A Venus le bastan unas pocas escenas para esbozar en qué se le va el tiempo a Maurice. Sus actividades incluyen juntarse todos los días en el mismo bar del norte de Londres con su mejor amigo Ian (Leslie Phillips) y leer, entre otras cosas, las necrológicas, así como intercambiar remedios, ir al hospital a hacerse chequeos o visitar a su ex mujer (Vanessa Redgrave) a quien lo une un gran afecto y algunos cuantos rencores (casi) olvidados. Maurice, interpretado por Peter O´Toole, es también un actor septuagenario que sigue tolerando algunos trabajos menores con la vocación de mantener una rutina deslucida y articulada en torno a pequeñas humillaciones. El protagonista de Venus es así llamado a afrontar el tedio con serenidad (pero, ¿no fue ésta acaso siempre la cualidad predominante del rostro luminoso e infantil de Peter O´Toole?). En lugar de obedecer el mandato, Maurice/O´Toole -la frontera es difusa a lo largo de la película- lo desoye. Elige en cambio un objeto de deseo: la sobrina de Ian, Jessie (Jodie Whittaker) una joven de unos veinte años. Se lanza a una última aventura amorosa porque considera que su propia educación sentimental no ha concluido. No se equivoca. Desobedecer este mandato, el mandato de los viejos, equivale a poner en duda la legitimidad del mismo y Venus, estrenada en el 2006, es así una historia signada por una callada (y acaso infrecuente) audacia.
Con guión del escritor inglés-pakistaní Hanif Kureishi (El Buda de los suburbios, Intimidad) y dirigida por Roger Michell (segunda colaboración entre ambos; la anterior, The Mother, narraba una historia de amor entre una mujer de sesenta y pico y un hombre de treinta y cinco, con un Daniel Craig pre-Bond), Venus no supone un repentino despertar de pasiones dormidas. Lo que revive, en todo caso, es una inexpugnable voluntad de juego. En verdad, Venus– aunque esto exija quizás una mirada demasiado atenta- no busca retratar el amor romántico. La historia de amor que persigue, podría sugerirse, no es entre Maurice/O´Toole y Jessie/Whittaker. Venus sí trata, en cambio, de los actores y de su oficio, que la película retrata como ingrato y sin el glamour que suele atribuírsele. Si Maurice habita en una especie de limbo, en una espera exasperante, sigue al mismo tiempo habitando y habitado por el teatro, por sus formas y sus designios. Jessie, a la cual Maurice bautiza como «Venus» a partir de un cuadro de Velázquez (La Venus del Espejo) que ven en una visita a la National Gallery, es ante todo una excusa para hacer un último papel: el del viejo verde que se enamora de una jovencita. Papel poco digno, incluso ridículo, pero que Maurice decide interpretar de todas formas porque acaso entiende mejor que nadie que el mundo es ante todo escenario. Y es el escenario,finalmente, lo que seduce a Maurice.
Venus postula así algunas equivalencias: tanto el erotismo como el teatro son, ante todo, juego, y tanto Maurice como su Venus juegan a ser amantes. Maurice no está loco, está lejos de ser el hombre de la mancha. Muy al contrario: con los ojos azules muy despiertos, Maurice mira a su alrededor, al mundo ¨real¨ que lo expulsa con inquietante claridad. Su juego no es producto de un delirante, sino una decisión muy lúcida. Las interacciones entre ambos personajes tiene menos de genuina idealización que de pícara puesta en escena. En una ocasión, Maurice entra a la habitación de Jessie/Venus y la encuentra dormida. Está envuelta en sábanas rosa pálido, bañada por una luz suave y difusa, un hombro y la espalda desnudos asoman por entre las sábanas. Parece salida de un cuadro renacentista si no fuese porque muy cerca, contra la ventana, hay cinco o seis latas de cerveza vacías, perfectamente alineadas. O´Toole/Maurice es alguien que lo ha visto todo y parece reírse permanentemente de la solemnidad del amor o quizás sencillamente de la solemnidad en general. La película, sin cinismo, repite el gesto.
