber alimentado las ínfulas de diva de la cantante ya que en los créditos finales aparece un cartel que señala que las ropas utilizadas en el set pertenecían “al mismísimo vestuario de Barbra Streisand”. ¿No habrá sido demasiado? En fin, lo interesante de este caso era que el guion, escrito por Joan Didion, se concentraba en mostrar una faceta desapegada e individualista de la mujer respecto del hombre. Es decir, ya no aparece la joven promesa que está perdidamente enamorada de su mentor y es hasta capaz de olvidarse de sí misma, sino que su carrera profesional está por encima de todo. Este cariz más feminista es el que va a tomar Bradley Cooper para la dirección de la nueva Nace una estrella.
El contexto del primer protagónico de Lady Gaga difiere con el de sus antecesoras Babra Streisand y Judy Garland. Aquí no aparece la figurita repetida del novio y su afán de conquistar el amor del público, sino que el cambio de imagen profesional de Gaga va en paralelo a lo que vemos en la pantalla grande. Recordemos el modo en que conocimos a esta cantante: vestuarios exóticos (imposible olvidar el momento en que exhibió un vestido hecho con carne), un maquillaje exuberante que engrandece las expresiones de su rostro al tiempo que borra sus facciones originales, una polémica con Madonna quien no la reconocía como ícono pop y un estilo de baile bastante frenético. Su impactante caudal de voz y posibilidades expresivas se hicieron visibles a medida que Gaga se iba despojando de los objetos superfluos que cubrían su verdadera personalidad. Así fue que, junto con la consagración del público, obtuvo diversos premios, grabó un disco de jazz con el magnífico Tony Bennett y cantó en un estadio repleto con los Rolling Stones.
En la película, dirigida y protagonizada por Bradley Cooper (claro, cómo vas a dirigir tu primera película y no actuar en ella), Gaga muestra por segunda vez[2] su rostro purificado de accesorios. Ahora vemos los lunares de su piel, el contorno de su nariz y el auténtico color de su pelo. Esta veta natural de Gaga se corresponde con la presentación de su disco “Joanne”, completamente autobiográfico, en el que explora su vida personal y el cual se lanzó mientras terminaba el rodaje de Nace una estrella. En paralelo a estos dos proyectos, Gaga se estaba dejando registrar por Chris Moukarbel para la posterior exhibición de un documental sobre su persona. La autenticidad es el rasgo más importante de la última remake de la película de Cukor. Ya no hay mujeres abnegadas, sino genuinas.
Probablemente, la alteración del estilo musical, exigida por las demandas de la industria discográfica a las que se somete el personaje de Gaga, sea lo que menos interesante de la nueva Nace una estrella. Si bien cuenta con una mirada feminista, hacia el final se desdibuja cuando la muerte trágica del hombre funciona como eje para el posterior regreso de la mujer a “sus raíces” artísticas. Tampoco es demasiado creíble la canción final interpretada por la cantante: aunque se dice que la compuso su marido parece compuesta por ella y el mensaje es poco claro y de libertad de expresión no tiene ni una pizca. Por último, el tono de voz de cowboy renegado, pasado de copas, del que abusa Bradley Cooper se vuelve un poco redundante. Aún así, tiene una banda sonora inolvidable, con unos arreglos de guitarra dignos de un rock de garage enfurecido, que te hace mover los pies y tamborilear los dedos mientras la escuchás. Realmente, estamos ante la mejor de todas las remakes realizadas sobre What Price Hollywood?
[1]La segunda remake, protagonizada por Judy Garland, la dirigió George Cukor en 1954. La tercera adaptación es de 1976, encabezada por Barbra Streisand y dirigida por Frank Pierson.
[2]La primera vez que Lady Gaga se mostró “a cara lavada” fue en Gaga: Five Foot Two (Chris Moukarbel, 2017), un documental que registra a la mujer detrás de la cantante, el glamour y la fama.
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