ADVERTENCIA: Sí, se tiene que haber visto la película con sus seis cortos de antemano porque, más que un spoiler, estos apuntes van a resultar un tedio inconexo, una suerte de diálogo íntimo sin interlocutor, pues esa es la idea de escribirlos: dialogar la película del año, consensuar implícitamente entrelíneas sólo para desarmarlas y volverlas a proponer como espectro de impresiones, muchas aleatorias, pero siempre encontrando, en la medida de lo posible, una unidad que las articule, pues si algo no tiene esta película -por más que muchos se esfuercen en remarcarlo- es irregularidad[1]: Todo en La Balada de Buster Scruggs es un gran relojito maravilloso de ver y charlar… dialogar… consensuar… cantar… apuntar…
UNO (sobre The Ballad of Buster Scruggs): Joel y Ethan Coen, están. Están porque siempre estuvieron. En el 2009 estrenaron posiblemente su mejor película: Un hombre serio. En ella expusieron (y agotaron) de manera maravillosa toda su neurosis (¿no resuelta?) judía: La Cábala, el Zohar, el Bahir, la Sefer Yetzirah, el Talmud, todo el esoterismo judío y la Torá rabínico-religiosa que desde chicos estudiaron, moldearon, usaron, vaciaron, ridiculizaron, rechazaron, adoraron y, por sobre todas las cosas, aprehendieron (más que aprendieron) para filmar. pues con los Coen todo a su alrededor parece devenirse en eso: una cocina llena de productos solo usables para hornear un film… En Un hombre serio, dejaron en claro el manifiesto de esa aprehensión. A partir de allí, toda esa tradición mística judía y talmúdica iba a volver a aparecer en su filmografía, pero nunca más de forma tan expresa como en esa película; sí lo iba a hacer de forma metafórica, simbólica, solapada, mechada, pero nunca más expresa. Ejemplo de ello es que La Balada de Buster Struggs tenga seis (número representativo si los hay dentro de la Cábala) cortos y en el primero de ellos -como hace una Sefirot para transferirse a otra- con nombre homónimo a la película, se llene y se vacíe de su propio contenido: todo lo que parece serio en el corto se vacía en lo ridículo y todo lo ridículo, se llena de lo serio. Lo serio es el western como el gran género yanqui fundador de su literatura y su cine; lo serio es la música y sus letras; lo serio es la cámara, la edición y el montaje en clave clásica; lo serio son las actuaciones, los paisajes, la fotografía, los encuadres y los tiempos bien marcados de las tomas. Lo ridículo, en cambio, es el grotesco, es la parodia musical, son ciertos vestuarios y estereotipos ridiculizados del propio western fundador. Pero, hay un ángel, un angelus (¿cómo el de Klee, como el que motivó a Benjamin, a Scholem, a Jung?), hay un ángel, y los ángeles, cómo bien explica la tradición talmúdica, no suelen ser seres particularmente benignos… Y he allí la primera huella profética que dejan los Coen para el resto de su película y los cinco cortos por venir: Nada en ella -por más humor, lírica, arte, parodia, belleza que contenga- será benigno. Quizás, todo lo contrario. Y por ello, a lo contrario vamos.
DOS (sobre Near Algodones): Un personaje de ladrón fracasado, interpretado por el particularmente irritante James Franco, está destinado, condenado y tangencialmente condicionado a morir fatalmente de forma irreversible. La belleza en un caso así, entonces, se puede (¡debe!) transformar en un último deseo, en un Centro de todo. Inducirla, sublimarla (¿en una mujer?) es, sería más bien, una causalidad mágica. Y esa causalidad le pasa a ese personaje de Franco, pero en forma de casualidad, de accidente milagroso segundos antes de ser ahorcado. Lo sublime, entonces, no es la belleza en sí; es, precisamente, lo casual -ese momento…- que se vuelve milagroso para encontrarnos en su azar por más que segundos después la vida se nos apague para siempre en la intrascendencia más absoluta y brutal.
