ninos_de_la_memoria-03-thumb-largeLa mirada de los extranjeros sobre Argentina es un subgénero periodístico al que acuden cada tanto diversas publicaciones. No hay nada de esto en Niños de la memoria salvo la triste familiaridad que sentimos al verla.

El contexto es la guerra civil sostenida en El Salvador desde 1980 hasta la década del 90, guerra que tomaba la forma de masacre cuando el gobierno, apoyado por Estados Unidos, usaba los rutinarios métodos impuestos por las dictaduras latinoamericanas en esos años. Oliver Stone tomó estos hechos para hacer Salvador y un par de años después Raúl Julia fue el protagonista de Romero, película sobre el arzobispo de San Salvador asesinado en 1980 y pronto a ser canonizado según dicen. Entre las similitudes con nuestra dictadura autóctona hay una que es el tema de la película: cientos de chicos, la mayoría hijos de familias campesinas asesinadas, fueron ilegalmente entregados a familias adoptivas, ocultándoseles su verdadera identidad. Como en nuestro país, hay chicos recuperados y hay padres que siguen buscando a sus hijos.

La película va y vuelve entre lo general y lo particular. Recupera impresionantes imágenes de la época, ubica el contexto histórico y explicita el apoyo de Washington a la represión. También va en busca de los efectos en las vidas concretas. Toma dos casos particulares: uno es el de un campesino al que le mataron a toda la familia, pero sabe que una de sus hijas sobrevivió y fue llevada por las fuerzas del ejército. El hombre y su historia es seguido con sentimentalismo, pero compartiendo sus sentimientos, no tomándolos como efecto manipulador. Consigue que lo queramos, que lo comprendamos, que su situación fuera de lo común nos provoque empatía sin perder su lugar humano, sin transformarlo en un personaje guionado. Es un hombre que no vive hundido en la tragedia, pero tampoco superó la pena por la pérdida.

get_imgLa otra historia es la de Jenny, una chica salvadoreña de unos treinta años adoptada por una familia estadounidense. La chica se entera de su origen y comienza la búsqueda de su pasado. También hay cuidado en la forma en que la película la acompaña, la deja hablar, la escucha, la muestra como una persona querible que nos transmite su motivación.

En esta última historia sentí algo perturbador que me costó identificar. Evidentemente era algo en relación con su cara de latina, su origen presumiblemente campesino y su forma de ser actual tan norteamericana. Obviamente hablaba y se comportaba como una yanqui. Arriesgo una hipótesis en relación a esa perturbación: en Argentina no tenemos esas historias, los hijos apropiados hablan cuando ya fueron encontrados y restituida su identidad. Habitualmente en el discurso que les escuchamos ya hay algo de esa identidad recuperada. Jenny habla desde su lugar de estadounidense y ese lugar se hace muy notable por el lenguaje, tanto hablado como físico; no hay nada de su pasado salvadoreño en ella. Es como asomarse a la vida de una de esas 400 personas que se siguen buscando en nuestro país, que en este momento hablan y se mueven con un lenguaje, de alguna manera, ajeno.

Niños de la memoria (EUA, 2013), de María Teresa Rodríguez y Kathryn Smith Pyle, 64’.

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