El tono imperante es el de un melodrama contenido, seco. En ocasiones, la película se refugia, como su personaje, en el humor negro. (Maurice tiene, por ejemplo, papeles recurrentesen televisión como cadáver.) Se trata de un mecanismo necesario que utiliza el personaje para lidiar con una sociedad que lo trata con una crueldad minuciosa, casi burocrática.El mundo de Maurice es un mundo hostil pero todavía lleno de placeres. Es en este punto (y en varios otros aspectos) que la película encuentra su correspondencia más evidente en Muerte en Venecia y, de a ratos, parece dialogar tanto con el film de Visconti como con la obra de Mann. Pero si en Muerte en Venecia, Tadzio era «una criatura real, espléndida a la vez que una idea abstracta producto del intelecto», comparable y comparado con Eros, la Venus de Maurice es una diosa malhablada, sin refinamiento y sin poses, que bebe y que ostenta un marcado acento «provinciano» del norte de Inglaterra que contrasta con el de Maurice, un acento educado y moldeado por y para el teatro. Y si en la historia de Mann, Tadzio -como ideal- parece elegir a Aschenbach, imponerse con fuerza sobre sus sentidos, en Venus es en cambio el personaje de O´Toole el que busca con avidez a la joven, sin intentar en ningún momento ignorar o rectificar este capricho. Cabe destacar que Venus despliega una capacidad notable para crear y sostener momentos de gran tensión erótica, en los cuales ambos personajes se vuelven vulnerables frente al otro. El problema del consentimiento y del oportunismo por parte del personaje de O´Toole (la joven está en una situación desventajosa en relación con él en muchos sentidos), son acertadamente obviados por el film que fija su interés en contemplar el erotismo en toda su perturbadora complejidad.
Si el amor que persigue La película es el del actor y su trabajo, se enfoca en un actor en particular: el genial y ya fallecido Peter O´Toole. Son varios los momentos en los cuales la frontera entre intérprete y personaje se vuelve porosa. Venus buscó sin pudor- pero es un film que rechazó el pudor de varias formas-homenajear a O´Toole, permitirle algo así como una carta de despedida y una octava (y fallida) oportunidad de ganar el Oscar. Pero si Venus tuvo como fin primero ser el vehículode este actor, o si esta intención eclipsó otras, tuvo también una muy oportuna despreocupación por la corrección política que vista doce años después resulta necesaria.¿Podría Venus estrenarse hoy cuando la mirada del público se vuelve aceleradamente puritana (y sería incapaz de ver más allá del problema del consentimiento entre Maurice/Venus)? Se trata de conjeturas emparentadas con otras formuladas recientemente en torno al arte, con excesiva o justa alarma. La virtud de Venus, y que aún conserva, consiste en reconocer el erotismo como fenómeno capaz de suscitar tanto asombro como pavor (O´ Toole/Maurice es puro asombro, deleite y miedo a medida que se redescubre capaz de proporcionar y experimentar placer erótico). Y posiblemente tampoco admite el erotismo concesiones a modas ideológicas ni narraciones que se arroguen el derecho de proteger al público de sí mismo. Si es cierto que el arte no delinque, Venus tuvo la astucia de colocarnos frente a nuestro incansable afán moralizante. Resulta curioso que en la pintura frente a la cual se paran Maurice y Jessie en el museo, La Venus del Espejo, Venus se mira a sí misma en un espejo al mismo tiempo que parece observarnos.
Venus (Estados Unidos, 2006). Dirección: Roger Mitchell. Guión: Hanif Kureishi. Fotografía: Haris Zambarloukos. Edición: Nicolas Gaster. Elenco: Peter O’Toole, Jodie Whittaker, Leslie Phillips, Vanesa Redgrave, Cathryn Bradshaw. Duración: 95 minutos.
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