No resulta descabellado pensar a People Will Talk (que, aun resignando fidelidad al tiempo verbal, en nuestro país debiera haberse estrenado con el título La gente siempre habla) como la película imprescindible de Joseph L. Mankiewicz, el centro de gravedad de su filmografía. The Ghost and Mrs. Muir es más romántica, Somewhere in the Night es más cinéfila, incluso antes de que la cinefilia existiera, y La condesa descalza es mucho más prestigiosa, además de ser la película suya en la que mejor iluminada aparece una mujer, que no es cualquier mujer sino Ava «demasiadamujer» Gardner, pero ese mérito le corresponde, sobre todo, a Jack Cardiff, también director y notable fotógrafo de La guerra y la paz, La reina africana, Pandora y el holandés errante (otra vez Gardner, en esta rara y poco difundida película de Lewin que era una de las preferidas de Jean Eustache), Under Capricorn, Las zapatillas rojas. El asunto es que People Will Talk se ocupa de la palabra como objeto ya desde su título y, siendo Mankiewicz el director clásico más literario, tan sólo por eso merecería mirársela con detenimiento. Pero además es un tratado ameno de ética y ontología, fábula moral fluida y deliciosamente enigmática. Hay un misterio, o quizás dos y hasta tres, o cuatro, cada uno de los cuales corresponde al de la identidad de los personajes centrales: el dueño de una clínica, médico maduro cuyos métodos de curación integral, y sobre todo su éxito, generan la envida de los demás y la maliciosa investigación de un colega mezquino y rastrero, roído por los celos y transformado en roedor por el casting; una joven que acude al médico desesperada porque no quiere ser madre soltera; el padre cansado de la chica, poeta y periodista sin éxito que no tiene otra opción que vivir en la casa de su hermano, rehén de la avaricia de ese granjero embrutecido por devenir terrateniente; y una última figura, radicalmente elusiva, que sigue al médico encarnado por Cary Grant como si fuera su sombra, cruza de mayordomo y sepulturero cuyo porte impresiona y su rostro enternece (Finlay Currie, secundario escocés de larga carrera en el cine británico y americano, además de narrador de Whisky Galore! y Ben Hur, entre otras películas a las que prestó su voz). A través de este último, Mankiewicz coquetea con el fantástico, sin valerse nunca de lo sobrenatural, para trazar una de las más elegantes parábolas sobre el macartysmo en particular y la intolerancia en general que ha dado el cine americano clásico.
A quienes les interese el tema, les recomiendo no dejar de leer Palabras como cáscaras vacías: el cine hablado de Joseph L. Mankiewicz, artículo de Carlos Losilla incluido en su libro La invención de Hollywood: O cómo olvidarse de una vez por todas del cine clásico. Va un fragmento:
“Pero la belleza literaria como arma de doble filo también puede tener otro sentido. A veces las evocaciones poéticas que emanan de las palabras alcanzan tal grado de perfección, de redondez, que sus efectos llevan la fascinación primera mucho más allá de lo previsible: por un lado, logran imponer el efecto de la representación por encima de lo representado, con lo cual la literatura deja de embellecer la realidad para transformarla directamente en mito, para mistificarla; por otro, convierten la retórica en complot o en maquinación. La segunda opción constituiría algo así como el lado oscuro de la primera, aquella frontera en la que la ilusión se transmuta en engaño, en mentira. Pero se trata de un engaño, de una mentira, que ya trascienden la simple ‘habladuría’ para adoptar el rostro tenebroso del vacío, ese lugar sólo habitado por las sombras de la vanidad humana, de todo aquello que no por dicho resulta digno de adoptar corporeidad alguna. Y es en el borde mismo de ese vacío, de nuevo en ese abismo de la ausencia, donde se mueven, tan ufanos como patéticos, los seres miserables que lo han imaginado, esa humanidad bulliciosa que sólo puede dividirse en víctimas y embaucadores, narrados y narradores, quizás incluso autores y audiencias.”
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