Desde hace un tiempo, cada vez que en el play list del celular suena Leticia (el tema de Los aventureros, película protagonizada por Alain Delon y Lino Ventura) no puedo evitar conmoverme profundamente, los ojos se me llenan de lágrimas y tengo que reprimir las ganas de llorar. Supongo que me pasa algo parecido a lo que le pasa a Marcel Proust con las magdalenas, algo muy parecido a la nostalgia.
No sé, ni quiero saber, lo que dice la letra de esa canción. Mi vieja es profesora de francés y fanática de Alain Delon (estoy convencido de que Alain Delon es una de las personas más importantes en la vida de mi vieja, al mismo nivel de Jean Paul Belmondo, mi papá, mi abuela Haydeé y yo). No sé hablar ningún otro idioma que el español y eso que me crié en una casa en la que mi vieja habla perfecto el francés, el italiano y mis dos viejos tenían un perfecto dominio del inglés. Supongo que la haraganería fue más fuerte que mi escaso interés en conocer nuevos idiomas, pero creo que no es solo vagancia. Siempre me gustó mucho la música y me gusta imaginarme que las canciones dicen las cosas que yo quiero imaginar que dicen.
Soy fan de Lou Reed y Bob Dylan y solo tuve acceso a sus letras en libros recopilatorios. Una vez que los leí descubrí que son poetas extraordinarios, pero antes de descubrir esos libros ya sabía que eran grandes letristas. El solo hecho de decir como dicen lo que dicen hace que uno se entregue a un sentimiento de confianza casi religioso.
En el caso de Leticia la voz de Delon me genera el mismo efecto de confianza. El solo silbido ya me pone en un estado de trance e hipnotismo del cual me es imposible salir. Delon me conmueve con su voz carente de técnica, pero provista de una sensualidad avasallante.
De Los aventureros solo recuerdo que es una película dirigida por Robert Enrico, filmada a fines de la década del 60, en la que dos amigos (Delon y Ventura) junto a una chica bellísima (Joanna Shimkus), viven una serie de aventuras basadas en una novela del gran escritor de policiales José Giovanni.
Cuando uno lee la letra de Leticia en castellano descubre lo que suponía sin saber nada de francés, que la letra habla de amor, de perdidas, de muerte. La tristísima melodía de la canción está en sintonía con esa letra desgarradora. La misma melancolía que intuyo tiene que ver con lo que se conoce como «el irreversible paso del tiempo», con ese poder hipnótico que ejerce sobre nosotros (como pasaba con Proust y sus magdalenas), con ese impulso que nos lleva a sumergirnos de lleno en un pasado ya extinto.
Yo escucho Leticia y vuelvo a mi infancia en un irrefrenable e irremediable viaje sin escalas. Vuelvo a un tiempo que ya no existe, aunque quiero creer que no se trata de melancolía pues no identifico señales de algún duelo mal realizado. Vuelvo con poderosa eficacia, a ese lugar perdido, a ese territorio anclado en la memoria que es la infancia. Vuelvo a recuperar con su sola escucha aromas y evocaciones poderosas de quien soy hoy en día.
Recuerdo que, cuando yo tenía 15 años mi vieja me contaba que ya había visto una veintena de películas de Alain Delon, pero que había una en particular, que había visto con la abuela, que mencionaba todo el tiempo. Mi vieja es una mina que reúne dos características particulares, es muy imaginativa y tiene mucho sentido del humor, y esas dos características mezcladas son un cóctel explosivo. La película se llamaba, según ella, La jaula del amor y estaba protagonizada por Alain Delon y Jane Fonda. El director era René Clement, el mismo que lanzaría a Delon a la fama con A pleno sol.
Mi vieja había intentando alquilar la película en Liberarte, que era el video club del cual éramos socios, pero esa película no existía en el catálogo. Entonces recorrió todos los videoclubs comerciales y de arte que había en Buenos Aires en en la década del 90 siempre con idéntica mala suerte. Cada frustración le hacía repetirme el argumento de manera muy enérgica -siempre fue una extraordinaria narradora de películas- con una atención minuciosa a cada detalle. Según ella, Delon era atrapado y encerrado en una casa por intermedio de una suma de trucos que llevaba a cabo Jane Fonda (si la memoria no me está jugando una mala pasada).
Pasados diez años de la búsqueda de la película, yo había dado por sentado que mi vieja había soñado con ese argumento y había inventado una película que nunca había existido. En ese momento, un amigo de ella fue a Europa y volvió de Paris con el DVD de La jaula del amor. La película finalmente existía y en francés se llamaba Les felins. Está filmada en blanco y negro y creo que es del año 1962.
Finalmente mi vieja pasó la película del DVD a una cinta en VHS (era el año 2002 y no teníamos DVD en la casa de Dock Sud que tenían mis viejos en esa época) y además contactó a alguien para que le pusiera a la películas subtítulos en castellano.Recuerdo con un goce intenso el disfrute que significó para mí tanto ver la película como saber que mi vieja no había inventado esa historia en su imaginación.
Cuando era muy chico mis viejos no tenían plata para llevarme de vacaciones así que yo pasaba la gran mayoría de mis vacaciones infantiles en los cineclubes de la capital viendo películas rarísimas. A los 8 años mi mamá me llevó a un cineclub lleno de gente barbuda e intelectual a ver una película de Joseph Losey llamada El sirviente. Recuerdo que cuando terminó la proyección, mi vieja comenzó a debatir con un señor sobre cine y psicoanálisis mientras yo miraba el techo sin entender de qué hablaban.
También quedó marcado en mi memoria la vez me descompuse de risa viendo en el San Martín, cuando solo tenía 10 años, viendo Una noche en la ópera.
A los 4 años mis viejos me llevaron a ver Confidencialmente tuya, la última película de François Trufautt, protagonizada por Fanny Ardant y Jean Louis Trintignant. Obviamente a esa edad yo no sabía leer los subtítulos, así que terminé llorando en la puerta del cine, con mi viejo, mientras esperábamos que mi mama terminara de ver la película.
Cuando empezaban las clases en la primaria, las maestras del colegio siempre nos pedían que escribiéramos crónicas sobre lo que habíamos hecho en las vacaciones. Recuerdo que mis compañeros escribían sobre lagos, mares y montañas. En cambio yo hablaba sobre los policiales franceses, el cine inglés y la comedia física de los hermanos Marx y Jerry Lewis.
A veces creo sin más que soy el hombre feliz que soy por las películas que vi en mi niñez y que esas películas a su vez me salvaron de un irrefrenable instinto a la melancolía y a la tristeza que anida muy dentro mío.
El cine fue mi educación sentimental y sin el cine yo no sería lo que soy ahora, un tipo de 37 años que escribe sobre el paso del tiempo mientras afuera llueve y escucha con nostalgia pero sin resignación las gotitas que rebotan sobre el techo del lavadero. De pronto ese sonido me hace evocar el silbidito de Delon en Leticia, ese tono sencillo y algo cursi que me acompaña cada vez que salgo a la calle.
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