Ramona (Marcela Días) es empleada doméstica. Trabaja en un departamento señorial. Uno de esos sobre la Avenida Libertador en Retiro por el que se pagan cientos de miles de dólares para tener una vista panorámica de la Villa 31. Réimon, la película, mira por la ventana, pero no ve la villa. Ramona, la protagonista, viaja en tren hasta su barrio conurbano donde come asado con amigos o parientes y pasea a su perro. Otros perros, posiblemente suyos también, toman agua de un balde respetando las clases sociales perrunas. El que está debajo espera con ansiedad mal disimulada que el poderoso beba hasta saciarse.
También trabaja en un PH donde una pareja de unos 30 años (Cecilia Rainero y Esteban Bigliardi) lee a Marx mientras ella limpia. La escena pretende expresar alguna contradicción en esta situación. Poco después la dueña de casa le da a Ramona unas bolsas con ropa que ya no usa.
Réimon parece una de esas películas que a comienzos de la década pasada veíamos en el BAFICI con asombro. Descubriendo que las formas del cine podían ser otras y otras. Uno de esos espías en rutinas invisibles que podían estirar los límites de lo que vale la pena ser filmado. Hoy es difícil mantener el interés en algo que está agotado como forma de narración y no compite con la infinita disponibilidad audiovisual como espionaje de la rutina cotidiana.
Desde muy chicos, los progresitos aprendimos a horrorizarnos con las palabras “mucama”, “doméstica” e incluso “empleada”. Ese horror terminaba en horrores eufemísticos como el título de este texto. Una carrera ridícula huyendo de la propia discriminación, tan inútil como escaparse de la propia sombra. La discriminación no está en las palabras, mientras la llevemos adentro se va a infiltrar en cualquier palabra que elijamos. Las buenas intenciones nacen de la culpa y terminan actuando como una cacería de brujas en la que todos somos sospechosos. De pronto alguien dice “boliviano”, tan gentilicio como el que más, y corre el riesgo de convertirse en sospechoso. En cambio, cuando nos sentimos iguales, las palabras se ablandan. Podemos ser putos, negros, pelados, gordos, paralíticos. Es un camino largo y arduo.
Algo de esto hay en el horror que siente Moreno ante el trabajo. Pasar un trapo, viajar un par de horas en tren, que te regalen ropa usada. Esas situaciones, que para una persona que tiene tiempo de donar su trabajo a una producción cinematográfica, es terrible, para mucha gente, para la mayor parte de la gente, es una fortuna. Es cierto que no hay justicia en esto. Es cierto que la desigualdad es flagrante. Pero si sos tan digno como para no soportar que algunos tengan que trabajar todos los días o para denunciar a quien puede pagar para que le limpien la casa gracias a esa desigualdad, tu obligación no es hacer une película con los equipos que te presta la universidad privada, sino tomar las armas y salir a reventar el sistema.
Réimon (Argentina, 2015), de Rodrigo Moreno, c/Marcela Días, Cecilia Rainero, Esteban Bigliardi, Juvenila Días, 72′.
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Desde muy chicos, los progresitos aprendimos a horrorizarnos con las palabras “mucama”, “doméstica” e incluso “empleada”. Ese horror terminaba en horrores eufemísticos como el título de este texto. Una carrera ridícula huyendo de la propia discriminación, tan inútil como escaparse de la propia sombra. La discriminación no está en las palabras, mientras la llevemos adentro se va a infiltrar en cualquier palabra que elijamos – IMPECABLE.
Pero TOMAR LAS ARMAS en lugar de FILMAR PELÍCULAS, es un poco demasiado…
No digo que hay que tomar las armas, digo que si te parece tan terrible que alguien labure el sistema no tiene nada para ofrecerte.
Gracias por el comentario
Un tipo leyendo en varias ocasiones, a veces junto con otra persona, pasajes de El Capital de Marx y a su vez alternando esto con una empleada doméstica limpiando su casa muestra un contraste muy loco entre las ganas de intelectualizarse y lo que termina haciendo el estudiante de clase medie…Es basura, diría Jay Sherman en versión española levantando el índice. Quién soporta esos minutos eternos de un tipo leyendo El Capital con ánimos, por parte del director, de mostrarte una obviedad. Me enojó mucho cuando la vi en Mar del Plata porque hubo otra película que me perdí ir a ver Réimon. Pero no sólo eso me enojó sino también como a veces los directores de cine pretenden emitir un mensaje super fuerte -espero que se entiendan los sarcasmos en todo el comentario- engañando al espectador haciendo creer que está asistiendo a una forma intelectual elevada a la hora de contar una situación social, emitir un mensaje o contar una historia y es todo lo contrario. Choronga lo denominó una vez El Amante Cine a un cine parecido, yo le agregaría que el comentario una vez fuera de la sala es «qué te querés hacer…» haciendo montincito con la mano. Godard tiene momentos similares en Weekend pero tiene su gracia en 1967 donde la postura estética, disrruptiva y audaz, de esa época lo terminan justificando. Ahora tener de frente a un tipo, reitero, leyendo El Capital de K.Marx edición siglo XXI durante varios minutos sólo justifica la carencia de ideas, la carencia, en definitiva, de cine. Me zarpé un toque. Pero no enojó bastante Réimon. Saludos.