acabo_epica“Vagabundeá, vagabundeá, pero no pierdas el ritmo, que es la luz.”

Leónidas Lamborghini

Ya hace un rato largo que acá adentro estamos todos pensando en Sánchez. ¿Cómo será un hombre que escribe así? Lo reeditaron, le editaron cosas nuevas, un libro re bajonero de charlas que tuvo con un amigo, esa biografía genial de Baigorria. Aunque no lo merezcamos, cada vez recibimos más de parte de Néstor Sánchez. Y ahora este documental, estas entrevistas a personas que lo supieron querer bien, que se lo bancaron y le dieron una mano. Entrevistas en las que a cada uno se lo nota muy cómodo, en las que todos tienen tiempo para desarrollar bien sus ideas. Pocas personas pero buenas e inteligentes, intercaladas por lecturas en off de pedazos de los libros y por muy lindas imágenes de lugares donde nuestro hombre estuvo, y que dan la sensación de todavía albergarlo. ¿Pero puede haber estado en un lugar común alguna vez? ¿Cómo puede llegar a ser en esos lugares un hombre que escribía así?

Sánchez caminaba mucho, todo el día, sin parar. El se inventó su patología, “delirio ambulatorio”, dice. No sé si para el Sánchez caminando es lo mismo estar caminando en una ciudad o en otra. Buenos Aires, Caracas, Lima, Roma, Barcelona, París o Nueva York, donde lo encontró su hijo oficiando de vagabundo después de unos 15 años desaparecido, en los que incluso se le hicieron homenajes, creyéndoselo muerto. A veces, cuando estoy superficial, me parece un hombre medio tramposo: como si el tema de cada libro, sus personajes, el lugar y hasta el ritmo fueran males necesarios para poner a funcionar la máquina. Exijo que la máquina funcione sin todos esos puntos de referencia, sin esos centros de gravedad, sin de donde agarrarse. Exijo que Sánchez camine, deambule, en ninguna ciudad, y que sin ciudad deambule igual. No entiendo si esos puntos de referencia, si esos significantes a veces un rato vacíos son engranaje o son esencia o son ya la energía de lo que está andando.

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Deambular sin ciudad es delirar sin escribir. Por momentos los entrevistados sugieren la moraleja: la vida o el delirio o el ritmo tienen sentido, tienen épica, si se escribe. A veces se le quiere reclamar, al Sánchez de esos años durante los que no escribió. Por eso el texto más releído de La condición efímera es, por lejos, el diario ese de Manhattan en el que pone algunas palabras a sus años de vagabundeo. (Y porque tiene más lugares de donde agarrarse de lo habitual).

Sánchez caminando sin ciudad: a veces lo tenemos así, durante una o dos páginas.

Durante una o dos páginas los entrevistados dejaron de verlo.

Esa foto con esa mujer.

La lectura de Sánchez es terrible porque es una experiencia que se aproxima a mostrarnos cómo sería la posibilidad de una conciencia permanente. Ni la ciudad, ni el deambular, ni la máquina esa son tan permanentes como esa conciencia. Es claro que sin épica no hay posibilidad alguna de escritura, en el sentido sancheano.

Pienso en esas frases de Sánchez que parecen casi sin sentido, y vas avanzando y cada vez parecen tener menos sentido, pero de golpe al final te pone una coda, un firulete, un pasito de baile que ilumina la exhalación de cada letra anterior, que hace que todo signifique, y fuertemente. No estaba improvisando al tuntún del significante el culorroto éste: estaba estirando el rango de su conciencia, viendo hasta donde es capaz de hacer llegar su luz. Una conciencia oscura y luminosa al mismo tiempo, como la chica más linda de todas. Siempre te va poniendo esas palabras que relativizan el sustantivo, es un trucho: siempre sentís que le sacaste la ficha al recurso de los potenciales, de lo tendencioso, de los supuestos. Te ablanda la tierra para disimular los cascotes.

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El hijo cuenta que, cuando es muy niño, Sánchez intenta decirle que se va. Y no puede. Toda una obra que sea ese estar intentando decirle a tu hijo que te vas.

¿Cómo es un hombre que escribe así?

Se le reclama a Sánchez todo el tiempo que aguante un poquito más. Yo también le reclamo lo mismo cuando pienso en esa foto con esa mujer. Sin superar esta precariedad de la vida no hay posibilidad alguna de escritura.

Un muro: y detrás de ese muro la posibilidad de un maestro.

Eso dice el hijo que se encontró cuando al fin pudo ubicar a su papá.

Hace unos años una novia me pidió que deje de leer a Sánchez. Le parecía negativo lo que veía que pasa cuando se lee mucho a Sánchez. Estaría leyéndolo mal, yo, sin metabolizar el ritmo. Porque nada con ese ritmo puede ser negativo.

Pero no estoy seguro, la verdad. Si tuviera que clasificar a los humanos entre destructivos y constructivos, ningún escritor me parecería tan difícil de embolsar como Sánchez. “Un muro, y detrás de ese muro la posibilidad de un maestro”. El muro, de tan bajonero, me tienta, si me apuro, a negativizarme. Pero si me la banco e insisto en este vértigo misterioso voy a tener mucho poder de tan duro que deja el músculo. Gurdjieff puro.

Sánchez, la relectura de Sánchez, la admisión ya casi innegable de Néstor Sánchez en la cancha de los 11 titulares del equipo de escritores argentinos del siglo veinte, es la puesta en valor del individualista, del individualismo, del animalito que prefiere la muerte lenta a mirar lo que hace el de al lado. La manifestación en literatura del que vive extremando su verdad más solitaria.

“Era la única forma de separarnos”, dice la mujer hermosa que salió tan hermosa en la foto esa que me mata. Pero ella qué sabe.

Leer a Sánchez es doloroso, como es doloroso el parto, como es doloroso lo impuesto por la memoria.

nosotros-dos-nestor-sanchez-ed-mansalva-4311-MLA3564083067_122012-O1La escritura, la ciudad, este cuaderno, son puntos de apoyo. Usar puntos de apoyo no implica no estar en la esencia, a veces apoyarse no implica no estar buscando verdades. Pero contiene el riesgo de la distracción. Y si te distraés, si no estás en la esencia, como dice uno de los entrevistados, Sánchez pasa de largo y te lo perdés. Y está en todo su derecho, porque es un privilegio que exista Sánchez aunque el mundo no se lo merezca, allá caminando, con una pregunta y no soltando la pregunta, construyendo un destino de grandeza a fuerza nada más que de intensidad. Cuesta pensar que en ese momento hayan puesto a Sánchez por debajo de Cortázar. Qué mal gusto suele tener el presente.

“Estaba afuera del mundo y escribía afuera del mundo” dice un hombre, que si hace una afirmación así estoy seguro de que debe saber muchísimo sobre qué es el mundo.

“No sabía explicar. No sabía lo que viene. Es todo involuntario” dice otro hombre sobre cómo escribía Sánchez. Después de una afirmación así, me es dado suponer que este hombre sí sabe explicar, sí sabe lo que viene.

“No me llegó a pasar nada pero fue bien fuerte el impacto” dice la mujer hermosa, sobre un accidente automovilístico que vivieron juntos.

¿Cómo es posible vivir tanto tiempo lejos de un final, lejos de la infinidad de un final?

No hay posibilidad alguna de consuelo.

Se acabó la épica (Argentina, 2014), de Matilde Michanie, 72’.

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