Una vez más una gran película se queda sin su estreno en salas. Lazzaro Felice, el último film de la joven directora italiana Alice Rohrwacher, tuvo su estreno internacional a través de Netflix. La película, que fue galardonada con el premio al mejor guion en la última edición del festival de Cannes, lamentablemente no llegó a exhibirse en cines. Filmada en formato analógico de 16 mm, la imagen presenta una textura y una plasticidad digna de verse en pantalla de grandes dimensiones.

Lazzaro Felice es una fábula que oscila permanentemente entre el realismo y la fantasía. Resulta un ensayo poético sobre ternura y la tolerancia, pero también sobre la maldad y la corrupción de las sociedades. Rohrwacher formula una amarga crítica sobre los sistemas económicos opresivos que se encuentran instalados hace siglos, aquellos que se basan en la explotación del más débil para sostener a una élite de pocos.

La historia comienza en la aldea Inviolata, ubicada en alguna remota zona rural de Italia y, a su vez, resulta difícil establecer coordenadas temporales claras. Allí, una comunidad de campesinos trabaja la tierra de sol a sol. Sobreviven a los apremios económicos a los que son sometidos por una nobleza de poca monta que los mantiene aislados, pero, sobre todo, ignorantes. Nadie queda exento de la agotadora tarea, niños, jóvenes y ancianos son puestos a la par en la cosecha. Los días trascurren entre el agobiante calor, el hacinamiento propio de los que no tienen nada, y el contacto con la naturaleza. Los rostros ajados, el deterioro de los cuerpos y los escenarios devastados emulan los visitados infinitas veces por los maestros del neorrealismo.

Entre este grupo de trabajadores se destaca el joven Lazzaro, un ser ingenuo de generosidad desmedida, que será el vector que atraviesa y articula toda la pieza. Lazzaro es un profesional del servicio, siempre dispuesto a dar sin esperar nada a cambio. Esto lo lleva a ser foco de abusos, no solo por parte de los terratenientes, sino también de sus propios pares. Sin embargo, Lazzaro se mantiene inmutable y pone siempre la otra mejilla. Lazzaro es un santo escupido por la Santa Biblia, su personaje –mágico- encanta la historia.

En esta primera parte, Rohrwacher filma planos de delicadeza irrefutable, que poseen un sinfín de referencias a obras clásicas del cine italiano, como sugiere Pedro Berardi en su análisis sobre esta misma pieza. Su visionado representa en sí mismo una experiencia cinéfila.

En tanto avanza la narración, veremos que la cotidianidad del puedo se ve alterada. La aparición de la ley precipita el final de la ignorancia de los pobladores de Inviolata. Con los carabinieri, los aldeanos toman conciencia de su condición de esclavos, comprenden que no son propiedad de nadie y que han sido engañados. En simultáneo, Lazzaro deambula adormecido por la llanura cuando cae desde un precipicio, desapareciendo sin dejar rastros.

Comienza así un segundo segmento del film, que se constituye como el negativo del anterior. El mundo primero se desvanece, y la fábula se traslada a los suburbios. Los pobladores fueron sacados de la naturaleza y condenados a la marginalidad de la ciudad. Veremos otro tiempo y otro lugar, pero con los mismos personajes que, sin ningún tipo de posibilidad de adaptación, ahora viven del robo y de la estafa. El medio de dominación económica dejó de ser la esclavitud y la explotación, y mutó a su versión moderna: el capitalismo y la banca. El sistema financiero sigue beneficiando a unos pocos y oprimiendo a muchos.

Las coordenadas espacio-temporales esbozadas en ambas secuencias pueden parecer muy diferentes, pero el espíritu de ambas es el mismo. El relato está plagado de los males del mundo: abusos de poder, corrupción, crueldad, falsedad. Sin embargo, para contrarrestar la desazón que produce contemplar el mal en estado puro, Rohrwacher demuestra que hay quienes son capaces de extenderle la mano –inclusive- a aquellos que los perjudicaron. Coloca en Lazzaro y en la comunidad de Inviolata el don de empatizar. Generosos en la miseria, anhelan subsistir en una ciudad corrompida, sin lastimar a nadie.

Lazzaro, como aquel personaje resucitado por Jesús en el Nuevo Testamento, reaparece luego de un periodo de ausencia. Intemporal como el Edipo de Pasolini, se instala en la Italia moderna y se reencuentra con quienes en el pasado fueron su familia y vecinos. Mientras que todo el mundo está muy cambiado, él está igual, inalterable. Lazzaro despliega una vez más su extraordinaria bondad. Su sola presencia es capaz de embellecer las situaciones más caóticas. Su amor por el mundo y por la vida permiten imaginar que la humanidad puede ser algo mejor. No tiene ambiciones, pareciera que su único proyecto es arreglar este universo en descomposición. Adriano Tardiolo, en su rol debut, construye un Lazzaro luminoso, valiente y tenaz. Un ser que habla poco, pero predica con el ejemplo.

Lazzaro Felice está cubierta por un velo ilusorio, por un dejo de ensoñación propio del más bello Fellini. Las secuencias de crudo realismo, donde se profundiza una severa crítica a la sociedad moderna -dejando al descubierto lo horrible que puede ser el hombre- están edulcoradas con un inteligente humor absurdo. El film es una obra alegórica, que ofrece una historia simple pero poderosa, exhorta abiertamente a reflexionar sobre qué lugar ocupamos en la sociedad. Seguramente nos veamos reflejados en los ignorantes campesinos de Inviolata, o en los inhumanos explotadores, pero difícilmente nos identificaremos con Lazzaro. Su perfección nos resulta inaccesible. Sería extraño pensar que alguien pueda quedar indiferente a una película que enseña, de manera fría, cómo gradualmente perdemos las condiciones propias del ser humano: la bondad, la compasión y la generosidad.

Acá puede leerse una nota de Pedro Berardi a propósito de la misma película.

Lazzaro Felice (Italia, 2018). Guion y dirección: Alice Rohrwacher. Fotografía: Hélenè Louvart. Edición: Nelly Quettier. Elenco: Adriano Tardiolo, Agnese Graziani, Alba Rohrwacher, Sergi López, Nicoletta Braschi, Luca Chikovani, Tommaso Ragno, Nattalino Balasso. Duración: 125 minutos.

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