Siempre es un desafío para todo director que adquiere renombre internacional por sus películas poder trascender las fronteras del localismo de su país de origen, pero a la vez mantenerse fiel a su idiosincrasia. Este es el reto al que se somete el director iraní Asghar Farhadi en su última película Todos lo saben (2018), filmada íntegramente en España, con un elenco coral de estrellas de habla hispana.
Los primeros planos que muestran el interior de un antiguo campanario de pueblo, que reuniendo pasado y presente sigue funcionando pese al paso del tiempo, y la manos enguantadas que manipulan recortes periodísticos sobre el secuestro de una niña nos sitúan en la línea del melodrama familiar y del policial de enigma, géneros que el director hibrida en su película.
Laura (Penélope Cruz) regresa, junto a su hijo pequeño y su hija adolescente, a su pueblo natal en España (las locaciones de la película están situadas en Torrelaguna, pequeña villa al norte de Madrid), a ese lugar de construcciones de estilo medieval donde las costumbres parecen detenidas en el tiempo. El motivo de su llegada es el casamiento de su hermana menor Ana (Inma Cuesta). En Buenos Aires queda su esposo Alejandro (Ricardo Darín), quien no ha podido acompañarlos debido a compromisos laborales.
Al comienzo todo está teñido de alegría por el reencuentro de Laura con sus hermanas, con su padre anciano -y en decadencia física y económica-, y con Paco (Javier Bardem), un viejo amigo de la familia. No obstante, la cagada de paloma que cae en el hombro de Paco, mientras se reencuentran y conversan en la puerta de la iglesia, es la marca del mal augurio, como cuando Santiago Nazar en Crónica de una muerte anunciada (Gabriel García Marquez,1981) sueña, la noche anterior a su asesinato, con pájaros que lo cagan encima.
Mientras los adultos se reencuentran, la hija adolescente de Laura, Irene (Carla Campra), se pasea por el pueblo en motocicleta y a alta velocidad, y despliega su osadía al flirtear con un jovencito con el cual se escabulle hacia el campanario en plena ceremonia de casamiento, haciendo sonar la campana mientras entre besos descubre que su madre y Paco tuvieron un amor de adolescencia pues sus iniciales están grabadas en la pared de la iglesia.
El desenfreno de la joven genera inquietud en el espectador, pues uno abriga la sensación de que en cualquier momento algo peligroso va a pasar y, a la vez, ese campanario -que sigue marcando el ritmo del pueblo como en las películas de Buñuel- nos advierte de ese costumbrismo pueblerino arraigado aunque haya pasado el tiempo.
En medio de los festejos, se desata una tormenta y se corta la electricidad, lo cual coincide con la misteriosa desaparición de Irene en medio del apagón. Laura constata la desaparición de su hija e inmediatamente descubre recortes de diario -los que vimos al comienzo- en la cama donde la joven se había recostado al sentirse abruptamente cansada.
Toda esta primera parte se encuentra bellamente filmada por Farhadi, aprovechando esa luz de verano que rebota por las paredes de piedra y la aridez del suelo de los alrededores de Madrid, alquimia de alegría y rispidez. De esta última brotan los rencores, los reproches, los secretos que semejan ocultos, pero que no lo son tanto, en ese pueblo chico e infierno grande.
La desaparición de Irene deviene en secuestro cuando Laura recibe en su celular el mensaje de los captores pidiendo una importante suma de dinero para el rescate. El mismo mensaje le llega a Bea (Barbara Lennie), la pareja de Paco. Ante el dramatismo de la situación, Alejandro viaja desde Buenos Aires y se presenta en el lugar. Sin dinero para hacer frente al rescate, la familia consulta con un policía retirado: las sospechas basculan de un lado a otro, desde los empleados del viñedo de Paco, el mismo Alejandro, y luego cualquiera de la familia y del pueblo. Un secreto a voces rodea la desaparición y comienza a esbozarse cuando el policía amigo insista en el por qué de enviarle un mensaje del secuestro a la pareja de Paco. En este punto, uno como espectador ya sabe también de qué se trata y, conforme todo se vaya develando, es esta previsibilidad lo que hace que la película decaiga, que pierda todo suspenso y que tampoco pueda poner en claro cuál la intención del director, en medio de los reveses de una trama que levanta demasiado polvo sucio escondido debajo de la alfombra.
Este tema de la desaparición y los secretos que salen a la luz ya lo había abordado Farhadi en su película About Elly (2009). Allí, una joven desaparecía en medio de un picnic entre amigos, derivando las sospechas hacia todos, mostrando la necesidad de culpar a alguien y levantando secretos que se exponían a la luz pero de un modo más efectivo, quizás porque la trama era más verosímil y se alejaba del tono de culebrón que adquiere en este caso. No cuestiono que tempranamente se descubra cuál es el secreto, de hecho en muchas películas sabemos desde el inicio quién es el asesino y no por ello se pierde el efecto. Y también destaco que la trama policial, como también ocurre en el cine de Chabrol, está al servicio de desnudar los trapos sucios de una familia que se presenta como feliz y sin fisuras. Lo que discuto es que en medio de tanta parafernalia mainstream de un cine global se desdibuje la mirada de un director que era mucho más eficaz en el minimalismo del cine que le dio identidad.
En cuanto al contenido, el tema central que trabaja Farhadi es el secreto de goce como aquello que hace familia, en el sentido en que distribuye el lugar que ocupa cada uno de los miembros en la estructura familiar. Lo que Laura eligió callar por sostener a ese marido perdido, sumido en la depresión y el alcohol, lo erigirá en padre de su hija, dejando a Paco en el lugar del padre biológico. Es claro, en este punto, que es la mujer la que designa quién es el padre de su hijo, en tanto aquel que lo inscribe en una filiación. La escena más interesante es entonces aquella en la que se confrontan Alejandro y Paco, pues mientras el primero esgrime el argumento religioso del hijo como señal de Dios que le devuelva la vida, el segundo argumenta desde el punto de vista del derecho. A Paco, saber que tiene una hija lo deja en la encrucijada de involucrarse en tanto padre (y aquí el secuestro policial resuena en el secuestro simbólico de la identidad de esa hija), o dejar las cosas como están, que la puesta en escena señala con los barrotes en la puerta de su casa en la finca vitivinícola, esa que antaño le había comprado a Laura a muy bajo precio.
En suma, Todos lo saben se apoya en la dupla Cruz/Bardem, que se destaca del resto del elenco, y en la trama melodramática, pero pierde fuerza en la última mitad del relato donde todo se vuelve previsible. La intriga policial, en su afán de complejizar el relato, desvía al director del conflicto, impidiéndole profundizar en los vínculos de los personajes y las consecuencias de sus actos. Sin ser lo mejor de su cine, y aunque estén ahí los trazos gruesos de las temáticas que siempre le interesó trabajar, es una pena que Farhadi quede encandilado por las luces del cine mainstream, y pierda la sutileza, el minimalismo y el localismo que lo habían destacado en sus primeras películas.
Todos lo saben (España/Francia/Italia, 2018). Guion y dirección: Asghar Farhadi. Fotografía: José Luis Alcaine. Montaje: Hayedeh Safiyari. Elenco: Javier Bardem, Penélope Cruz, Ricardo Darín, Barbara Lennie, Jaime Llorente, Eduard Fernández, Inma Cuesta. Duración: 132 minutos.
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