TRES (sobre Meal Ticket): Para Harold Bloom, todo el psicoanálisis freudiano no tiene nada de clínico sino más bien que es pura literatura; según él, es una mala lectura de la obra de Shakespeare. Todas las psicosis también llamadas pasiones (amor, locura, sexo, ambición, cobardía, valentía, avaricia, etc.) que el psicoanálisis analiza del comportamiento humano a través de sus métodos de indagación del inconsciente no son más que una repetición tardía de lo expresado lírica y dramáticamente en la obra de Shakespeare. Por esta razón, que un tullido sin piernas ni brazos lo recite itinerantemente de pueblo en pueblo en la Estados Unidos en construcción del siglo XIX, entre las minas, las montañas, los parajes de nieve, frío, hambre, gente tosca y analfabeta como si fuera un evangelio mechado con poemas de Shelley y el Discurso de Gettysburg de Lincoln no hace más que trasladar aquella psicosis al símbolo de una (¡la!) gran nación floreciente en plena revolución industrial. La nación donde, aparentemente, por metonimia quizás, un hombre es grande sólo cuando ese hombre se puede volver grande dentro de esa nación. Recitar Shakespeare o entrenar una gallina para hacer trucos pavos de matemática son medios iguales de valederos para un único fin: sobrevivir en lo inhóspito como se pueda más que como se deba. La buena moral devenida casi siempre en moralina, entonces, según los Coen y ese pérfido comerciante de arte interpretado por Liam Neson que regenteaba al tullido, es para la gilada nomás. Para el que se sienta gilada quizás.
CUATRO (sobre All Gold Canyon): Un inmenso, desalineado y avejentado Tom Waits canturrea feo mientras busca extraer de la entraña virgen de la tierra más abundante, salvaje y próspera, el pedazo de oro que lo vuelva rico de una buena vez por más años y achaques que tenga encima. Solo otro hombre puede interrumpirle ese proceso. O no. El tullido del corto anterior, siempre, en el final de sus actos, recitaba fragmentos del Discurso de Gettysburg de Lincoln. En ese discurso, Lincoln hablaba de la prosperidad americana, de la “America for americans” que luego decretará Monroe, de la Estados Unidos sin gentilicios en inglés más que el “american” con el que ellos mismos se autodenominaron. Los hermanos Coen lejos, lejísimos, de la “culpa burguesa por ser yanquis” que miles de intelectuales estadounidenses tienen en esta era de Trump y Harvey Weinstein, se adentran en el corazón mismo de su país, en las matrices fundadoras del mismo como potencia mundial post revolución francesa y revolución industrial del siglo XIX para entender (¿protestantemente la cosa en términos weberianos?) que esa prosperidad depende de uno, de la habilidad de uno para lidiar con el paisaje que lo rodea, para sobrevivir entre los hombres y a otros hombres además del paisaje y, sobre todo, para saberse proveer los sueños anhelados desde el más chiquito hasta el más grande (desde una tortilla de huevos en el desayuno hasta una roca gigante de oro puro a tres metros bajo tierra), sabiendo que la fuerza de la propia voluntad es la regente por más condicionantes y falsa meritocracia que le haya impuesto (impondrá…) el famoso american dream a una sociedad atravesada por el capitalismo acérrimo y el individualismo feroz. Por ello, el viejo Tom Waits subido a un árbol lleno de achaques dejándole los huevos (menos uno) al nido del búho -con y toda la hermenéutica masónica que despierta…- ante su férrea mirada es un momento simbólicamente maravilloso del cine en este año 2018 que ya parece irse… como el propio Waits canturreando aún más feo que al principio, con su mula, entre los matorrales, hacia el olvido del anonimato.
