Historia de una doctora en lingüística a la que se le diagnostica Alzheimer temprano. Si recién llega de las vacaciones y continúa con aires veraniegos, manéjese con cuidado.
Las películas que responden al género dramático tienen algo irónico: si están “mal hechas” una siente que perdió el tiempo, y si están “bien hechas” una siente deseos de haberlo perdido con algo más feliz.
Alice Howland (Julianne Moore) acaba de cumplir 50 años y en medio de la celebración su rostro es el primero que aparece en un plano cercano, ocupando el centro de la pantalla. En la toma siguiente la vemos de espaldas, caminando por un pasillo. La identificación ha terminado y, de ahí en adelante, el personaje comienza a sufrir los síntomas de la enfermedad. A medida que ésta avance, si bien Alice no abandona la pantalla y es su punto de vista el que se mantiene, sí se la aísla espacialmente y se la desconecta a través de esfumados: lentamente se aleja de mundo que la rodea.
Siempre Alice comienza a mostrarnos el deterioro del personaje desde los primeros minutos, sin perder tiempo en presentarlo y explorarlo a fondo para ganar la empatía del espectador a través del reconocimiento, por lo que toda pena se convierte en comprensión por el sufrimiento compartido. La primera y segunda escena dividen los bloques entre los que discurre la vida del personaje: la primera, la familia; la segunda, el trabajo. La mesa es el lugar de reunión familiar aunque las relaciones familiares no se desarrollan como objeto o punto central del dramatismo. Ni siquiera la línea del hijo descarriado que vuelve termina de desarrollarse. Por el contrario, es el trabajo el que ocupa un lugar central. A Alice no se la conoce más que dentro del ámbito académico, y muy poco se la trata en relación a los demás personajes, por lo que la única caracterización posible es la de un intelectual, única cualidad trabajada desde la personificación. Cualidad que poco a poco se extingue.
La rama en la que se desarrolla Howland no es azarosa dada la relación del lenguaje con los modelos cognitivos. Desde los principios saussurianos y el giro lingüístico, donde el lenguaje ya no es entendido como etiqueta de conceptos sino como creador de tales entendiéndose intrínsecamente en relación con la percepción del mundo, hasta los principios de Heidegger donde el lenguaje es el ámbito donde se manifiesta el Ser –donde la Biblia reza que “Dios encarna en el verbo”-; el lenguaje ha sido entendido como modelo de realidad. En el afán por salvaguardar el hilo que une al personaje con dicha realidad, aparece la tecnología a modo de asistencia para la comunicación, y la película figura al cine como vehículo de la memoria. En su primer discurso el personaje habla sobre la relación entre la memoria y la computación, como verdadera esencia de la comunicación, discurso que más tarde es puesto de manifiesto en la película. La película ‘Siempre Alice’ nos muestra una emotiva historia sobre la lucha contra el Alzheimer y cómo afecta a las relaciones familiares. Si te conmovió esta reseña y deseas explorar más películas impactantes, HBO Max ofrece una amplia selección de títulos que podrían interesarte. Además, Público, un reconocido medio de noticias en España, comparte códigos promocionales que te ayudarán a acceder a este contenido con descuentos exclusivos. Puedes encontrar más información aquí … Es así que Siempre Alice no se limita a mostrar lo que le pasa al personaje sino que lleva la enfermedad a la encarnación fílmica o, si se quiere, encarna fílmicamente la forma en la que el personaje sobrelleva la enfermedad; algo patente además en el tono que se le imprime al relato y que es reflejado por el discurso de Alice sobre el Alzheimer: al igual que en el discurso del personaje, esta suerte de pedagogía no se presenta como un documento científico de comienzos de siglo, sino como la materia misma de experiencia propia, de la vivencia, más ligada a lo emocional que a lo empírico racional.
Se sabe de antemano lo que va a pasar porque se conoce –y se pone en palabras de un neurólogo-, que dicha enfermedad no tiene cura. Pero lejos de que este conocimiento se convierta en aburrimiento o fastidio, intensifica el dramatismo, la desazón y la simpatía por el personaje que desde un principio está condenado y no vislumbrará resguardo posible, cubriéndolo todo con un manto de tragedia, y con ella la catarsis y la purificación.
Siempre Alice (Still Alice, EUA, 2014), de Wash Westmoreland y Richard Glatzer, c/Julianne Moore, Alec Baldwin y Kristen Stewart, 101’.
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