CINCO (sobre The Gal Who Got Rattled): En la Estados Unidos profunda, esa forjada entre en el Salvaje Oeste que se volvía progresivamente una leyenda ante la luz de las grandes ciudades y sus fábricas a finales del siglo XIX, no vive el que quiere sino el que sabe. Ya lo había aclarado William Faulkner con El oso. Ya lo había advertido, antes, el inmenso Jack London con Cómo encender un fuego. Ya lo había confirmado el gran Fred Zinnemann con la inolvidable A la hora señalada (1952) y, por sobre todos ellos, ya lo había hecho matriz y escuela el gran John Ford con La diligencia (1939) y Río Bravo (1959). Los Coen, en su corto más hermoso, largo y con un final memorable, lo reactualizan en la piel de un viejo baqueano que transporta caravanas por las praderas sureñas ecuatorialmente de costa a costa, casi haciendo peso en la veteranía, el poder de la experiencia y la vejez que se hace piel pero que templa de manera invencible el espíritu con la muchacha virgen, sin calle, débil, frágil, inteligente, inocente, ambiciosa en cierto sentido jugando pendularmente a ser el contrapunto de un hombre que, aún derrotado, sabe que va a triunfar porque la fiereza de su voluntad es el oponente de la fatalidad de cualquier destino por más que venga con indios embravecidos y cebados, perros histéricos, amigos que lo subestiman, o el poder incuestionable de una bala en la frente a la que hay que saber advertir a tiempo: nunca antes, y no, nunca después.
SEIS (sobre The Mortal Remains): Brendan Gleeson cantando… la experiencia de Brendan Gleeson cantando… la muerte que no se lleva ángeles ni demonios sino personas ordinarias (aunque ellas se crean lo contrario) con todas sus contradicciones, grandezas y nimiedades. Con, por sobre todas las cosas, los recuerdos que han construido una vida de conductas y pasiones, fracasos y realizaciones. Pero, Brendan Gleeson cantando y las puertas de los cielos y los infiernos ahí: más que en la mitad del camino de nuestra vida como al Dante, un poco después, en el final ya. O no. ¡Qué importa! Brendan Gleeson canta… y los Coen cierran su balada con una impronta casi borgeana: sólo es sobrenatural y fantástico lo que no sabemos naturalizar; naturalizada la muerte y sus fantasmas, todos los infiernos o paraísos nos van a resultar un lugar más… Como esa Estados Unidos indefinible para dos tipos que están; pues en estas épocas de mal llamada posverdad, abolicionismos varios y cine de circunstancia, están y La Balada de Buster Struggs se tiene que volver a cantar una, y otra, y otra vez pues, al fin y al cabo, ha sido el gran estreno (sin sala de cine) del 2018; una película hermosa para volverla -corto por corto- a mirar, contar… cantar.
La balada de Buster Scruggs (The ballad of Buster Scruggs, Estados Unidos, 2018). Guion, dirección y edición: Ethan Coen, Joel Coen. Fotografía: Bruno Delbonnel. Elenco: Tim Blake Nelson, Liam Neeson, James Franco, Zoe Kazan, Tyne Daly y Tom Waits. Duración: 133 minutos. Disponible en: Netflix.
[1] Palabra, ésta, tan desdeñable – ¿producto de una pereza intelectual notable? – dentro de la epistemología de la crítica cinematográfica solo comparable con la categoría “película honesta”.
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«sobrevivir en lo inhóspito como se pueda más que como se deba». Estoy de acuerdo, pero me parece que los Coen buscan retratar, si con cierta culpa burguesa (pero no sin gozo), las botas llenas de sangre de la america for american. Es la moneda, lo individual, la ventaja, la abaricia, la destrucción y la viveza (yanki, no criolla) la que le da forma a este cuasi manifiesto de lo mal parido que viene todo desde la cuna en los EEUU. alta peli!
Es que vos sabés que eso es lo que no le veo… ni crítica ni redención moral. Veo lo mismo que vos en cuanto al cuasi manifiesto pero no le veo crítica ni a su historia ni a su proceso de construcción de nación… Tampoco sé si hay orgullo, eh, creo que la dejan picando justamente, como el final.
Saludos